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viernes, 16 de enero de 2015
PARA QUÉ
Me dejó en su casa. Las nueve de la mañana. Es un día de otoño.
Habíamos llegado en autobús y las cuatro cuadras que nos separaban de su casa las caminamos en silencio. Me mostró la mesa. Ahí tienes, dijo. Tiró las llaves sobre el mueble y se fue. Los folios, agrupados con un clip. Más allá, fotografías, una cajita con discos, un vaso publicitario lleno de bolígrafos y un cenicero vacío.
Primera hoja:
"Fecha Ene/3. No contestó. La llamé diez veces. Dejé mensajes en el buzón de voz: 'Es posible que el usuario no esté disponible o se encuentre fuera de alcance'. En WhatsApp, última vista, ayer a las nueve de la noche.
El cuatro por la mañana, al no tener noticias, fui a buscarla a su casa. Su madre me atendió un tanto confundida, pero sin pizca de alarma. Eso me tranquilizó, pero también me dejó sembradas más dudas. Al final de la tarde apareció en mi puerta. Cariacontecida, me dijo que la hermana de su amiga de colegio y tal, que sin intención sea fueron a la Polmalca y tal, que su teléfono murió de tanto intentar llamarme y tal, y a su madre le alcanzó a explicar, pero que para mí se cortó la línea. Que Cartavio es un pueblito complicado para los celulares. Que lo sentía mucho y que me invitaba un chifita para reparar su ausencia y compensar mi angustia.
No era angustia, eran dudas, sospechas. Pero no le dije eso. Solo le dije que no, gracias. Que se fuese a su casa y mañana hablaríamos. Que tenía mucho que hacer. No me creyó, pero igual se fue. No dormí bien por alistar mis argumentos. No dejar nada al azar, porque seguramente aprovecharía cualquier inconsistencia. Ella no imaginaba lo que yo sabía. La primera vez, hace una año, tuvo también una extraña desaparición por casi tres horas. La segunda, hace seis meses, Lucas me envió su foto a mi WhatsApp: una de sus amigas posteó una foto (que unas horas más tarde retiró), con Lucero y unos amigos lanzando gallos en un karaoke de Huanchaco, después que ella me dijera que aquella tarde se iba temprano a casa porque sentía el cuerpo apaleado debido a un inminente resfrío. Después, al ser descubierta, ensayó uno de sus consabidos ataques a modo de defensa: píldoras acerca de la confianza y la fidelidad. Siempre le habrá dado resultado.
Como un molde, los días subsiguientes a cada episodio, se mostraba absolutamente dócil, entregada, querendona. De hecho, no es habitual en ella. Parece que después de comprender la magnitud de su traición, inevitablemente se derrumba y va a parar primero al especialista, después al sanatorio. Cuando la visito en su retiro, siento pena e infinito amor por ella. La amo tanto que olvido todo y me dedico únicamente a consentirla y atenderla. Y por su mirada siento que ella también me ama. Me pide perdón mil veces, y cuando le pregunto por qué, me mira largamente, calla y rompe a llorar amargamente. Por eso ya no le pregunto. Sólo le digo, está bien, está bien. Y cambio de tema.
Su tratamiento dura un mes o más. Es un mes donde podemos sentirnos cercanos y unidos. Al término, sale radiante. Yo voy a recogerla a esa casa grande, aislada de la ciudad, adonde Lucero no quiere que su familia vaya. La mayoría de sus compañeras la despiden con mucho cariño. Tiene el don de hacerse querer. Es muy generosa y capaz de dejar de comer para que otro lo haga. Esa es una razón más para admiradla y quererla como el primer día. Pero, ¿qué tiene que pasar para que ella rompa esos códigos, su lealtad, y ponga en riesgo todo: nuestra relación, sus vínculos familiares y su salud emocional? ¿Alguien la manipula de una manera que ella no pueda resistir? ¿Alguien conoce sus debilidades más que ella misma? Y si no es así, ¿es ella quien busca la aventura de un instante de placer? ¿Es solo una aventura o es una forma de hartazgo? ¿Acaso la necesidad de anclarse en su pasado? ¿Es autodestrucción?."
He dejado de leer. La habitación es grande. Por aquí, como dije, la mesa con sus manuscritos. Unos cinco pasos más allá, junto a la ventana, el escritorio con un computador, libros apilados, otro cenicero vacío y una botella con agua. En la esquina de ese lado su cama, un velador con un par de libros y una lámpara azul. Alrededor, más anaqueles con libros, un par de pesas y una bicicleta estacionaria. En las paredes, dos cuadros, siete fotografías familiares -yo aparezco en cinco de ellas-, y dos grandes ventanas desde donde se puede oír el rumor del mar.
Me cuesta volver a enfocarme. Hay todavía más, pero tengo miedo. Me voy a saltear algunos párrafos, demasiado explícitos.
"La sospecha es un plato que quema aunque esté frío. Hace medio año yo confiaba en ella. Ahora no me reconozco. No la reconozco. Solo tengo una foto que no prueba nada, algunas conclusiones y que quizá no pasan de ser eso. La sospecha, sin embargo, es un aluvión. Nada lo contiene. No es racional. Son conjeturas. Pura intuición. La suma de ambas. Y concluye con un írrito concepto del amor."
Quince folios de puño y letra. Leer lo que no esperaba. Lo que no quiero seguir leyendo. Un amor malgastado que imaginé provechoso y hasta eterno, por más exagerada que sea la palabra. Porque Lucero me dio esa pista. Porque nos la dio a todos, hace mucho tiempo.
Quince folios puede ser demasiado o muy poco, según quien los lea. Descubrir el sufrimiento de tu mejor amigo condiciona la opinión y las fuerzas. Luego de una hora y media me niego a leer la última página. Ya no quiero más. No es necesario. Fechas, horas, trances, argucias, estratagemas, excusas, idas y retornos. Todo minuciosamente registrado. Ahora puedo entender. Me arrepiento de haber confrontado a mi amigo de la forma en que lo hice, lindante con la canallada.
Según esto, Lucero había logrado por mucho tiempo disfrazar de ficción la realidad, con una depurada técnica de negación y distorsión de la realidad. Me da pena por ella y, después de esto, estoy de acuerdo con Lorenzo. Reconozco que yo lo hubiera hecho peor. Admiro en él la sensatez y la ecuanimidad para tomar el camino más doloroso, sin atisbo de repudio ni revancha. Aunque Lucero es mi hermana, celebro la decisión de Lorenzo. Estaré del lado de ella, ahora que ya mi amigo no irá al sanatorio.
Voy a dejarle una nota breve. Me disculparé con él y le dejaré clara muestra de mi posición. Pero también que antes que amigo soy hermano, y debo cumplir mi deber. Lorenzo lo entenderá.
Algún día, si ambos nos lo permitimos, recuperaremos el puente que construimos cuando niños.
DE: "EL JUEGO DE LA VIDA" Copyright © 2015 de Rogger Alzamora Quijano
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¡Un gusto encontraros Rogger! Felicidades por el sitio y el material que contiene. He visto muy poco aún, mas es tan fácil leerte como antes. Besotes, Moni.
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