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martes, 10 de noviembre de 2020

MALA C


En efecto, el odioso azar parecía haber aglutinado lo más perverso en una sola mujer. Cuando la conoció pudo percibir algo extraño, indudablemente funesto, impregnado en el perfume que la precedía.


— No tengo que sacar un clavo con otro— Le dijo a Leo, a modo de deserción, pero este no le hizo caso.


Mala C estaba en la cima de su belleza. Casi rosada de tan blanca que era, vivaz, abundante, provocadora, de rasposa carcajada y verbo bravucón. A él no le importó. Total, para una breve aventura como esa no había que ser tan exigente. Sin entender cómo, fue adaptándose a su burdo refinamiento. Y continuó otro día más. Y otra semana, y otro mes. Cuando ya no pudo más, trató de cortar por lo sano. Mala C no lo soportó, intentó abofetearle. Creyó haberla calmado posponiendo la conversación para mañana, aunque notó un súbito rictus hasta entonces desconocido. Al día siguiente, cuando llegó a trabajar —como de costumbre, diez para las ocho— el guardián lo paró en seco.


— Orden del jefe. Dice que espere aquí. Él lo va a llamar. 


Un par de horas más tarde, tras una lista de graves infundios que Borda le enumeró ante su estupor, fue despedido. Pero aquello sería apenas el primer capítulo de la pesadilla. Le siguieron más infamias, procesos judiciales y abogados. Durante dos años tuvo que cruzarse con ella en los tribunales, ante fiscales y jueces corruptos, manifiestamente pasmados ante su pendenciera vestimenta. Nada dura para siempre, y la larguísima noche acabó porque tenía que acabar.


Ayer martes, después de catorce años, una súbita náusea lo remeció en el supermercado. Mala C, ya sin rastro de aquella innegable y turbia belleza de antaño, se apuraba por limpiarle los mocos a uno de dos niños discapacitados que iban con ella. Mala C, al descubrirlo, esquivó como pudo y se alejó trastabillando, apurada, roja y torpe de tanto sofoco y abandonando a medio camino su carrito de compras.  





DE; Y ENTONCES Derechos Reservados Copyright 2020 de Rogger Alzamora Quijano



jueves, 22 de octubre de 2020

EL FARSANTE

Sincopado caminar, ojos sin brillo ni enjundia. 

Lo que ilumina su vida es el desquite. El epílogo de un farsante, antes lúcido y genial hoy ruin transeúnte del despecho. 

Y luego de un sinfín de caminos, apenas le queda un desierto de mendaces elogios y ninguna victoria. 

Sus demonios emergen tras dos sorbos de alcohol, por eso debe estrujar sus fuerzas para convencerse de que no está muerto. 

Pudo haber luchado más, pero se quedó ahí, en ese lugar que ni siquiera se puede llamar derrota.  






Derechos Reservados Copyright 2020 de Rogger Alzamora Quijano

viernes, 2 de octubre de 2020

LA CHALINA

Esta nota es principalmente para justificar el por qué no te devolveré tu chalina.

No te sientas culpable. Hiciste lo que tenías que hacer. Para ti solo soy un niño jugando a ser hombre. Supongo que no fue difícil darse cuenta de eso. Y no tiene que ver con los ocho años de diferencia entre nosotros. Puedo ser un aprendiz, un novato en las lides del amor, pero estoy convencido que no fingiste ni amañaste tu conmoción, entrega, pasión y arrebato durante los cuatro días que pasamos juntos en la fiesta patronal. Me enamoré a primera vista. La ilusión sobrepasó largamente mis dieciséis años, al mismo tiempo estaba aterrado ante la dimensión del reto. 

Todo transcurrió velozmente, tanto que tu chalina sigue guardando tu perfume. Pese a ello he podido entender que el amor y la traición son un mismo coágulo.

De: Y ENTONCES Derechos Reservados © Copyright 2010 de Rogger Alzamora Quijano

jueves, 17 de septiembre de 2020

INSOMNIO

Son las seis. Apenas amanece.
He salido a caminar, amenazado entre pared y vereda. Pese a todo vas conmigo. Ni lluvia ni truenos pueden apagar tu voz. Solo el señuelo del acordeón y las letras de tu canción me agobian.

Puedo respirar.
La memoria de tu manos trazando una bendición en el aire me alumbra la vida. 
Y una palabra. 
Una palabra lo es todo en estos tiempos. Una palabra puede ser la vida, puede serlo todo. Puede trasuntar la agonía. 
Una palabra tuya, no importa cuál, que me devuelva la luz. Que alcance para despertar, que anime y provea. Después, ya podré sentarme a la mesa a ver humear mi plato.

Así se ve la casa.
En el patio ondean tus vestidos, tus cabellos, los lirios, el gozo que derramas cuando llega el sol. Ante la cocina las orquídeas han dejado de entristecerme con su presencia y ahora conllevan tu nombre.

Dentro de mi sueño, yo y mis pesadillas. 
Afuera, tú y el insomnio.


DE: Y ENTONCES Derechos Reservados Copyright 2020 de Rogger Alzamora Quijano

sábado, 12 de septiembre de 2020

ANIVERSARIO




Muy poca gente, pero el vaho aún pesaba en el aire. Una botella de champaña en la hielera, las copas y el silencio. Una rebelde y un escéptico escarbando recuerdos e impertinencias. 
Horas antes tuvieron que comenzar con las traiciones. Ahora, cuando las pústulas por fin habían sido desinfectadas, ya no quedaba casi nadie en aquél pub de bajo el puente cuyas sombras tragaba el alba.

Alzaron sus copas. En la solitaria pantalla encendida, Eric Clapton decía: with every mistake we must surely be learning. Quizá era tarde para atender el mensaje y solo había que seguir con los ojos el magistral guitarreo de Manolenta.

El sol barranquino les conminó. Se miraron, tomaron sus cosas y salieron. Lejos, allá por Magdalena, cielo y mar eran una misma plomiza gama. 



DE: Y ENTONCES Derechos Reservados Copyright 2017 de Rogger Alzamora Quijano

martes, 25 de agosto de 2020

BORGES RESUMEN DE CONFERENCIAS - LA POESÍA


Jorge Luis Borges nació el 24 de agosto de 1899 en Buenos Aires.
Como parte de los homenajes por los 121 años de su nacimiento, estos fragmentos extraídos de sus memorables conferencias en distintos escenarios del mundo.



Cambiamos incesantemente y es dable afirmar que cada lectura de un libro, que cada relectura, cada recuerdo de esa relectura, renuevan el texto.

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El lenguaje es una creación estética. Creo que no hay ninguna duda de ello, y una prueba es que cuando estudiamos un idioma, cuando estamos obligados a ver las palabras de cerca, las sentimos hermosas o no. Al estudiar un idioma, uno ve las palabras con lupa, piensa esta palabra es fea, ésta es linda, ésta es pesada. Ello no ocurre con la lengua materna, donde las palabras no nos parecen aisladas del discurso.

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Cuando yo escribo algo, tengo la sensación de que ese algo preexiste. Parto de un concepto general; sé más o menos el principio y el fin, y luego voy descubriendo las partes intermedias; pero no tengo la sensación de inventarlas, no tengo la sensación de que dependan de mi arbitrio; las cosas son así. Son así, pero están escondidas y mi deber de poeta es encontrarlas.

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Cuando leemos un buen poema pensamos que también nosotros hubiéramos podido escribirlo; que ese poema preexistía en nosotros.

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Cuando mis estudiantes me pedían bibliografía yo les decía: “no importa la bibliografía; al fin de todo, Shakespeare no supo nada de bibliografía shakesperiana”. Johnson no pudo prever los libros que se escribirían sobre él. “¿Por qué no estudian directamente los textos? Si estos textos les agradan, bien; y si no les agradan, déjenlos, ya que la idea de la lectura obligatoria es una idea absurda tanto valdría hablar de felicidad obligatoria. Creo que la poesía es algo que se siente, y si ustedes no sienten la poesía, si no tienen sentimiento de belleza, si un relato no los lleva al deseo de saber qué ocurrió después, el autor no ha escrito para ustedes. Déjenlo de lado, que la literatura es bastante rica para ofrecerles algún autor digno de su atención, o indigno hoy de su atención y que leerán mañana”.

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Sentimos la poesía como sentimos la cercanía de una mujer, o como sentimos una montaña o una bahía. Si la sentimos inmediatamente, ¿a qué diluirla en otras palabras, que sin duda serán más débiles que nuestros sentimientos?

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He hablado de los idiomas y de lo injusto que es comparar un idioma con otro.

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Tengo para mí que la belleza es una sensación física, algo que sentimos con todo el cuerpo. No es el resultado de un juicio, no llegamos a ella por medio de reglas; sentimos la belleza o no la sentimos.



Borges, Jorge Luis - “La poesía”, conferencia dictada en el Teatro Coliseo de Buenos Aires el 13 de julio de 1977. Publicada en 1980 con el título Siete noches.

domingo, 23 de agosto de 2020

BORGES, RESUMEN DE CONFERENCIAS - ARTE POÉTICA


Jorge Luis Borges nació el 24 de agosto de 1899 en Buenos Aires.
Como parte de los homenajes por los 121 años de su nacimiento, estos fragmentos extraídos de sus memorables conferencias en distintos escenarios del mundo. Comenzamos con esta, ofrecida en la Universidad de Harvard.




ARTE POÉTICA

Es verdad que, cada vez que me he enfrentado a la página en blanco, he sabido que debía volver a descubrir la literatura por mí mismo. Pero de nada me vale el pasado. Así que, como he dicho, sólo puedo ofrecerles mis perplejidades. Tengo cerca de setenta años. He dedicado la mayor parte de mi vida a la literatura, y sólo puedo ofrecerles dudas.

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Pues ¿qué es un libro en sí mismo? Un libro es un objeto físico en un mundo de objetos físicos. Es un conjunto de símbolos muertos. Y entonces llega el lector adecuado, y las palabras -o, mejor, la poesía que ocultan las palabras, pues las palabras solas son meros símbolos-surgen a la vida, y asistimos a una resurrección del mundo.


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Quizá la verdadera emoción que yo extraía de los versos de Keats radicaba en aquel lejano instante de mi niñez en Buenos Aires cuando por primera vez oí a mi padre leerlos en voz alta. Y cuando la poesía, el lenguaje, no era sólo un medio para la comunicación sino que también podía ser una pasión y un placer: cuando tuve esa revelación, no creo que comprendiera las palabras, pero sentí que algo me sucedía. Y no sólo afectaba a mi inteligencia sino a todo mi ser, a mi carne y a mi sangre.

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Estoy orgulloso de ser un discípulo: un buen discípulo, espero y, cuando pienso en mi padre, cuando pienso en el gran escritor judeoespañol Rafael Cansinos-Asséns, cuando pienso en Macedonio Fernández, también me gustaría oír sus voces. Y alguna vez intento imitar con mi voz sus voces para intentar pensar lo que ellos hubieran pensado. Siempre los tengo cerca.

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Alguna vez, cuando miro los muchos libros que tengo en casa, siento que moriré antes de terminarlos, pero no puedo resistir la tentación de comprar nuevos libros. Siempre que voy a una librería y encuentro un libro sobre una de mis aficiones -por ejemplo, la antigua poesía inglesa o escandinava-; me digo: «Qué lástima que no pueda comprarme este libro, pues tengo ya un ejemplar en casa».

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El Corán está escrito en árabe, pero los musulmanes lo creen anterior al lenguaje. En efecto, he leído que no consideran el Corán una obra de Dios sino un atributo de Dios, como lo son Su justicia, Su misericordia y Su infinita sabiduría.

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Shaw dijo: "Creo que el Espíritu Santo no sólo ha escrito la Biblia, sino todos los libros». Es un tanto cruel, evidentemente, con el Espíritu Santo, pero supongo que todos los libros merecen ser leídos. Esto es, creo, lo que Homero quería decir cuando hablaba a la musa. Y esto es lo que los judíos y Milton querían decir cuando se referían al Espíritu Santo cuyo templo es el recto y puro corazón de los hombres. Y en nuestra mitología, menos hermosa, nosotros hablamos del "yo subliminal», del "subconsciente». Estas palabras, evidentemente, son un tanto groseras cuando las comparamos con las musas o con el Espíritu Santo. Tenemos, sin embargo, que conformarnos con la mitología de nuestro tiempo. Pero las palabras significan esencialmente lo mismo.

