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martes, 19 de enero de 2010

EL ZOO HUMANO DE FONTANARROSA



Escribe: Rogger Alzamora Quijano

“La flaca estuvo buena, siempre yo la miraba trotando adelante mío y decía "mamita si te agarro".Más la miraba y más me calentaba, me ponía al palo y eso que ella no me había dejado acercarme demasiado. Porque es grandota la guacha, algo desmañada te diría. Pero incluso eso, ese mismo asunto de moverse así, un poco torpe, un poco zanguanga ¿viste? ese trotar un poco de costado, era lo que más me venía loco…” (Fragmento de: “Sexo Explícito”, Roberto Fontanarrosa)

Leí Sexo Explícito de Fontanarrosa y quedé listo para lo demás.
Es imposible leerlo sin sentirse en sus cómics, pero también quedarse satisfecho. Siempre hay más y para todos los gustos. Al final se siente el vacío de haber llegado al final, pero eso no es irreversible. Fontanarrosa es de los que ponen el dedo en la llaga. Crea personajes cáusticos que nos despellejan con sutil ironía o despiadada burla. Siempre encuentra la forma de cuestionar, desmitificar, mofarse. Los que son creados sublimes, desposeídos, carentes, solitarios, nos arrastrando a solidarizarnos, a sentir ternura e identificarnos con ellos. Y quienes son ridiculizados también nos piden compasión, aunque tengamos que pasar el trago lentamente. Los lectores podemos vernos secreta pero fácilmente en Inodoro Pereyra, o en Ulpidio Vega, ser el pelotero soñador o el futbolista mágico. O las lectoras ser Rosita, la obrerita. Fontanarrosa provoca desdoblarnos en sus personajes, así cada lector es un alter ego, que puede verse en un espejo imaginario, descubriendo sus propios complejos.

-¿Sabés cómo sería un día perfecto? -dijo Hugo tocándose, pensativo, la punta
de la nariz. Pipo meneó la cabeza lentamente, sin mirarlo. Estaba abstraído observando
algo través de los ventanales.
-Suponete... -enunció Hugo entrecerrando algo los ojos, acomodándose
mecánicamente el bigote, corriendo un poco hacia el costado el sexteto de tazas de café
que se amontonaba sobre la mesa de nerolite-... que vos vas de viaje y llegás, ponele, a
una isla del Caribe. Qué sé yo, Martinica, ponele, Barbados, no sé... Saint Thomas.
-¿Martinica es una isla? -preguntó Pipo, aún sin mirarlo, hurgando con el
índice de su mano izquierda en su dentadura.
-Sí. Creo que sí. Martinica. La isla de Martinica.
Pipo aprobó con la cabeza y se estiró un poco más en la silla, las piernas por
debajo de la mesa, casi tocando la pared.
-Llegás a la isla... -prosiguió Hugo-... Solo ¿viste? Tenés que estar un día,
ponele. Un par de días. Entonces vas, llegás al hotel, un hotel de la gran puta, cinco
estrellas, subís a la habitación, dejás las cosas y bajás a la cafetería a tomar algo. Es de
mañana, vos llegaste en un avión bien temprano, entonces es media mañana. Bajás a
tomar algo.
-Un jugo -aportó Pipo, bostezando, pero al parecer algo más interesado.
-Un jugo. Un jugo de tamarindo, de piña...
-De guayaba, de guayaba -corrigió Pipo.
-De guayaba, de esas frutas raras que tienen por ahí. Calor. Hace calor. Vos
bajás, pantaloncito blanco livianón. Camisita. Zapatillitas.
-Deportivo.
-Deportivo.
-Tipo tennis.
-No. No. Ojo, pantaloncito blanco pero largo ¿eh? No short. No.

(Fragmento de “ El Mundo ha vivido equivocado”, Roberto Fontanarrosa)



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