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martes, 9 de julio de 2013
EL ADIÓS DE FLOR
No voy a dar demasiados detalles sobre esta misiva. Sólo diré que se trata de un paquete epistolar que llegó a mis manos desde una de las partes. Ambos son mis amigos. Aquí una carta de Facundo.
Amada Flor, después de cuarenta y cuatro horas de durísimo silencio recibí tu carta. Quizá si hubiera llegado antes, quizá si hubiéramos hablado antes de que yo atravesara el infierno, pero la vida se ha hecho también para errar, equivocarse y perder. Te escribí sin detenerme en la sintaxis, la ortografía ni ninguna de las formas que siempre cuidé en mis notas. Debo haberme trastornado cuando te fuiste sin decir nada, para después regresar a casa luego de dos días, arrogante y fresca. Esperaba que estuvieras junto a mí en mis angustias, como yo estuve contigo cuando tus tragedias.
Flor hermosa, todo lo que se gana no tiene sentido frente a lo que se ha perdido. Eso se sabe después, cuando una y otra vez comienzan a regresar los recuerdos, la necesidad urgente, los besos ausentes. No cambias Flor. Te ha sido dado de ese modo, tal vez desde cuando tuviste que cargar con vidas ajenas, fracasos impropios y tristezas genéticas. Sabes por demás que desde que te vi te amé sin dudarlo, con lo mejor de mí. Yo, que había vivido una soledad vegetativa, un terco autoexilio, apenas oí tu nombre condoné mis carencias por esperanzas. Con un austero expediente bajo el brazo desempolvé mis caricias y mi entrega total hasta dejarlas relucientes, para ofrecértelas todas. Me dijiste entonces que no necesitaba ofrecerte nada porque todo te lo estaba dando. Y yo te creí. Era la frase más bonita que había escuchado jamás, porque te hacía insuperable. Como nadie, tú valorabas el amor incondicional. Creí haber entendido que no necesitabas sino amar y dejar que yo te amara sin convencionalismos ni apariencias, pero ahora, a la luz de los hechos, veo que no fue eso lo que querías decir. Mis gestos, que en un principio adorabas ya te resultaban falsos, sobreactuados y malintencionados, la certeza de mi amor ya estaba en duda. El futuro que habíamos trazado se cayó como una casa de galletas. Mis palabras te inoculaban veneno, comenzaste a solventar la idea de que mi sola presencia te sentenciaba, las horas que pasaba frente a ti eran el cuchillo que destazaba tu tranquilidad; la magia de nuestros sueños de transformó en noche de espanto. Te dedicaste a confabular creyendo estar descubriendo un lado oscuro que nunca tuve.
De ese modo obsesivo acopiabas los ingredientes de una magistral receta para destruir el amor.
Te veo y no puedo evitar verte. Luces bonita, como siempre te dije, haces honor a tu nombre: Flor, la más bella flor. Muestras con orgullo los inequívocos dientes de la felicidad. Luces radiante y promisoria, trepada sobre el tren de la vida y saludando triunfante con los pétalos de luz que son tus manos. No hago más que adherirme a tu gesta, aunque todavía tengo mi herrumbroso y malherido amor enquistado bajo la piel. Siento una especie de dramática felicidad al verte así, porque no existen argumentos para que alguien como yo -que conoció el amor en tiempos de desdicha universal- sea mezquino con quien le procuró un planeta de felicidad. Yo, el dragón de siete cabezas, me he ido retirando a mi antiguo mundo subterráneo de silencios recurrentes y sempiterno crepúsculo, que no es ajeno para mí, es amigable. No es un castigo, es una solución. Soy para ti el monstruo que desvirtuó tu panacea para ofrecerte un raquítico tesoro de migajas de amor eterno, el poeta rural que te bañó en insignificantes y encendidos versos, el rufián que te otorgó infames perdones que una reina como tú no necesita ni espera. El despiadado advenedizo a quien dices no conocer más.
Sé por amigos comunes que estás feliz con alguien a quien encumbras y luces orgullosamente. Disfrútalo, duerme caliente a su lado, abre los ojos a un desayuno listo, llora en su hombro y siéntelo llorar al mismo tiempo, deja que se preocupe por tus ancestrales heridas, siente en tu piel su miedo de perderte, recíbelo con una sonrisa cada vez que te espere, te cuide y vaya contigo al trabajo, recibe a diario toneladas de caricias, sabores y comidas inventadas, abrazos huérfanos y calor en tu casa.
Tengo en las manos el adiós subrepticio que tiempo atrás me entregaste cual néctar dulzón y exquisito. Como sabes bien, lo bebí hasta la última gota. Hoy, todavía no termina de matarme. Lo tengo regando mis venas todo el tiempo. Durante las noches regresas a mis sueños, vestida unas veces como digitalis purpurea, otras como blanquísima hortensia. Dime si no vuelvo a ser imprudente y suicida al permitirte envenenarme también en mis sueños.
Tengo en mis manos tu adiós pero solo hasta sacudirme de la adicción. Cuando suceda, cortaré con mis propias manos el cordón umbilical que me alimenta de recuerdos, nostalgia, atenuantes y perdones. Mataré uno a uno suspiros, fotografías, sensaciones, y todo lo que tenga trazas de ti. Hundiré mi amor en la ignota Fosa de las Marianas, tumba real para algo irreal.
Esta tarde te volví a ver, ibas cantando una canción ajena. Te seguí de cerca. Tu caminar sigue siendo sencillo, sensual y delicado, tu cabellera nogal es hermana del viento. Llevabas el bolso que te enamoró apenas lo viste -lo recuerdo-, y unos botines azules que no han cejado en su altivez. Caminé tras de ti sin que lo notaras. Necesitaba ir escribiendo allí mismo -en mi mente- la carta que hoy pondré en tu buzón. Luego me quedé parado, confuso, y no te vi cuando desapareciste. Cuando la recibas -calculo será el veintinueve- habrá muerto mi sueño en las profundidades del mar de Guam.
Hasta entonces, Facundo.
DE: CARTAS APÓCRIFAS (EL JUEGO DE LA VIDA) Copyright © 2013 Rogger Alzamora Quijano
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Las epístolas han dejado de ser un género, pero con el internet, se han trivializado, empobrecido. Tu texto reivindica la belleza del acto de escribir una carta de amor. Amor moribundo, lastrado, latente, frustrado, solidario, conmovedor, todo junto y a la misma vez. Porque el amor es así de exótico. Por el lado técnico, tu trabajo es impecable, lleva y trae al lector adonde quiere. Y ese es el segundo aspecto: lograste que me colocara en el lugar de Facundo.
ResponderEliminarFelicitaciones. Marc María Vollonte, desde Cádiz.
Decir fantástico puede se ser contradictorio en este triste caso, pero realmente es así: fabuloso!
ResponderEliminarJ.
Es una epístola intacta. Facundo me ha conmovido, pero Flor me ha partido el alma.
ResponderEliminarGracias amigos por el tiempo que se toman para visitarme y por emitir vuestras opiniones tan generosas.
ResponderEliminarEs cierto Marc, el género esta venido a menos, pero las cartas se siguen escribiendo y estoy seguro que muchas de ellas son valiosas desde el punto de vista literario también. Esta es la primera carta de las saga de Flor y Facundo que tengo preparado publicar en este sitio y, por cierto, también en un libro.
Dos abrazos.