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Pues el lenguaje cambia; los latinos lo sabían perfectamente. Y el lector también está cambiando. Esto nos recuerda la vieja metáfora de los griegos: la metáfora, o más bien la verdad, de que ningún hombre baja dos veces al mismo río. Creo que aquí existe un cierto miedo. En principio solemos pensar en el fluir del río. Pensamos: «Sí, el río permanece, pero el agua cambia». Luego, con una creciente sensación de temor, nos damos cuenta de que nosotros también estamos cambiando, de que somos tan mudables y evanescentes como el río.

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Aunque no sé si he sido un hombre especialmente feliz (¡tengo la esperanza de que seré feliz a la avanzada edad de sesenta y siete años!), sigo pensando que estamos rodeados de belleza.

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Una vez que lo he escrito, ese verso no hace que yo sea bueno, pues, como acabo de decir, ese verso lo he recibido del Espíritu Santo, del yo subliminal, o puede que de algún otro escritor. A menudo descubro que sólo estoy citando algo que leí hace tiempo, y entonces la lectura se convierte en un redescubrimiento. Quizá sea mejor que el poeta no tenga nombre.

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Puede que no estén ustedes de acuerdo con los ejemplos que he elegido. Quizá mañana se me ocurran ejemplos mejores, quizá piensen que debería haber citado otros versos. Pero, ya que pueden sus propios ejemplos, no tienen que preocuparse demasiado por Homero, los poetas anglosajones o Rossetti. Porque todo el mundo sabe dónde encontrar la poesía. Y, cuando aparece, uno siente el roce de la poesía, ese especial estremecimiento.

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Acabaré con una conferencia llamada «Credo de poeta», en la que intentaré justificar mi propia vida y la confianza que algunos de ustedes puedan depositar en mí, a pesar de esta primera conferencia torpe y titubeante.

Fragmentos extraídos de: Borges, Jorge Luis, Arte poética. Editorial Crítica. Barcelona, 2001. Pags. 15-35. (Seis conferencias sobre poesía pronunciadas en inglés en la Universidad de Harvard durante el curso 1967-1968)

viernes, 21 de agosto de 2020

EL PUENTE




Corrió media cuadra para alcanzar el autobús y lo logró. Desde arriba, me compadecí de ella. Pantalón violeta, blusa rosada, zapatos de taco, cartera negra y notoria premura. A esa hora, el paradero era un infierno. Más allá ya no había otro, hasta cruzar el extenso puente y todavía tres cuadras más abajo, en el Rímac. Ya dentro, comenzó a avanzar en medio del gentío, hasta que nuestras miradas se cruzaron como dos sables, pese a los vaivenes del bruto autobús.

No exagero, era la mujer más bella que he visto en mi vida. Aún hasta hoy, después de haber andado países y continentes y ver extrema belleza y garbo, para mí no hubo ni hay mujer que pueda comparar con Dana, bella entre las bellas. ¿Yo? No era el prototipo de príncipe azul. En aquél entonces estaba más preocupado por encontrar un lenguaje propio y convencido de que podía vivir en un mundo hostil para un escribidor, además anarquista. Por las mañanas vendía planes de sepelio para ganarme el pan y de cuatro a seis asistía al taller de poesía que dictaban en La Casona. Mi escuálida economía no me permitía lujos. Por eso dudé mucho en acercarme a Dana en el autobús. Involucrarme con una mujer no cabía en mi presupuesto. Mientras nos mirábamos sin tregua, yo rezaba para que se bajara pronto, en este paradero, en el próximo, en el siguiente. Y cada vez que el carro echaba a andar, volvía a contar a puro tacto las monedas que tenía en el bolsillo. Pagarle el pasaje significaría quedarme sin un centavo para mañana.

El autobús se fue quedando vacío pero igual, no nos sentamos. Seguimos mirándonos, ahora de muy cerca. A veces ella sonreía, a veces yo pero, aunque ruborizados, insistíamos. Ninguno estaba dispuesto a abandonar la contienda. Así llegamos al último paradero.

—¿Me permites pagar tu pasaje?
—No, gracias…
—Por favor…

Nos fuimos caminando. Hablamos de su vida difícil, de diosa venida a menos. Trabajaba como secretaria y asistenta en la joyería de su tío. Había perdido a sus padres y hermano en un accidente de automóvil y no tenía cuándo ver luz al final del túnel. Vivía con esos mismos tíos, tres calles más arriba de mi casa.

Nervioso e inseguro, yo me limitaba a mirar el camino, sus pisadas, sus zapatos negros, parte de sus piernas envueltas en aquél pantalón de tono violeta que ha teñido mi memoria. También iba mirando nuestras sombras, que por efecto de las luces de los postes se fundían en una sola, se alargaban, apartaban y volvían a fundirse. Cuando cruzamos la avenida, me apuré por invitarla a tomar un café, mañana a las siete. Aceptó, pero propuso que mejor a las seis y media, para ganar media hora. Cuando aún no me reponía de esta última sorpresa, llegamos a su casa. Me dio las gracias por haberle pagado el pasaje y entró. Yo me fui pleno de algarabía y aterrado por la magnitud del desafío.

Las siguientes tres semanas trabajé muy duro para poder pagar los cafés, cines, helados y pasajes de ambos. Pero era feliz. Despertaba, trabajaba, caminaba, almorzaba, siempre feliz. No tenía dinero, pero había recuperado el optimismo, la esperanza. Parecía que por fin iba a poder superar la peor etapa de mis cortos veinte años. Desde que Dana llegó a mi vida, todo volvió a cobrar sentido.

Una tarde, no pude ir a esperarla al paradero. Como nunca, no vender nada me empujó a un feroz remolino del que no pude salir. No cobré comisión. A las siete y minutos llegué al paradero. Dana no estaba. La esperé, hasta crucé el peligroso puente imaginando que me había ido a buscar al otro lado. Regresé. Seguí esperándola, hasta que dieron las nueve.

Al día siguiente era su cumpleaños. Esa mañana del dos de febrero, quizá debido a la presión de la urgencia, tampoco logré vender. Me armé de valor y pedí un adelanto, que mi jefe groseramente denegó: este es un negocio —dijo— no la beneficencia.

Llegué casi a las once de la noche a casa de su tía, con unas flores que había ido arrancando a lo largo de mi caminata. Abrió una señora en pijama -probablemente su tía-. Sudoroso, desarrapado, le pregunté por Dana mientras le mostraba mis flores. Hizo una mueca de desprecio y cerró la puerta sin decirme palabra.
Al día siguiente no fui a trabajar. Me agazapé tras su esquina, la busqué en la joyería, la esperé en el paradero. Nada. Y así cada noche, durante un año, en ese y todos los paraderos de la Avenida Tacna. Empecé a creer que no era real, pero ¿cuál de mis realidades estaba en cuestión, con o sin Dana?

Seis de siete noches sueño que Dana y yo cruzamos el puente. Que drogadictos y criminales nos miran, nos acorralan, nos atacan. A veces nos matan, otras despierto antes.




Fragmento extraído del libro: Y ENTONCES Derechos Reservados © 2020 de Rogger Alzamora Quijano

sábado, 8 de agosto de 2020

PRESAGIOS




La encontré furiosa, y más cuando se percató de que andaba amodorrado y con tufo a Ron Cartavio.

—Así no me vas a besar— amenazó, sin saber que estaba vaticinando el desenlace.

Se llamaba Élida. Era una morena seria, sabrosa, alta, delgada, de ojos marrones. Nos conocimos en el trabajo. Ella era secretaria, yo empleado administrativo. Nuestros escritorios estaban frente a frente y aunque por lo general nos esquivábamos, era imposible no toparnos algunas veces durante el día. Mi mala fama había corrido por cuenta de López, Chunga y Ríos, y todo debido a las continuas llamadas que Élida tenía que recibir antes de pasármelas. En un principio su actitud fue impertérrita, pero poco después pasó a ser hostil. Se dirigía a mí con monosílabos: "oiga", "tome", "llamada".

Una de las pocas veces que el Departamento de Personal en pleno se reunió, fue para celebrar el cumpleaños del gerente, señor Cisneros. Llegué tarde a la fiesta y, para disimularlo, apenas entré le pedí bailar a Nancy, la otra secretaria. Aceptó a regañadientes.

—¿Quién eres tú realmente, Sandro Martínez?— preguntó después de un minuto — No matas una mosca, pero dicen que eres un granuja.

Pensé que era una broma, pero cuando se detuvo y continuó encarándome, dejé mi estúpida sonrisa y le expliqué. Andaba huyendo de alguien que no aceptaba el fin de nuestra relación. Ah, y que no eran varias mujeres, sino una sola que me llamaba y se hacía pasar por varias.

—Pues eso díselo a Élida, porque está a punto de informar a Cisneros, a Herrera y hasta al mismo Teixidor, el Gerente General. Ya no puede más con tantas llamadas. Le quitan tiempo y no está haciendo bien su trabajo. Le han llamado la atención dos veces. Martínez, ponte las pilas porque te van a botar.

Le agradecí por el dato y por bailar conmigo, que en ese momento era bailar con la peste. Fui a tomar el toro por las astas.

Élida estaba sentada charlando con Diana, la secretaria de Gerencia.

—¿Me permites? Le extendí mi mano.

Me miró con estupor. Dudó. Buscó escapar, pero se encontró con los ojos de Nancy.

—Ely— le dijo —necesitas escucharle.

Salimos a la pista. Estaba nervioso y sin saber por dónde empezar.

Al final no fue una pieza, sino tres. Primero me disculpé por afectar su trabajo. Después le convencí de que no era un rufián como ella pensaba. La última salsa la disfrutamos sin hablar. Cuando terminó, y antes de que le pidiera seguir bailando, me dijo que tenía que irse. Faltaba poco para las once. Me ofrecí a acompañarla a tomar su taxi. Aceptó.

Afuera hacía un fresco agradable, así que caminamos hasta la esquina, seguimos otra esquina, otra, y así quince más. Hablamos de todo. De ella, de mí. Nunca hasta esa noche la había visto reírse a carcajadas. Media hora después llegamos a su casa.

Nos miramos sin decir palabra. Hice una venia y me di la vuelta.

—Llega temprano a la oficina, por una vez— le escuché decir.
—Ajá— respondí.

Antes de llegar a la esquina volví la vista. Estaba ahí, mirándome. Me hizo adiós con la mano y entró. Ya no regresé a la fiesta. Me fui caminando hasta mi casa con dos ideas en la cabeza.

Al día siguiente cité a Adela. Estaba decidido. Nos vimos en el café. Ella pidió helados y yo agua. Quería ser breve. Le expliqué por qué no había posibilidad de retomar nuestra relación. Había pasado un año, y en un año toda flama termina en cenizas. Compungida, aceptó. Al cabo de un rato salimos. Nos detuvimos para despedirnos, rompió en llanto. La abracé, para consolarla. Las cosas se calentaron, perdimos el control y acabamos en un hotel de por ahí.

Esa semana y las siguientes no recibí llamadas. Los días pasaron velozmente. Todo tiempo era insuficiente con Élida cerca. Los días siguientes fuimos tendiendo puentes. Nancy se dio cuenta de nuestras complicidades y predijo un romance.

Un sábado fui a casa de Élida. Al escuchar el timbre se asomó a la ventana y me pidió que la esperara un momento. Quince minutos estuve ahí, ensayando cuál sería la forma de exponer mis sentimientos sin que me rechazara apenas comenzar.

—¿Adónde vamos?

Buscamos un parque. Me detuve, le tomé la mano y le dije que la amaba. Élida ya lo esperaba.

Fui feliz a su lado. Era increíblemente natural y sencilla. La amé con todas mis fuerzas. Nos entregamos completamente y sin miedos. En la fábrica, se enteraron. Cisneros me llamó a su despacho para advertirme que cuidara mi trabajo.

Cinco meses después, la ya olvidada voz de Adela sonó al otro lado de la línea. Élida me transfirió la llamada sin disimular su molestia.

