Me aferré al sonido de tu voz.
A las mañanas de sol inmóvil
en nuestra casa alquilada.
Tu presencia viento iba y volvía.
Quise ser mayor. No pedir ni esperar.
Impaciente y rebelde, seguro de mí.
No me preocupé de la muerte,
no me avisé del dolor.
Has viajado a la memoria.
Yo me siento en tu mesa, aguardo tu comida sabrosa
que viene con la vitamina de consejos y un té caliente.
El dolor se hizo crónico y sin angustia,
un tatuaje sobre la nada, sobre nadie y ninguno.
Eterna Luz, vives hasta dolerme.
De: versos conversos Derechos Reservados Copyright © 1990 de Rogger Alzamora Quijano