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jueves, 7 de noviembre de 2019

EL HAMBRE Y LA NECESIDAD



En el barrio de Miranda, estrecho, caótico y bullanguero, no hay calles, hay pasajes y recovecos que intimidan a los extraños y protegen a los propios. No hay alumbrado público. Han reventado a pedradas los focos. Es innecesaria la luz en un lugar como Miranda, sinónimo de lobreguez.

Turi, a quien conocemos hace mucho, es de aquí. La queremos. Es ya nuestra familia. Hace varios años llamó a la puerta rogando un trabajo, a cambio de comida. Le encargamos nuestro pequeño jardín. Nos contaba de La Flaca, una mítica mujer que cocinaba delicias.

Años más tarde Turi vio cómo empezamos a hundirnos. Aún así nos quiso, sin dinero, después sin comida. Cuando nos veía rascar la olla por unas pocas lentejas volvía hablarnos de La Flaca. No le hacíamos caso, quizá porque calculábamos que la desdicha se marcharía pronto. Hoy, literalmente muertos de hambre, le rogamos que nos trajera.

Hemos entrado por un ruinoso pasaje. Pepa me mira y musita su miedo. Yo la agarro fuerte. Sería peor si retrocedemos. La gente se mueve sigilosamente. Nos miran, nos calculan. Turi carraspea. Dos pasajes más, volteamos a la izquierda.

— Ahí está La Flaca- dice Turi.

Una mesa grande intercepta el paso. Dos bancas largas y dos cortas. Cuatro hombres comiendo ensimismados. Turi nos mira. Qué esperan, hay que sentarnos. Pepa duda otra vez. Tomo mi lugar junto al mecánico que come apurado. Pepa junto a mi, Turi a su derecha.

— Tres completos.

Turi alza la voz.

La Flaca es una mujer pequeña, huesuda, de ojos vivaces, con el extraño cariz a enfermedad. Pese a su complexión demacrada, tiene la mirada diáfana, el gesto animoso.

Gira la perilla y su pequeña cocina industrial ruge su fuego azul. La Flaca toma un plato, lo incrusta en una gran olla, y vierte el arroz en el wok aceitoso. Así comienza. Hace todo de memoria. Las papas fritas, la salchicha, los huevos desfilan en otra pequeña sartén. Luego mezcla. Cebolla china, kión, algo de una botella, otro poco de otra, una cucharadita de eso, otra de aquello.

Cinco minutos más tarde sirve. Tres gigantes platos de un revoltijo indescifrable. Sobre la mesa cinco frascos dispensadores. Turi sugiere: todas las cremas. Y nos da el ejemplo. Chorros de mostaza, ketchup, mayonesa, crema de rocoto, salsa tártara.

La primera cucharada, desata una simultánea reacción. Turi tenía razón. El aroma nos invade en plena fascinación. Pepa ya no me mira. Pepa es feliz. No recuerdo cuándo fue la última vez que la ví tan dichosa. Turi no cabe de contenta. Se ríe, conversa con uno, con otro. Conoce a todos, todos la conocen.



Fragmento extraído del libro: Y ENTONCES Derechos Reservados © 2020 de Rogger Alzamora Quijano