Adela fue breve. Estaba en la puerta de la fábrica.

—Solo será un par de minutos— traté de calmar a Élida.

Sí, fueron dos minutos. Adela estaba embarazada.

Esa noche busqué a Coco, le conté y se solidarizó emborrachándose conmigo. El sábado llamé a Élida para decirle que pasaría por su casa a las tres. Estaba enfadada. Yo no lograba controlar mi pulso, de tanto ron barato que había bebido.

— Así no me vas a besar— repitió, con una piadosa sonrisa.

Llegamos al Parque Kennedy. Eran las cinco. La miré profundamente y le conté toda la verdad. Ella no merecía un hombre con tantos problemas. Yo la amaba, pero no tenía derecho… Élida me interrumpió.

—¿Esa es tu noción de amor? No entiendo. Pero si has tomado tu decisión sin escucharme, no voy a esperar a que lo repitas.

Súbitamente estiró su mano, paró un taxi y se marchó, sin que yo pudiera hacer algo para detenerla.

Al día siguiente, renuncié al trabajo. Cisneros me escuchó.

— Lamento decir "te lo dije"— concluyó.



Fragmento extraído del libro: Y ENTONCES Derechos Reservados © 2020 de Rogger Alzamora Quijano




viernes, 31 de julio de 2020

EL BRILLO




No sabes cuántas vueltas ha dado el mundo y en qué recónditos lugares he buscado un poco de paz. Nada puede devolver el tiempo, nada puede reparar el pasado.

Hoy recibí tu mensaje y no pude evitar ver tu foto. Ya no tienes brillo. Aquella chica que me regaló la mejor sonrisa que haya visto jamás ya no brilla. Sin duda eres hermosa y no dejarás de serlo. Tus ojos miel están ahí, tus perfectos dientes resaltan bajo aquella pequeña nariz que me gustaba besar. Tu cabello ensortijado, tus pequeñas manos, tu alma blanca. En la foto estás ante Machu Picchu, la montaña sagrada, hace dos meses. Es una magnífica toma. La majestuosidad del paisaje, la inmensidad, el cielo.

¿Y tú? Ahí estás, pero has perdido el brillo.

Como aquél momento en que te conocí, hoy sentí un remezón al verte. Y como entonces, hoy tuve que sentarme para no perder el equilibrio.

Mi memoria regresa a aquella mañana en la Feria. Después de tomar un poco de aliento y otro poco de osadía, me acerqué y te invité un chicle. Te reíste. Parecías haberlo intuido. No fue difícil acercarme a ti, pese a que tenías fama de arisca.

Aquella misma tarde bebimos un largo café. Sesenta minutos pasaron raudamente, pero el deber pudo más.

Al día siguiente, con los buenos días, me diste un sorpresivo beso en la mejilla. Bailó mi corazón. Y cuando aún no me recuperaba, me invitaste a almorzar en la pensión de tu marca, con todos los demás miembros de tu equipo de ventas. Sería un sacrilegio imperdonable, porque éramos competencia, pero no te importó.

Apenas entramos, y ante el estupor general, me tomaste la mano. Así, atados, buscamos una mesa. Yo flotaba. Pronto empezó el remolino. Vivimos días espléndidos, compartimos todo lo que nuestra precaria economía de vendedores de electrodomésticos nos permitió. Apenas cobrábamos salario nos deslizábamos hasta aquél hotelito, que encontramos tras largas disquisiciones morales. Tuve que rebatir uno a uno tus miedos y tus principios. Finalmente ganó la urgencia.

Nunca tuvimos una pelea que sobrepasara los linderos de la música. Éramos tan distintos. Tú la balada en español, yo la salsa y el rock. Fuimos absolutamente felices hasta con nuestras diferencias. Fuiste derribando mis complejos, mis ratos opacos y mis tragedias. Tú lo iluminabas todo.

La primera vez que te hablé de Borges te dormiste en mi pecho. Después de eso, cada vez que buscabas sueño me pedías que te hablara de libros y escritores. Me encantaba tu desfachatez. Todo transcurrió así, en medio de constante ensoñación y delirio. Cada paso lo dábamos juntos, aunque eso significara el caos.

Tres meses de dicha terminaron cuando te confesé que te había mentido. Me abofeteaste y te echaste a llorar en la penumbra de la discoteca. No dije nada. No encontraba palabras que atenuaran mi felonía. Después de unos minutos te secaste el rostro, tomaste tu bolso y te fuiste. En silencio te vi marchar. Era tu derecho.

Pensé que al día siguiente podría explicarte todo.

No hubo próxima vez. Me cerraste todas las puertas. Nunca más obtuve media palabra de tu boca. Después de un mes de esperarte, de acudir a tu hermana, a tu mejor amiga y hasta a tu jefe, finalmente me di por vencido.

Con aquella mentira te quité el brillo que hoy te falta.

Por eso decidí que tu mensaje debe quedar ahí, en la bandeja de recibidos. Más tarde, cuando recupere algo de valor y cordura, lo borraré y te bloquearé.



Fragmento extraído del libro: Y ENTONCES Derechos Reservados © 2020 de Rogger Alzamora Quijano

viernes, 26 de junio de 2020

UN CABALLO QUE SE FUE



Escribe: Rogger Alzamora Quijano

Mayo de 1980. En medio de la naciente convulsión aparece un suplemento dominical que marcaría historia en el periodismo peruano: el Caballo rojo. Su matriz, Diario de Marka contaba ciertamente más opositores que lectores. El Caballo rojo fue una especie de isla también respecto del Diario de Marka. Se alejó tanto de lo convencional que podía notársele muy lejos de los demás.
Cisneros me dijo en una entrevista que el Caballo rojo había logrado duplicar el tiraje del Diario de Marka los domingos. Y nadie que sepa algo de esta movida de aquellos tiempos lo dudará.


Logo del suplemento el Caballo rojo, de Cristina Gálvez

De lejos se podía identificar en los quioscos el icónico Caballo rojo y bien rojo, creación de la talentosa Cristina Gálvez. Al principio solía detenerme a mirar los titulares, con no poco escepticismo. Poco a poco me animé a comprar uno, aunque el Diario de Marka solo me sirviera para limpiar los vidrios de la ventana. Fui coleccionando cada número. Sí, era denso, como el mismo Cisneros lo describió, pero placenteramente denso. Portadas elaboradas, siempre atractivas, con obras de arte o buenas fotos, páginas a tres o cuatro columnas llenas de disquisiciones filosóficas, poéticas, artísticas, el Caballo era un tabloide que tenía el poco común mérito de capturar el interés del lector desde cualquier ángulo: una entrevista a Genet, un ensayo sobre blues y jazz, elogios de Marilyn Monroe o Bette Davies por Paco Bendezú. Valiosas firmas como la de él desfilaron por el Caballo: Washington Delgado, Javier Sologuren, Cornejo Polar, Marco Martos, César Calvo, Hinostroza, Martínez, O’Hara, Peirano, Balo Sánchez León, Lévano en el área política, Garayar, Carlín, . Doce páginas repletas de información privilegiada. Y ahí nomás estaban el faltoso Tomás Azabache, Monsiváis, Falacci, Galeano, Sontag, nada menos.

Entre la hora y media de ida y la hora y media de vuelta sentado en el Büssing, leer el Caballo rojo era la única forma de salir sin escaras. Pocos años después, los que madrugamos en las larguísimas colas para comprar pan popular y leche Enci en los Mercados Populares, odiamos más al "gobierno" de Alan García porque no pudimos encontrar un Caballo rojo como el que nos alivió del 80 al 83.

Todo tiene su final, reza la salsa. Y el de el Caballo rojo comenzó a agonizar cuando Letts —el mismo que escurrió sus medias en televisión nacional— tomó la dirección, reemplazando a un Cisneros harto de las pugnas internas en Diario de Marka. Compré un número, sin darme cuenta del hecho, y me di de bruces contra la pared. No volví y no he vuelto a encontrar algo parecido en todos estos años. Con el periodismo actual tan pobre en ideas, en talento y en calidad, y con el desfiladero mortal que le espera a la prensa escrita nacional, ya perdí las esperanzas.


Derechos Reservados Copyright © 2020 de Rogger Alzamora Quijano

sábado, 30 de mayo de 2020

CRÓNICA DE UN TERREMOTO


Parte de la Plaza de Armas de Aija, después del terremoto del 31 de mayo de 1970
(Foto: Internet)


Escribe Rogger Alzamora Quijano

Hace cincuenta años, una tarde de mayo, el cielo se volvió tierra.
Hace cincuenta años, la tarde del 31 de mayo, el dolor atropelló la hermosa tarde soleada.
Hace cincuenta años, el 31 de mayo, poco después de las 3 y 20 de la tarde, por alguna razón –o ninguna- la tierra se enfureció con Ancash. Nadie podía entender cómo los paisajes más bellos del planeta se iban convirtiendo en un amasijo de sangre, tierra, agua, llanto, caos, destrucción y muerte.

Los horrendos espasmos duraron 45 segundos. Puede parecer poco tiempo, pero en 45 segundos cien mil vidas se apagaron, otro medio millón se quedó sin techo. Cientos de miles de sobrevivientes fueron confinados para siempre a vivir entre la ausencia y la soledad. Todo un país y parte del mundo se unieron al lamento.

Alguien movió la tierra con furia. Alguien le arrancó un brazo al macizo Huascarán y provocó que su torrente bajara incontenible, rugiendo terrorífico y sepultando la bella y noble Yungay, la ciudad de las cuatro palmeras.

Tras días enteros de hambre e incertidumbre, el cielo de polvo fue recobrando su azul intenso y los rostros la ilusión. Se multiplicaron los planes. Nuevas casas, calles, plazas, mercados, emergieron de los escombros. Las esperanzas fracturadas eran reparadas con ayuda de gentes venidas de ultramar. Aunque hablaban lenguas indescifrables, tenían la llave maestra para abrir los corazones: el amor.

Hubieron también no pocos oportunistas que no dudaron en comerciar con el dolor humano y apropiarse de donaciones y dineros destinados a la reconstrucción.

Hace cincuenta años algunos quedamos en pie, testigos del dolor, el coraje y el inexcusable crimen.



Dedicado a la memoria de Miguel y Wattó Antúnez.


Estábamos por estrenar la casa nueva. Una casa que a mi madre le había tomado cuatro largos años construir. Esa misma tarde, en la canchita de “Santa Rosa”, se jugaría el habitual duelo a muerte: Alianza - U. Yo prefería ir a “Santa Rosa”. Mamá dijo que no.

A las dos estaba tendida mi cama, lo demás era cosa de colocar los interruptores de luz. En la radio, la voz de Oscar Artacho dibujaba el escenario del partido inaugural de México-70, al que todo Perú asistía emocionado. Aija tenía su representante: el médico del pueblo, el doctor Guido, estaba en tierras aztecas para asistir al magno evento. La potente voz de Artacho no pudo cambiar el insípido sabor del México-URSS, partido inaugural. Solo el bullicio del estadio lograba animar a los escuchas.

Comenzábamos a desempacar las ropas, cuando un remezón nos hizo bajar corriendo del segundo piso. Tras una leve pausa, que pareció poner fin al sismo, este se reavivó con incontenible furia. Agazapada en el dintel de la puerta, mi madre, le rogaba a mi abuela, atrapada en la vieja casa de enfrente.

—¡No salgas mamá! ¡Quédate ahí!

La grita pavorosa llegó desde los confines, mientras nuestra casa nueva se abría por el vértice que daba a la calle Maravillas. Antes que se cerrara, pudimos ver el otro lado de la calle. Ese lapso interminable, de brutales sacudidas horizontales y verticales duró escasamente 45 segundos. Tos y ceguera. El rumor amenazante llegaba y se iba con un eco interminable. Aire y sol se volvieron grito y llanto. Mi madre esperó aterrada el apocalíptico minuto protegiéndome, y cuando sintió que la tierra se calmaba, cruzó la montaña de piedras, tejas, adobes, postes y cables eléctricos para rescatar a mi abuela. Luego, tomó su radio a pilas, su monedero. Salimos a la calle, lo más parecido al escenario de un bombardeo. Mamá cargó sobre su espalda a mi abuela de setenta años. Estaba dudando sobre adónde ir, cuando oyó a don Miguel Antúnez tratando, lo más serenamente posible, de organizar la evacuación. El rumor indescriptible que había iniciado segundos después del terremoto se hacía más evidente. Nadie sabía qué era ni de dónde venía. Parecía la moribunda bocina de un barco a la deriva. Lo más seguro era hacer caso a don Miguel.

