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sábado, 21 de marzo de 2009
ATARDECER DEL CINCO DE MAYO
El atardecer del cinco de mayo vio el último brillo de la moneda: un trozo de hombre. Vano valor y quizá maldad. Miseria empozada. Larga.
Brecha obscura donde lo infinito parece cercano.
Ya no llovieron las mágicas risas. Todo se tiñó de arenal y desierto,
La niñez de mucho color se hizo pálida. La música fue partida por el silencio.
El espasmo mató la digestión.
El atardecer del cinco de mayo.
Buscar piedras en la orilla no es buscar la orilla. El horizonte a veces es el poniente. La confusión certeza. Y viceversa. El atardecer del cinco de mayo, un día después de haber desenfundado su esperanza, caía víctima de sus propios afectos.
Pero la conciencia súbita del último instante le trajo guirnaldas que coronaron su osadía. El terco golpeteo de su insistencia le valió el postrero premio que se llevan sólo los combatientes que no le temen al ridículo y desafían permanentemente la ley de la gravedad.
Desde entonces no quedó más que la aurora.
También exhausta.
Que duró hasta que hubo que emprender el viaje sorpresivo, dejando en bandeja la cabeza decapitada de la esperanza, pero llevándose el trofeo intangible y definitivo: pudo sentir finalmente el abrazo de su hijo.
DE: EL JUEGO DE LA VIDA © 2009 Rogger Alzamora Quijano
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tu escrita a veces me parece algo misteriosa, cerrada, cosas que no entiendo tan bien y que siento que necesitan más miradas, más buceos. Pero aún que no entienda con todos mis sentidos, principalmente con toda mi razón, tu escrita me seduce y me trasporta. Me lleva al lugar dónde necesito estar. Su escrita para mí es un trasporte para el sentimiento libre de interpretaciones. La amo a veces sin entenderla o entendiendo lo que quiero entender. La forma que une una palabra con la otra es magia, una potencia imposible de derrumbar.
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