Sincopado caminar, ojos sin brillo ni enjundia.
Lo que ilumina su vida es el desquite. El epílogo de un farsante, antes lúcido y genial hoy ruin transeúnte del despecho.
Y luego de un sinfín de caminos, apenas le queda un desierto de mendaces elogios y ninguna victoria.
Sus demonios emergen tras dos sorbos de alcohol, por eso debe estrujar sus fuerzas para convencerse de que no está muerto.
Pudo haber luchado más, pero se quedó ahí, en ese lugar que ni siquiera se puede llamar derrota.
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