—¡Se viene el agua! —gritaba con autoridad-. ¡Todos a la Plaza, a la Plaza!

Mi madre me preguntó.

—¿Agua? ¿De dónde?

No pude responderle. Solo se me ocurrió que del fin de mundo. Era la única explicación para un niño de 11 años como yo.

La gente fue llegando a la Plaza. Hasta hoy no puedo olvidar el rostro de una mujer que llevaba en un brazo a su bebé muerta y en el otro a su hija gravemente herida. En lo más profundo de su dolor, aun guardaba esperanza.

—¡Arriba! ¡A la avenida! ¡Arriba! ¡La Plaza se hunde! ¡La Plaza se hunde!

Otra vez mi madre, con mi abuela a cuestas, esta vez acometiendo la cuesta.


El cielo completamente oscurecido por el polvo que se estacionó sobre Aija, provocó que las primeras informaciones acerca de la tragedia dieran a Aija por borrada del mapa. Ramírez Lazo lamentaba que apenas hubiesen sobrevivido treinta personas. Recogidos en la Avenida Buenos Aires, escuchábamos en Radio Victoria la relación de sobrevivientes. Mi abuela midió el tamaño de aquella noticia: Ya estamos muertos.

Aquél crepúsculo repentino, aquél ocaso terrorífico, duró cinco días. Los helicópteros se aproximaban y al ver solo polvo sobre Aija se iban. Ilusos, nosotros abajo gritábamos con todas nuestras fuerzas, a ver si lográbamos su atención.

Aquella primera noche, entre réplicas que parecían tan brutales como las del gran terremoto, nos prestamos unos a otros cobijas y palabras de aliento. En mayo las noches son heladas y durísimas. Al filo de las nueve, el ruido de un motor nos sobrecogió. Era la camioneta de don Wattó Antúnez, quien con su ahijado Carmelo habían logrado despejar con sus propias manos la ruinosa carretera, para poder retornar. Contó que se dirigía a Huaraz con su cargamento de leche fresca, cuando el terremoto lo sorprendió antes de cruzar el puente Pallqa.

Apenas bajó de su carro, don Wattó juntó unos cuantos hombres para descargar las dos docenas de porongos de leche. Alguien proveyó una olla grande para hervir la leche en plena avenida. La leche caliente y el fuego del fogón amainaron el frío y el hambre, gracias a don Wattó. Al día siguiente, un comerciante de mandarinas siguió el ejemplo y repartió gratuitamente a todos la tonelada de fruta que contenía su camión.

Poco a poco, la tierra dejó de temblar y algunos pobladores fueron regresando a sus casas. La mayoría, que sufrimos grandes daños en las nuestras, nos quedamos unos meses más viviendo en improvisadas carpas, en la Avenida Buenos Aires.

Había pasado una semana cuando, alrededor de las siete de la noche, una explosión remeció la ciudad. Otra vez el caos y el pánico se adueñaron de nosotros. Se trataba de un vómito de lodo negro, que se originó en las faldas del Imán Hembra, y que discurrió sobre el cauce del riachuelo que corre por la quebrada que separa Paqos de Buenos Aires. El tránsito se cortó por algunas semanas debido al fango.

El cinco de Junio un helicóptero se aproximó en el horizonte, pero se sintió intimidado por la enorme cresta de polvo que aún ocupaba el cielo, y se fue. Dos días después, por fin pudimos ver el legendario cielo azul aijino. Esa misma tarde, un helicóptero brasileño descendió en “Santa Rosa”, en medio de vítores y lágrimas.

Al día siguiente llegó desde Ciudad de México el doctor Guido, quien propuso organizar comisiones. Una de ellas recibió el encargo de ir a la iglesia, a rescatar al Patrón Santiago. El estado de la iglesia luego del desastre hizo presagiar lo peor. Sin embargo, y ante el fervor general, los encargados acompañados del párroco, trajeron intacto al Apóstol. Durante la misa, oficiada en un improvisado altar en plena Avenida Buenos Aires, la gente lloró a gritos. No era clamor, era gratitud. Pese a la gran destrucción, había que agradecer que hubiesen pocas víctimas en esta ciudad de calles estrechas y caprichosa geografía. 


Los siguientes días y semanas, la solidaridad internacional se hizo presente y fue de gran ayuda, a pesar de las autoridades del gobierno militar de aquél entonces, que tomaron ventaja de sus cargos públicos para abalanzarse sin rubor sobre donativos materiales y monetarios (una recurrente broma se hizo costumbre: uno para la JAN, otro para Juan, refiriéndose a la Junta de Asistencia Nacional, organismo supuestamente creado para canalizar la ayuda y presidido por Consuelo Gonzales, y a Juan Velasco, su marido y presidente de la Junta Militar).

Solo un botón de muestra: Un día nos reunieron a todos los escolares en plena avenida. Era para comunicarnos que Aija había recibido de un lugar que nadie conocía, Aruba, la donación de 200 teléfonos semiautomáticos. Emocionados, aplaudimos con justicia a la generosa isla caribeña. Jamás supimos dónde fue a parar aquél donativo, cuyo beneficiario claramente especificado, era Aija -como se leyó en el documento-. Ya podemos imaginar cuántos donativos nos birlaron impunemente.


Derechos Reservados Copyright © 2020 de Rogger Alzamora Quijano

jueves, 7 de mayo de 2020

LA HISTORIA



Liena caminaba por el puente Washington, recordando su lejana patria enferma de hipocresía y envidia, que en el fondo añoraba.

Al otro lado del planeta, Axel limpiaba sus rozagantes anturios cuando oyó el teléfono. Risas van llantos vienen, hablaron con hambre y premura, como si se les diluyera la vida. 

Horas más tarde, esta vez una videollamada encendió definitivamente la pradera. No se dieron cuenta de la fatal encrucijada que les esperaba. Emboscados por la necesidad, no hicieron nada para evitar beberse sorbo a sorbo, sin percatarse que con sus besos se incrustaban también las esquirlas de sus pasados dispares. Y es que la pasión puede perfectamente disfrazar la ruina.

Ha pasado mucho tiempo, pero quienes los conocen aseguran que todavía se detienen a mirar cómo sus fragmentos vagan en el espacio.




Fragmento extraído del libro: Y ENTONCES Derechos Reservados © 2020 de Rogger Alzamora Quijano

lunes, 27 de abril de 2020

EL INMORTAL


No señor, se equivoca.

Lo conozco mucho más que usted. A él la vida le dio la espalda, ahora él se cobrará la revancha. Sepa usted que su madre murió mientras él nacía y su padre no lo supo, por andar de tocachín. Debió llamarse Andrés como su abuelo y le pusieron Juan, como el padrino al que terminaría odiando. Ni siquiera había cumplido seis años cuando le hicieron responsable de las cuarenta cabras del padrino. Aún así, se daba tiempo para ayudar a Melchora a cocinar el arroz, servir la comida y lavar los platos. Era un buen cantante, aunque en el coro de la iglesia siempre le negaran el Mi. Cursó la primaria como el mejor en matemáticas. He de contarle, además, que en segundo de secundaria vio morir a Marisa, aquella niña pecosa que había conocido durante el baile de la primavera. Poco después, a los catorce,  rechazó la oferta del padre Du Bois que quería llevarle con él a Bruselas. Yo lo conocí en los tiempos en que aún dormía en los canastos de la trastienda del mercado de frutas. Él con el violín y yo con ta guitarra, solíamos cantarle a la alevosía, mientras nos emborrachábamos con mezcal de noventa y sal de gusano. Así era él de leal. Silencioso, arisco y cauto, Juan siempre se enfrentó a su destino. 

Ahora todos se creen con el derecho de juzgarlo. No señor, ni usted ni nadie lo conoce como yo. Creen que nació de pie, que todo le llovió del cielo. Haber vivido setenta años es una proeza para alguien como Juan. Y por eso mismo, se ha ganado el derecho de celebrarlo a su manera: con la muerte. Porque a un destino esquivo y traidor como el suyo, no se le concede nada.



Derechos Reservados Copyright © 2020 de Rogger Alzamora Quijano

domingo, 19 de abril de 2020

PRODUCTO GARANTIZADO



Escribe: Rogger Alzamora Quijano


Después de diez días se acabaron las provisiones.
Desde la última vez que saliste han cambiado mucho las cosas. Los muertos se multiplican, los contagiados mucho más, las tragedias te conmueven (¿llegará el día que ya no lo hagan?). Debes tomar todas las precauciones. Sólo confiar en lo que tú haces para escapar del virus maldito. Nadie -tampoco el Estado- va a mover un dedo si te contagias.

Desconfía de todos, del transeúnte en las calles, en la fila de los supermercados. No hables con nadie. Nada directamente. Si preguntas algo, te responderán con muecas o mímicas. No te mirarán, no te querrán cerca (y nunca estarás demasiado lejos).

Luego de tres horas de hacer la fila, cuando por fin te toca entrar al supermercado, sientes que te empuja la necesidad y el miedo te aplasta. Debes comprar rápido, al precio que fuera, donde no haya demasiado tumulto, concentrarte en no ponerte las manos en la cara, de no apoyarte, de no permitir que el otro se aproveche de tu prudencia para despojarte de los tomates o las espinacas. Todo eso mientras miras, cotejas, tachas o eliminas de tu lista de pedidos, escrita en papel o en el celular (aquí, además debes pelearte con la pantalla que no reconoce tu tacto velado por un guante de látex).

Pagas y te vas. Cuando llegas a casa, debes activar los demás protocolos, al entrar, al abrir la puerta, al cerrarla. Caminar cuidadosamente y despojarte de tu vestimenta, quitarte los zapatos, desinfectar todo lo que haya sido tocado por los dependientes y cajeros. Una hora después, todavía sigues remojado en cloro y detergente, trapeando el piso por donde entraste. Después, completamente extenuado, deberás entrar a por un largo duchazo que te asegure completa asepsia.

Nunca imaginaste que China pudiera ser capaz de producir algo tan jodidamente duradero.

¿Parece chiste? Pues no lo es.



De: CRóNICAS EN LA PANDEMIA Derechos Reservados Copyright 2020 de Rogger Alzamora Quijano

jueves, 16 de abril de 2020

ESCENARIO DEL MIEDO

Como si una mano invisible nos hubiera borrado de las calles, de pronto las ciudades se convirtieron en escenarios del miedo. 
¿Cuándo recobraremos la naturalidad al caminar sin sospechar del transeúnte que viene o va demasiado cerca de nosotros? Quizá nunca. ¿Cuándo volveremos al saludable y edificante hábito de abrazar y besar sincera, cálida, emotivamente a los nuestros? Quizá nunca. ¿Quién nos devolverá al punto que nos vimos avasallados por los noticieros de la muerte y dejamos nuestros proyectos inconclusos? ¿Quién nos despertará de la pesadilla de ver a nuestros muertos partir sin siquiera un adiós? 

Pocas o ninguna respuesta. Desconfiamos de la palabra futuro, no hablamos de eso. Si llegáramos algún día a retozar otra vez en una playa, ¿el mundo será mejor? ¿O estaremos apaleados por el recuerdo y entumecidos por tanta tragedia? Si la esperanza es lo último que se pierde’, no nos cansemos de esperar. Si es verdad que el futuro comienza con un sueño, despertemos para matar  la pesadilla.

En los quince años de terrorismo e hiperinflación, buena parte de los jóvenes de entonces vimos truncados nuestros futuros. Temo que en estos tiempos de coronavirus, los jóvenes estén perdiéndolo también. La incertidumbre sumado a la incompetencia de los gobernantes, están precipitando ese desenlace. 

Luego de más de cuatro meses, el panorama empeora. Entre las imágenes del aterrador desfile de cadáveres sin nombre y la urgencia de los más pobres por buscar cómo sobrevivir nos debatimos cada día, sin asomo de luz para esta interminable y terrorífica penumbra. Es obvio que los gobernantes son ajenos al hambre. Ellos comen a sus horas, mientras cómodamente aguardan que esto pase, para emerger como los nuevos ricos de este pobre país.



De: LOS DEMONIOS DE LA PANDEMIA - Derechos Reservados 2020 de Rogger Alzamora Quijano

martes, 7 de abril de 2020

CALLE DEL CODO


CERCA DEL CONVENTO


—Ahora será diferente— le digo.

Intento abrazarla. Me rechaza.

—¿Quieres que me vaya?

Asiente.

Ante la Torre de los Lujanes un guía gesticula para un grupo de turistas. Pasamos de largo. Ambos llevamos la vista hundida en el suelo, pero no es difícil imaginar que se le rebalsan los ojos. Intenta decir algo, pero termina tragándose el nudo en su garganta. Me detengo. Doy media vuelta y enfilo hacia Calle del Codo. Al fondo, el Convento de las Carboneras me recuerda nuestro primer beso. Éramos unos críos que apenas sabíamos besar. Y allí mismo fue también el último intento.

—Amo a Juanjo.

Hay muy pocos pasos entre la ilusión y la derrota.

Todavía pudimos caminar juntos, por esta breve calle donde no es fácil evitar el contacto. Lori lo logró. Puso miles de kilómetros entre los dos, en los escasos tres metros entre pared y pared. Calle del Codo. Muchas veces, como hoy, reclamé su estrechez para sentirme adormecido en su penumbra.

Juanjo debía estar en el café, esperándome para cerrar caja y largarse.

Entre Lori y Juanjo todo había empezado mal. La devoción de ella no cabía en la impostura de mi amigo. Yo quiero a Juanjo —somos como hermanos— pero es la verdad. Aquél día su ego pudo más. Desde que supo que Lori me había terminado, la tuvo entre ceja y ceja. Las locuras suelen ser inimputables, mas no cuando ponen en juego tres vidas quebradizas.



ENTRE DOS ESQUINAS


—¡Cariño!— Laura gritó desde la esquina.

Me congelé. ¿Acaso no tenía que estar en su oficina? Le devolví el saludo. Me aseguré que Lori estuviera ensimismada en los zapatos, y fui a por Laura. Cuando llegué, ya no estaba. Me volvió el alma al cuerpo. Para matar las dudas, me quedé en esa esquina por media hora, oculto por si Lori me buscaba. Media hora. No fue poco. En media hora hasta el más tozudo renuncia. En media hora el desconfiado recupera la seguridad. En media hora el minutero ha dado treinta vueltas. No fue poco tiempo.

Convencido de haber recuperado el control, regresé a la zapatería.

—¿Qué pasó? Envié más de veinte mensajes. Necesité tu opinión.
— Perdóname. Sentí un cólico y me fui a los sanitarios.
—¿Te gustan mis nuevas botas?
—Son hermosas. Serán mi regalo de navidad.
—De ningún modo.

Me acerqué hasta rozar su oreja.

—Por favor...

Cuando recuerdo ese momento quisiera no haber nacido. Laura estaba ahí ¿cuánto tiempo antes de ponerse en evidencia?

—Buenas... - su voz tembló.

No me moví. Sentí que preguntaba algo banal a la dependienta. Lori me dijo después, que me notó paralizado y sudando copiosamente. Le asustó mi palidez. Tenía razón, se me nubló la vida entera.

(Juanjo debía saber que Lori tiene un sentido del peligro que la previene apenas detecta el mínimo sismo. Nació con eso.)

Por la noche llamé a Laura. Antes que pudiera decir media palabra, me advirtió que me daría tres minutos, ni uno más, que después despareciera de su vida. Pero fue ella quien desapareció sin dejar rastro. Dicen que se fue a empezar de cero en algún lugar de América.


Juanjo me mira y se diluye en el silencio.



CALLE DEL CODO

Unos meses después de la ruptura, Lori vino a refugiarse, aun sabiendo lo riesgoso que es para mí su cercanía. Pasó lo que pasó y ahora estoy aquí, en Calle del Codo, mi muro de las lamentaciones. Aquí, donde recaigo siempre que busco soslayar otro fracaso. Calle del Codo, con su habitual penumbra, nunca más propicia que hoy. Me sostengo en la reja que con su herrumbre ofende la legendaria puerta donde Quevedo respondiera al infortunado inquilino. Debo tomar fuerzas, llegar a Plaza Menor y de ahí a Tirso de Molina. Ya sobre el tren, será más fácil recordar adónde voy.




Fragmento extraído del libro: Y ENTONCES Derechos Reservados © 2020 de Rogger Alzamora Quijano

viernes, 20 de marzo de 2020

EDAD DE LA CARENCIA




Si extrañas darle un abrazo.
Si la nostalgia por un beso
te asalta sin tregua.
Porque un abrazo colma los sentidos,
y un beso llega hasta el alma.
No desesperes.

Hay formas,
en estos tiempos de reclusión.

Acércate
con la memoria de vuestros mejores momentos.
Dedícale un dulce pensamiento,
que le haga sentir
que el amor desborda la distancia
y la materia.

Busca alguna foto
donde una sonrisa, un lugar
o un detalle misterioso
os haya legado complicidad
para el resto de los tiempos.

Acaricia, una a una,
vuestras decenas de canciones.
Engáñale al corazón.
Colma de armonía su recuerdo.

Llámale por teléfono.
Busquen juntos
todos los sinónimos de porfía.

Júrale
que cuando las calles vuelvan a cobrar vida
y se haya disipado la borrasca,
le llevarás hasta su puerta
todos los abrazos y besos
que apilaste en la edad de la carencia,
Y se los darás sin cuidado.

Porque un abrazo colma los sentidos
y un beso llega hasta el alma.
Porque el amor trasunta la distancia
y la materia.

Porque el amor vence todos los miedos.



Derechos Reservados Copyright © 2020 de Rogger Alzamora Quijano

miércoles, 19 de febrero de 2020

PICTURA



(Foto: Acuarela de Rogger Alzamora Quijano)




INICIO

Antes de llegar a la esquina de Victoria con Maravillas
toma un pedazo de ánimo
y busca los hombros de los imanes.

Podrás ver sobre ellos el plomizo resplandor
en el cuaderno de tu designio.

Camina hacia la plaza, que todavía se mece
sobre los ecos de la madrugada.

En la primera hoja traza un gris y dos celestes,
bajo el mitema.

Junto al árbol deja tu alma,
cuando la primera luz la esté desvelando.

Bebe su delicia.
Siente el cálido tránsito en tu helada garganta.

Tómate tu tiempo.
Luego, cierra la página y abre la siguiente.



UNO (AUSTRAL)

Desde el centro de la plaza, mira hacia arriba.

Las casas se desperezan con festivas columnas de humo
que pregonan el desayuno.

Los techos entumecidos se adhieren a la luz.

En ese momento,
coloca cuidadosamente sobre la escuela,
dos trazos verde esperanza. Tenues,
que conjuguen con el amarillo indio
de las empinadas calles.

Que no hieran los ideales ni el apacible despertar.

Luego, en improvisado rito,
exhala, cierra los ojos y siente el aroma a tierra,
a cebada tostada, a cedrón.

Marca la página con una flor.



DOS (PONIENTE)

A la derecha,
brama el sordo motor del autobús.

Para los audaces se recomienda
un azul metálico, poco y grueso óleo sin trementina.

Bordes promesa
y trinitarias amarillas en fondo púrpura.

Así suele describirse el adiós transitorio
previo al oeste ilusión.

Más tarde, cuando el destino haya cuajado,
se abrirán los demás tonos y aromas
en un mismo jardín.


TRES (ORIENTE)

Vuelve la mirada,

y después de la vieja iglesia,
busca en la cumbre los negros y vigilantes ojos.

No niegues tu propio asombro ante la magnitud.

Por siglos, quienes han pasado por aquí, han sentido lo mismo.

Mudez, turbación y dicha concurren invariablemente,
frente a este trozo de gloria.

Se recomienda cautela.

Hasta el mínimo trazo de blanco titanio,
con toda su delicadeza,
podría romper la fascinación.



CUATRO (BOREAL)

Brama el río.

Asómate a los balaustres de la plaza.

La otra banda,
la carretera, las vacas, las chacras,
el nostálgico puente bajo el molino.

Esta abstracción exige matices madera, bronce, esmeralda
y ultramar.

Importante: usa espátula y decisión.

No cierres los ojos. Mastica y deglute poco a poco.
Que tu hambre de asombro se sacie con gratitud.

Después de que aire y sol te hayan inundado,
toma el vértice de la hoja,

siéntate en la glorieta,
a recuperar aliento y pulso,
sensación y memoria.



FINAL

En la última página escribe Aija.

Traza un línea divisoria.

Ambos platos deberán pesar igual.

Donde haga falta ponle un poco de sol,
de azul, o de ocaso en tiempo de estío.

No censures ninguna letra,
no suprimas ningún momento,
no transgredas ningún color.

El azafrán de sus crepúsculos,
los gualdos portentosos de sus cereales,

el violeta singular de sus campos,
el almíbar de sus tiernos vientos,

sus cumbres bizarras y soberanas,
la afable neblina de sus marzos...

Todo es irremplazable.

Después, créelo, ya puedes continuar.




Derechos Reservados Copyright © 2020 de Rogger Alzamora Quijano

martes, 4 de febrero de 2020

MAS ALLÁ DE LOS SUEÑOS





Para el que mira sin ver, la tierra es tierra nomás.
Atahualpa Yupanqui

Escribe: Rogger Alzamora Quijano



¿Qué música está sonando? pregunté. Me alcanzaron la tapa del disco: Cem Karaca. Llegando a casa comprobé que Estambul no estaba cerca, pero tampoco demasiado lejos de Praga. Ahí comenzó.

En el tiempo que tengo la fortuna de viajar, nunca he comprado paquetes turísticos. Prefiero viajar por mi cuenta, planificando yo mismo cada detalle. Primero hago una lista de prioridades y el resto lo adapto a ella con flexiblilidad. Si eres dueño de tu viaje, eres dueño de tu libertad.
Esta vez Estambul, Granada y Milán serían cabezas de playa y, alrededor de ellas, nuestras ciudades favoritas de Europa. Partiríamos de Lima a inicios de junio, en plena temporada alta europea, entonces había que planificar con anticipación.
Por lo general, cuando estoy ante la puerta de embarque en el Jorge Chávez, minutos antes de entrar al avión, siempre me doy un momento para reflexionar en cuántas cosas han tenido que pasar después de comprar los pasaje. Ahora hay que ir adelante, mantenernos alerta, evitar los errores, los riesgos innecesarios y cuidar la salud.


MILÁN ES LEONARDO

Pisamos tierra lombarda alrededor de las ocho de la mañana. Fieles a nuestra costumbre de usar servicio público para trasladarnos, compramos nuestros boletos del tren que nos llevaría a Milano Centrale para, de ahí conectar con Giambellino, muy cerca de la casa de Rosita, a quien abrazamos largamente con todo el cariño acumulado en dos años de ausencia. Vencer el jet lag los primeros tres días fue menos difícil gracias a las atenciones de Rosita y a nuestros sucesivos asombros ante El Duomo, La Scala, La Última Cena, Pinacoteca de Brera, entre otros. Luego, al final de nuestro periplo, regresamos para completar los momentos recortados a Rosita. Naviglio Grande, Castillo Sforzesco, Museo de Arte Antiguo, tarde de aperitivos, caminar, unas cervezas y gozar la alegría de Francesca cantando "La mía mamma mi diceva". Tiempo para ellos y nosotros, tiempo de nostalgia, antes de volar de retorno.



NO HAY VENECIA SIN TI

Seis de la mañana del cuarto día, tomamos el primer tren a Venecia, la ciudad que mi madre no llegó a conocer. Sus calles únicas, puentes (no sobre góndolas, traghettis ni vaporettos). Tres descansos, almuerzo de gambas y carpaccio un par de Spritz y Bellinis. Nueve horas que respiramos los aires de “La reina del Adriático”, rumbo a la asombrosa Plaza y Basílica San Marcos. Es imposible no conmoverse ante su fachada bizantina y, en la galería interior, ante la legendaria Cuadriga Triunfal, saqueada de Constantinopla durante la IV Cruzada (año 1025); la fastuosa Pilastri Acritani, la Cúpula del Génesis y un largo etcétera de historia y arte reunido ahí. Cuando retornamos a la Estación de Santa Lucía, ya llevábamos esculpidas en las retinas Plaza San Marcos, Gran Canal, Palacio Ducal, Plaza Roma, Puente Rialto, La Fenice, las huellas de Vivaldi, Rubens, Velásquez, Tiziano, Tintoretto, Marco Polo, el carnaval.
Venecia es increíble, preciosa, sorprendente. Otros se quedarán a dormir una o más noches allí. Nosotros preferimos caminar Venecia por nueve horas. Lo aseguro, nada como eso. Servido Agustina.



MADRID INCOMPLETA, TOLEDO CERVANTINA

Barajas, nueve de la noche, vía Ryanair.
El metro madrileño desde el aeropuerto es excelente, rápido y económico. Con nueve euros compramos las tarjetas de tren, destino Estación Nuevos Ministerios, de de ahí a Estación Chueca, a quinientos metros de nuestro apartamento. Luego de recibir las llaves buscamos dónde matar el hambre. Descubrimos LiliBistro Food&Wine en Hortaleza 30, a veinte metros de nuestra casa y de la Gran Vía.
Madrid y nosotros nos debemos más días una próxima vez. Es una ciudad que merece verla y caminarla mejor. Muy pronto ya estábamos en el tercer día y había que tomar el autobús para un full day en Toledo. Desde Plaza Elíptica partimos con ALSA a las 6:00 am. Hora y media después estábamos ante la Puerta de Toledo. Minutos antes, en un patio de comidas pedimos café y salchichas con papas fritas para darle contento al estómago y empezar el día en la ciudad predilecta de Cervantes.
Toledo nos atrapó muy rápido con sus calles íntimas, sinuosas y empinadas —que me recordaban las de mi pueblo— atiborradas de arte, arquitectura e historia. La “Ciudad de las tres culturas” nos recibió solemne, con el Alcázar, Santa María la Blanca, la mezquita del Cristo de la Luz, legendarios óleos de El Greco, entre otros tesoros. Nos alejamos de los numerosos grupos de turistas, para sentir en los pies y los sentidos el pasado de esta preciosa ciudad, el silencio y pulcritud de sus calles, las flores asomando de las macetas colgantes. Ese es el impagable plus que se logra viajando por cuenta propia, puedes tomarte tu tiempo, sentarte, detenerte donde te capturan las sensaciones y descartar lo que no te apetece.
Siete horas más tarde, y cuando el sol se apiadó de nosotros, caminamos hacia la estación de autobuses, bordeando el Río Tajo, en compañía de una libanesa de nombre Duha, de impecable chador verde esmeralda, que no hablaba español y habíamos conocido en el Alcázar. Duha era natural de Tiro, y se ganó nuestra simpatía al compartir muestras de su ancestral cultura. A modo de despedida, nos pidió unos selfies ante el Puente de Alcántara.
Al día siguiente, en Madrid otra vez, acudimos al ya reservado tour gratuito Sandemans Madrid. Nuestro guía se ganó merecidas propinas al hacer un gran trabajo por casi tres horas.
Por la tarde acudimos al Museo Del Prado hasta el cierre. Al día siguiente muy temprano debíamos partir a Barcelona a bordo del tren AVE Renfe. Recomendado.



BARCELONA ES GAUDÍ

En Barcelona elegimos la ruta de Gaudí. Desde el aeropuerto hasta la Estación Sants. De ahí seis estaciones a Liceu, muy cerca de La Boquería, donde estaba nuestro hotel. Sagrada Familia, Parc Güell, Ballesguard, Casa Vicens, Palau Güell, Casa Museo, Casa Batlló, La Pedrera, Pavellons, Teatro, Cripta y todo lo que guarda la huella del genio catalán, nos ha maravillado. Completamos con la Escuela de la Llotja en Plaza de la Verónica y Avinyó, Museo Picasso, Barrio Gótico, San Felipe Nerí, Glòries, Paseo de Gracia, Palacio de la Música Catalana, Mercado de San José, Fundación Miró, Plaza Sant Jaume... y la lista no acaba aquí. Al día siguiente, por la mañana acudimos a la cita con nuestro guía gratuito de Sandemans y por la tarde subimos en teleférico hasta la montaña de Montjuic, desde donde se puede ver Barcelona y el Mediterráneo. Aquella última noche nos fuimos de tapas, sangría, agua de valencia y lo que nos cayera a pelo, no en La Rambla —demasiado turística para nuestro gusto—, sino en Vila de Gràcia, movida y bohemia. Si el monumento a Colón y el Arco del Triunfo no nos impresionaron, la Sagrada Familia fue el culmen. La fascinación al descubrirla, rebuscar sus enmarañados mensajes requieren largas horas de contemplación interior y exterior. La noche del quinto día dijimos adiós y volamos por hora y media a Granada.



BUSCAR EN GRANADA

Cuando el shuttle nos dejó a tres calles de nuestro hotel, la ciudad ya estaba alborozada. Casi medianoche, estábamos en Granada, donde yo tenía importantes tareas pendientes (ver mi post).

Nos alojamos en Plaza de Los Campos, a diez minutos a pie de la Cuesta de Gomérez, uno de los accesos a La Alhambra («qa'lat al-Hamra'», Castillo Rojo, año 1238), antigua colina de Sabika. Después de un reparador descanso y desayuno, emprendimos la travesía alrededor de las 8 de la mañana. Había que aprovechar el día. El sol estaba fuerte, pero las sombras de las callecitas y la generosa vegetación de la ruta aliviaron mucho. Después de atravesar Puerta de las Granadas y una breve parada en el Pilar de Carlos V, llegamos a la Puerta de La Justicia (año 1348). Diez horas nos tomó recorrer lo más minuciosamente posible este mágico lugar que de algún modo intenso me conecta con mis raíces. Cuando comenzamos a subir las escaleras de salida en El Generalife, no nos percatamos del agotamiento físico. El éxtasis que nos invadió aquél día no se irá mientras vivamos. Es imposible describir la monumental obra andalusí: palacios, fortaleza, paisaje, jardines, arquitectura, historia, arte, cortan la respiración y remueven los sentidos. El Mexuar, Palacio de los Comares, Patio de los Arrayanes, Salón de los Embajadores, Patio de los Leones, los más de diez mil textos en árabe clásico registrados en paredes, techos puertas, columnas, alféizares; la yesería, cerámica, maderas labradas e incrustadas delicadamente; la profusa caligrafía cúfica, hornacinas, columnas de fuste cilíndrico con anillos, capiteles de dos cuerpos decorados de ataurique, las bóvedas de mocárabe, capiteles azules, techos con pinturas doradas, zócalos con azulejos, techos y albanegas labrada; la inenarrable cúpula de mocárabes de la Sala de las Hermanas —alguien la describió como “una flor de exquisita riqueza”—; los doce leones de mármol surtiendo la fuente dodecagonal, 124 columnas de mármol blanco con sinfín de detalles y arquivoltas de mocárabes, son algunas huellas de la delicada arquitectura nazarí que no dejan en paz el asombro. Enseguida, cruzamos enfrente. El Generalife o Yannat al-Arif (jardín del arquitecto, año 1302). El Patio de la Acequia —idílicos 50 metros de largo por 13 de ancho—, la Sala Regia --desde cuyo mirador se encarece la espectacular vista hacia el Darro, Sacromonte y el Albaicín. El Patio del ciprés de la Sultana, la Escalera de Agua, el Paseo de las Adelfas, un largo etcétera de perplejidad. El Generalife es el jardín de los jardines o como dijo el poeta Ibn al-Yayyab “Las manos de sus creadores bordaron en sus lados / bordados que parecen flores”.
Cuando llegamos al hotel se dibujaban las primeras sombras de la noche veraniega. Eran las diez. Nuestro conteo de actividad física en el celular, indicaba que aquél día habíamos caminado 19.8 kilómetros. Ver eso nos dio cuenta del cansancio.
Tuvimos tres días más en Granada, antes de dirigirnos a Málaga.




SIETE HORAS EN MÁLAGA

La tierra de Picasso nos recibió con un ardiente sol, en gran medida dominado por la brisa del Mediterráneo. No obviamos la casa, ni el museo, la escultura, las tiendas, ni nada relativo al genio del cubismo, después de pasar brevemente por los restos de un coliseo romano. Tres horas después encontramos a nuestro amigo, un escritor malagueño, en un fresco y céntrico café. Charlamos por una hora, antes de llegar al Centre Pompidou para una interesante muestra de arte moderno. A las ocho subimos al bus que nos llevó al aeropuerto. Final en tierras españolas.




DRESDE, LA FLORENCIA DEL ELBA

Diez de la noche. Abordamos la checa Smartwings Airlines, rumbo a Praga. Aterrizamos en Ruznye poco antes de la una. Nos esperaba el coche proporcionado por el hotel. Dormimos muy, muy poco, teníamos que llegar a la Estación Praha Hl. n. de donde partiría nuestro tren Berliner Eurocity, a las 6:26 hacia Dresde donde pernoctaríamos aquella noche. El viaje en tren Praga-Dresde-Praga, en dos horas y media, regala un recorrido con paisajes de ensueño. Insuperables postales que evaporan cualquier cansancio o falta de sueño. Sería un grave desatino dormir. El camarero ayudó con un humeante café y tostadas. Barriga llena, corazón contento.
Dresde es encantadora. Años antes la había visitado entre invierno y primavera, con frío y cielo gris. Esta vez, 9:30 am, el termómetro marcaba 30 grados en Hauptbahnhof. De inmediato tomamos un autobús hacia Ciudad Vieja. Bajamos cerca del Puente de Augusto, parcialmente bloqueado por trabajos de mantenimiento. No pudimos lograr vistas limpias desde aquél icónico lugar, pero en el resto la ciudad barroca todo marchó sobre ruedas. Iglesia de Nuestra Señora, Semper, Hofkirche, Desfile de los Príncipes. El segundo día caminamos Ciudad Nueva, el Puente Azul, Palacio Japonés y regresamos por la tarde a una muestra de porcelana en el Zwinger. Concluimos el día ante la Madonna Sixtina en Gemäldegalerie Alte Meister. Había que regresar a Praga, aprovechamos la generosa sombra y frescor de la Prager Straße. Nuestro tren partió a las 7:10 y esta vez pudimos gozar de las vistas desde el otro lado y con el sol cayendo. Bellísimo.


PRAGA, CALOR SIN VIENTO

Nos debíamos un buen descanso (insisto, es la ventaja de viajar por cuenta propia, sin la rigidez de los paquetes turísticos). Aquella mañana de descanso en Praga fue reparadora. En un minimarket de al lado compramos frutas y algo para desayunar y usamos kitchenette de la habitación para servirnos con un buen café. Praga es una de las ciudades más bellas de Europa, eso no es novedad, así que es un lujo quedarse mucho tiempo en el hotel, sin gozar de sus maravillas.
En el verano la afluencia de turistas es enorme, en especial para sus principales atracciones (el Reloj Astronómico y alrededores, el Puente de Carlos, Río Moldava, San Vito, Barrio y Cementerio Judío, Museo Kafka, Niño Jesús de Praga, por citar algunas). Meses antes habíamos acordado coincidir con nuestra amiga Carol y su marido en un café de Ciudad Vieja. Aquellos momentos valieron la pena de soportar el horno praguense aquella tarde —sobre los 38 grados y sin viento—.
Ese fue nuestro mejor día. Le pusimos cereza al pastel con un trago, una vez más en el entrañable Karlovy, en la ribera del Moldava. Después de eso caminamos por el legendario Puente de Carlos. 516 metros de longitud sobre el majestuoso Moldava (año 1402). Su fabulosa torre gótica vigila a los transeúntes, como sus 30 estatuas barrocas y alguna macabra historia tras la revuelta anti-Habsburgo (las cabezas de los rebeldes fueron colgados a lo largo del puente). Puente de Carlos no concede nada, lo tiene todo, además de la magia que otros no tienen. Las vistas en horas crepusculares fueron preciosas. Nos quedamos hasta pasadas las 9:00 pm. Había que exprimir cada momento.
También con Praga hemos quedado en deuda. La próxima vez tendremos más tiempo y no dejaremos de visitar Kutná Hora y El Osario de Sedlec, por ejemplo. Mañana nos esperaba Estambul.




ESTAMBUL, LA CAPITAL DEL MUNDO


“Si el mundo fuera un solo Estado, Estambul sería su capital”.
Napoleón Bonaparte



Era mediodía cuando llegamos al Aeropuerto Internacional de Estambul, uno de los más grandes y modernos del mundo. El control en aduana es rápido y muy amigable. Todo está perfectamente dispuesto para que el viajero se sienta cómodo. Cambiamos dinero y de inmediato compramos la indispensable IstambulKart que nos serviría para movernos en la capital bizantina. Un shuttle de Havaist nos llevó a Sultanahmet, el centro histórico, donde estaba nuestro hotel. El trayecto es largo, aproximadamente una hora, pero apenas cruzamos el Puente de Gálata la emoción se adueñó. Estábamos cumpliendo otro gran sueño. El día era hermoso. El sol remarcaba las emblemáticas mezquitas.

Bizancio, luego Constantinopla, hoy Estambul, la transcontinental capital de los más importantes imperios de la historia, Bizantino, Romano, Latino y Otomano, cuya edad se remonta al año 660 aC, donde los farsíes antes que Pausanias, atenienses, macedonios, y bizantinos, Constantino El Grande, Justiniano, Teodosio, y luego de las Cruzadas, Mehmet, Ahmet, han dejado huellas imborrables en esta ciudad de grandioso pasado, carácter indómito e incalculable futuro.
En la última semana de Junio la temperatura bordea los 26 grados. En las zonas próximas al Cuerno de Oro, tanto en la parte europea como en la asiática, el fresco viento proveniente del Mármara confronta el calor. En Istiklal Cd, Yeniçelirer Cd, Besitkas o en Galasataray la brisa es deliciosa y, a medida que el crepúsculo muere a manos de la oscuridad, las vistas son realmente indescriptibles. Estambul es una ciudad multiétnica, donde el visitante se mimetiza muy rápidamente. Una semana en Turquía no es suficiente para los que buscamos historia, tradiciones, cultura y artes. Quizá ni un mes ni tres meses serían suficientes antes de irnos medianamente satisfechos.
No consideramos Capadocia en nuestra agenda. Y no me refiero a los paseos en globo --que podría dar un toque de aventura, pero que a nosotros no nos seduce--, sino a su geografía, única en el mundo, a su historia de 6200 aC, Göreme, Indolash, Sabiar, Aksaray, Uçhisar, de pasado asirio, hitita, persa, helenístico, romano, selyúcida y cristiano. Preferimos dejar eso para una próxima visita.

La primera tarde acudimos al Gran Bazar o Kapalı Çarşı, año 1461, un laberinto de galerías cubiertas que se extiende por 45 hectáreas cuadradas, 4 mil tiendas y más de 60 calles. En los cuatro ingresos hay un rápido control de seguridad imprescindible para pasar. Desde carísimas joyerías, hasta venta de ropa interior y chucherías, el Gran Bazar requiere más de dos visitas de al menos cuatro horas cada una. Los precios no son baratos, a menos que el dinero no sea problema. Para comprar barato es mejor recorrer las calles aledañas al Gran Bazar, pintorescas, tumultuosas, exóticas. Una experiencia social y cultural sin parangón. Usar el servicio público de transporte brinda entre otras cosas, la experiencia de compartir un reducido espacio con las enigmáticas y distinguidas mujeres musulmanas, unas con niqab, otras —más liberales— con hiyab, chador o shayla, y unas cuantas con burka (ellas pueden ver sin ser vistas).

Estambul es también gastronomía: iskembe, yayla, tavuk, meze, dolma, börek, y los mundialmente famosos döner kebab y testi kebab. Por la tarde, un té en la calle, keskül, peynir helvasi, güllaç, la insuperable baklava; las calles de Estambul con sus clásicas carretas de castañas asadas o kestane, tavuklu pilav, simit o rosca turca con sésamo, köfte, set misir, etc etc. Viniendo de un país como Perú, de variada y reconocida gastronomía, llegar a Estambul es un alivio. No echamos de menos la patria. Recomiendo el restaurante Ortaklar Döner Iskender —si se alojan en Sultanahmet—, en Peykhane Cd. 27. Comida deliciosa, buenos precios, agradable lugar y trato amable.
Como nota curiosa, durante nuestro paso por el Gran Bazar nos topamos con el Nusr-Et, uno de los restaurantes de la cadena del mediático Nusret Gökçe, mejor conocido como Salt Bae. Completamente lleno y —nos dijeron— reservado por varios meses después. Igual, no hubiéramos entrado, no es nuestro rollo ir a restaurantes groseramente caros (en Nusr-Et un Bae Tomahawk Steak cuesta alrededor de 275 dólares, y con servicio, impuestos, bebidas y postre, fácilmente puede llegar a los 500 dólares por persona). Pero para quienes quieren presumir en sus redes sociales, pueden hacerse unos selfies ante la estatua de cera de Salt Bae ubicada en la puerta Beyazit Nur-u Osmaniye Cd.

El aspecto histórico y monumental de Estambul no será fácil reseñar porque, de cualquier modo, las palabras no harán justicia a lo que nuestros ojos vieron. Estambul es una ciudad de grandioso pasado donde confluyeron vastas, poderosas y sabias culturas. De todos modos, trataré de enumerar lo que para mí es lo más remarcaba. En un futuro escribiré una crónica menos cutánea y más espiritual.

Yeniçeriler Cd., termina y continúa con el nombre de Ordu Cd. (Carretera de Mese, durante el apogeo de Constantinopla). Cerca al Kapali Çarşı o Gran Bazar y enfrente de la Universidad de Estambul, están los restos del Foro de Teodosio I (año 379), derribado a consecuencia de guerras, invasiones y desastres naturales. Fue lo primero que vimos. Los impresionantes restos tallados en mármol y expuestos en plena vía pública conmueven. Ahí se humedecieron mis ojos con la primera y espectacular vista del crepúsculo bizantino. Lo había soñado y esperado mucho. A dos calles de nuestro hotel estaba la Cisterna de Teodosio o Şerefiye Sarnıçı (año 428), la más vieja de las existentes. 32 columnas de mármol lucen en perfecto estado de conservación, tanto que aún se ve filtrarse las aguas. Ha sido adaptada para la visita de turistas, cuidando su estructura. Se puede caminar por su piso transparente, como si lo hiciéramos sobre el agua. A unas veinte calles de ahí, en Hoca Paşa, está la Basílica Cisterna o Yerebatan Sarayi (532 dC), la más grande, con su épica columna de Medusa, construida por Justiniano I.
Al tercer día, viernes —día de la Yumu’ah, el rito de la oración—, importante para los musulmanes, en la zona histórica de Sultanahmet, el Centro Antiguo. En él se encuentran los edificios y construcciones históricas más importantes de la fascinante y encumbrada capital de tres imperios. Caminamos ansiosos para entrar en el pasado glorioso y trágico de esta legendaria parte de Estambul. El clima era agradable. La presencia de más gente de la habitual nos hizo agudizar los sentidos. Estábamos próximos a un pórtico cuyo magnetismo atrae. Pronto quedamos mudos. Ante nuestros ojos, imponente, rojiza y mágica, única y majestuosa, se alzaba Santa Sofía, Ayasofya, Hagia Sofia —o, cuando los tiempos cristianos de su origen, Iglesia de la Santa Sabiduría— primero Basílica, después mezquita, hoy museo. Obra de Justiniano, año 537. De pronto, sonó a nuestras espaldas el canto del muecín. El día previo ya lo habíamos escuchado durante nuestro recorrido por el Gran Bazar y el Foro de Teodosio, pero este fue diferente. Potente, conmovedor, armonioso y perfecto al oído. Provenía de uno de los minaretes de la Mezquita Azul. Tras unos segundos de silencio, la respuesta llegó desde Santa Sofía. Los musulmanes se sobrecogían. Los demás, sorprendidos, optamos por callar. El sol asomó por entre las nubes y nos invitó a caminar hacia la gran Plaza Sultanahmet, otrora Hipódromo de Constantinopla o Sultanahmet Meydani —que yace varios metros debajo—. El Obelisco de Teodosio —originalmente Obelisco del Faraón egipcio Tutmosis III (1479-1425 aC), quien lo erigió en Luxor—, de impecable granito rojo; el trozo del Trípode de Platea o Columna de las Serpientes (año 324), llevada hasta allí desde Delfos, me conectaron a este lugar del que, de alguna forma, me siento parte.

Antes de dirigirnos a Santa Sofía, decidimos volver un poco la vista atrás y visitar la Mezquita Azul o Sultan Ahmet Camii (año 1616), más de veinte mil bellísimos mosaicos azules de Nicea hechos a mano; complejos vitrales y hermosas hornacinas de mármol, los denominados pies de elefante y su fastuoso minber. Ahí nos sorprendió el mediodía. Cuando nos dimos cuenta, el muecín estaba cantando el adhan para convocar a la Salat Yumu'ah, la congregación para la oración. Desde los altavoces nos pidieron abandonar la mezquita. Una vez fuera, preguntamos si podríamos ser aceptados dentro. Dijeron que sí, mientras respetáramos las reglas de la fe musulmana. Lo prometimos y así, mi esposa en el espacio de las mujeres y yo en el de hombres, fuimos testigos excepcionales de aquél acto en una de las más importantes mezquitas de la fe islámica.

Después a Santa Sofía. Nos detuvimos junto a la gran pileta con sus jardines de hermosas flores amarillas, por diez minutos. El sol castigaba muy duro. Minutos después ingresamos al legendario monumento, proeza de la arquitectura bizantina que hasta nuestros días sorprende por su complejidad. Su color rojizo contrasta con el cielo absolutamente azul. La histórica ex catedral ortodoxa, luego basílica cristiana, mezquita y hoy museo, construida en el año 532 por los arquitectos Mileto y Tralles por encargo de Justiniano, y cuya magnífica cúpula de más de 30 metros de diámetro y 55 metros de altura, nos deja sin aliento, está ante nuestros ojos. Turistas y lugareños estamos asombrados ante el que, en su tiempo, fue el edificio más grandioso del mundo, y que por siglos ha sobrevivido terremotos, guerras y destrucción. Su interior revestido de mármoles polícromos, mosaicos y mampostería, vidrios, policromados, oro, plata y basalto; la fastuosa iluminación con centenares de lámparas y ventanales, innovaciones que aún hoy sorprenden a arquitectos, constructores, y artistas. Los legos la miramos inspirados por el silencio y la gratitud. Y aunque tristemente muchos mosaicos cristianos fueron sobrepuestos con iconografía musulmana, quedan algunos que nos remecen los sentidos: los de Komnenus, y Deesis, por ejemplo. Los llamativos medallones en caligrafía cúfica que, en sus 7 metros de diámetro, contienen los nombres de Alá, Mahoma y otros profetas.

A las siete de la noche abandonamos Santa Sofía, con pocas respuestas y muchísimas preguntas. Mientras caminamos, releo en mi teléfono móvil el texto escrito en lo alto de la cúpula —y traducida en la infografía oficial—: “En el nombre de Dios el Misericordioso; Dios es la luz del Cielo y de la Tierra. Es la verdadera luz, la que no procede ni del resplandor del vidrio, ni del brillo de la estrella matinal, ni del enrojecimiento de las brasas incandescentes”.
Sura XXIV, 35 del Corán.


Estambul no te da posibilidad para detenerte. Almorzamos en una de las estrechas calles de Mercan Cami, el restaurante Köfteci Mustafa. Después nos dirigimos a Taksim, para trepar en el romántico Tranvía Nostálgico. Después Besiktas y su famoso mercado de frutos del mar, Torre de Gálata, el cálido Beyoglu. Son las nueve de la noche, es todo por hoy.

El día siguiente a Üsküdar, la parte asiática o anatolia de Estambul, fundada en el siglo VII aC. De Sirkeci en Eminönü a Üsküdar toma algo más de media hora. El ferry va lleno, en su mayoría de mujeres musulmanas. Apenas subimos a cubierta vemos la imponente y hermosa mezquita Süleymaniye; Torre y Puente de Gálata, Beyoğlu, Dolmabahçe, la Torre de Leandro y mucho más. En pleno deslumbramiento, escuchamos al muecín llamar a oración. Es una de las cinco veces que lo hacen.
En Üsküdar caminamos hasta la mezquita Büyük Selimiye Camii. Las calles y la gente son menos ruidosas. El comercio callejero se ve limpio y ordenado. Especias, frutos del mar, carnes, vegetales, ropa, alfombras, velos, zapatos parecen más baratos que al otro lado. Üsküdar es más provinciana. Pasamos por el Cementerio Karacaahmet Mezarlığı y cerramos nuestra visita sentados en un café con vista al Bósforo, el atardecer más romántico de nuestras vidas. El momento perfecto para reconciliarnos con nosotros mismos, con la vida, y con el mundo. Más allá de los sueños.

El penúltimo día, caminamos por la ciudad buscando souvenirs. A mediodía almorzamos en Taksim y desde ahí abordamos el Crucero por el Bósforo, como colofón de este sueño cumplido. Nos ubicamos en la proa de la nave y en silencio recorrimos las fastuosas riberas del mítico estrecho de aguas movedizas, frías y profundamente azules, acompañados por el animoso viento. Las yalis, lujosas y costosas viviendas a orillas del Bósforo, cuyas blanquísimas siluetas se humillan ante el ocaso, nos dejan su indeleble huella en la memoria; las históricas colinas albergan el Rumeli Hisari y el Anadolu Hisari. El último atardecer en estas mágicas tierras va concluyendo con los puentes Boğaziçi, Fatih Sultan Mehmet y Yavuz Sultan Semin —cada uno de más de un kilómetro de longitud— sobre nuestras cabezas. Avistamos el Mar Negro y nos provoca soñar con regresar. Y ese sueño comienza ahí mismo, ante el Mar Negro. Aunque postergamos varias veces el preciado descanso, todo valió la pena.

A las cuatro de la madrugada partimos en taxi (veinticinco liras turcas)a Taksim para tomar el Havaist hacia el Aeropuerto de Sabiha Gökcen, parte asiática de Estambul. De ahí en Pegasus Airlines volaríamos a Milán, último punto antes de volver a casa. Hasta pronto Estambul.



CONSEJOS PRÁCTICOS - CÓMO PLANIFICAR UN VIAJE A EUROPA Y ESTAMBUL POR CUENTA PROPIA, SIN PAQUETES TURÍSTICOS


1) A mediados de enero compré los boletos Lima-Milán-Lima para viajar a principios de junio. Milán fue nuestro primer y último punto en Europa, también para encargar a Rosita nuestras dos maletas de bodega. Viajamos por Europa solo con equipajes carry on de 10 kilos en cabina.
Los precios en temporada alta suelen ser caros, pero encontramos boletos Lima-Toronto-Frankfurt-Milán por $890 cada uno, impuestos incluidos. Un viaje algo largo, pero también menos forzado (y muy barato para temporada alta). A partir de los boletos de avión planifiqué el itinerario, reservé hoteles o apartamentos con Booking y Airbnb. Viajar en temporada alta europea supone altos precios en los hoteles (salvo si se reserva con anticipación). También los lugares de interés (algunos, como La Alhambra, se agotan varios meses antes y no es posible comprarlos en ventanilla). En temporada baja (invierno y parte del otoño europeo) no ocurre lo mismo.
Es recomendable llevar impresas las reservas de los hoteles en el idioma del país a visitar (yo llevé en checo, alemán y turco).

2) Compré online, directo de los propios servidores los boletos para entrar a: Palacio Ducal, Museo del Prado, Museo Picasso, La Sagrada Familia, Palau Güell, Museo del Prado, La Alhambra, Catedral de San Vito, Santa Sofía. Al respecto, hay mucha información de calidad en internet, basta con tomarse tiempo para comparar. Y depende del tipo de turismo que quieras hacer.

3) Un mes antes de partir a Europa, reservé los medios de transporte. Low cost con Ryan Air, Vueling, Smartwings y Pegasus, y regular con Turkish Airlines. También los trenes: Frecciarossa (Milán-Venecia), AVE RENFE (Madrid-Barcelona), Berliner Eurocity (Praga-Dresden); autobuses (Madrid-Toledo y Granada-Málaga), vía Omio; Crucero por el Bósforo, vía Civitatis. Asimismo, compré nuestro seguro integral Cardinal Assistance para treinta días, que aplica para cualquier parte del mundo.

4) En ciudades históricas como las europeas, se puede reservar servicios de guías gratuitos al momento de reservar hotel (hay detalles históricos que ellos manejan, o tú necesitarías sumergirte largo rato en los libros de historia). Hay que darles una propina —PROPINA, no limosna—, pues por lo general los guías hacen un excelente trabajo y aunque no la piden, merecen una buena propina (mínimo 10 euros). Yo elegí Sandemans en Madrid, Barcelona y Praga (aquí preferimos no usar sus servicios por cuestión de horario). Las visitas guiadas duran aproximadamente dos horas, a pie. Hay varios horarios y todo funciona muy bien. Sandemans cuida su prestigio.

5) Milán y Venecia. El boleto de tren Malpensa-Centrale cuesta 13 euros. Un taxi costaría más de 100. Las estaciones en Milán abren a las 5:40 am. Para aprovechar mejor la visita a Venecia hay que partir con Frecciarossa de Milan en el tren de las 7:00 am. El viaje toma aproximadamente 2 horas y media. Es decir, hay que tomar precauciones para llegar hasta Centrale, punto de partida del tren rápido a Venecia. Dos meses antes de la fecha pagamos 15 euros por cada boleto. En la ventanilla puede costar hasta 45 euros en temporada alta (eso, si hay cupo). Importante: elegir Estación Santa Lucía en Venecia, No Estación Mestre que está 6 km más lejos.

6) Importante: Antes de chequear con las aerolíneas low cost debes tener impresas las tarjetas de embarque y controlar con la mayor exactitud el peso del equipaje contratado. De no hacerlo podrías pagar por exceso de peso más que por el pasaje, y hasta 5 euros por una fotocopia simple de la tarjeta de embarque. Si vas a viajar con más peso es recomendable comprar el exceso vía online, al momento de comprar el pasaje.

7) Barcelona. Los hoteles suelen ser muy caros en temporada alta. Reserva lo más pronto posible. Muy pronto solo quedarán las hostales de habitaciones compartidas con lockers y baños comunes. Nosotros tuvimos una pequeña habitación con baño privado, en un hotel en La Boquería. Excelente ubicación.

8) Ingresar a La Sagrada Familia puede poner a prueba la paciencia. Si quieres tener prioridad no te arriesgues a quedarte afuera y formar fila durante horas bajo un pesado sol. Compra tus entradas online con mucha anticipación. Los artículos de la tienda oficial, de ingreso libre, pueden ser costosos. En los alrededores se venden artículos relacionados con Gaudí y La Sagrada Familia a mejores precios. Tuvimos la suerte de encontrar un artista africano que confecciona joyas y las vende de forma ambulante, con diseños extraordinarios y materiales de buena calidad.

9) Granada. La Alhambra es uno de los monumentos más importantes de España. Reservé 4 meses antes la Entrada General, la más completa, que incluye Palacios Nazaríes. Tiene horarios exactos de ingreso. No se permiten cambios. Si no llegas a tiempo perderás el turno y el valor de la entrada. El boleto cuesta cerca de 15 euros (y los vale largamente). Debes ir temprano.

10) Málaga. En las terminales de buses y en los aeropuertos es muy práctico usar el servicio de guardianía de equipaje. Por ejemplo, en la Terminal de Málaga dejamos nuestras maletas de cabina, después de comprar dos fichas de a cinco euros para los lockers. Eso evitó que anduviéramos cargándolas mientras caminábamos la ciudad.

11) Praga. El Golden City Garni es un hotel restaurado. Está ubicado en el Barrio Zizkov, Praga 3, cerca del centro histórico, en Táboritská 3, y también cerca de la Estación Praha Hl.n. Muy cómodo, excelente atención, tranquilo, limpio y a pocos metros del paradero del autobús y tranvía. Buen servicio de enlace con el aeropuerto Prague Ruzyne (aproximadamente 25 euros, previa solicitud).
Importante: llega con tiempo a las estaciones principales del tren. Por ejemplo, la Estación Praha Hl.n. es muy grande y puedes tener problemas para ubicar las puertas de embarque. La información está en su mayoría en idioma checo y en las casetas de orientación los empleados no son muy amables ni minuciosos para dar detalles. Yo tuve la suerte de que el empleado de la casa de cambios WU fue muy amable y conocía la información que yo estaba buscando. Precio del boleto ida y vuelta Praga-Dresde-Praga: 30 euros. Duración: alrededor de tres horas.

12) En Praga no se usa el Euro como moneda de uso corriente. La moneda es la Corona Checa (Kč). Todo se paga en Corona Checa (Kč). Hay que considerar dónde cambiar dinero. Es mejor cambiar solo un poco en el aeropuerto y lo demás en alguna casa de cambio, NO en la calle ni en los hoteles. Incluso en Casa de Cambio, preguntar primero si cobran comisión. Elige la que no cobre. Recomiendo la que me fue recomendada: Plaza Franz Kafka, esquina entre Kaprova y Maiselova, muy cerca de la Ciudad Vieja. La Corona Checa (Kč) se parece a varias monedas europeas, cuidado cuando recibes tu cambio.

13) Dresde. Ibis Dresden Zentrum es un hotel con buena relación calidad/precio (aproximadamente 70 euros la noche), desayuno buffet incluido, buena ubicación (cerca de la Estación y de Alstadt). Perfecto para una noche.

14) Turkish Airlines no nos defraudó. Teníamos información acerca de su alta calidad en la atención y servicios en el aeropuerto y a bordo, y los disfrutamos. Cada boleto Praga-Estambul costó aproximadamente 120 euros (one way) —comprando desde Lima con 4 meses de anticipación—, con derecho a equipaje de 23 kilos en bodega (aunque no lo usamos).

15) El shuttle de la empresa Havaist es una excelente alternativa para ir del (distante) Aeropuerto Internacional a Eminönü (a 500 metros de nuestro hotel en Sultanahmet) por 18 Liras Turcas (TL) (unos 3 dólares) por persona. 50 kilómetros de recorrido, casi una hora. Parten cada 40 minutos.
Datos: Caddesi (Cd) significa calle; Camii, mezquita. Lo vas a ver, necesitar y usar seguido. Los taxis oficiales en Estambul no son caros, pero hay que estar alertas para no ser sorprendidos.

16) En Turquía la moneda es la Lira Turca (TL). Un dólar equivale a casi seis TL. Hay Casas de Cambio y se puede cambiar sin problemas. Es recomendable no cambiar mucho dinero en el aeropuerto, pagan menos y, en lo posible, es mejor pagar con tarjeta de crédito.

17) En Estambul el comercio callejero es intenso. En el Gran Bazar y sus alrededores hay mercadería que vale la pena comprar y que no es costosa. Asimismo, en los barrios de Nuruosmaniye y Kumkapi hay barrios enteros con tiendas y negocios de ropa y calzado.

18) El comercio está en el ADN de los turcos. Van a querer venderte todo. Regatear es parte de su cultura, así que te darán un precio muy alto, esperando tu contraoferta. Toma precauciones al mostrar interés por algo. Te van a perseguir hasta cansarte. Algunos vendedores callejeros hablan español. No te entusiasmes por eso, no es tu familiar. Apenas entablas conversación te ofrecen el mundo. Y no te dejan tranquilo hasta que te lo venden.

19) Ingresar a las mezquitas exige cumplir las reglas: hombres y mujeres quitarse los zapatos; las mujeres cubrirse los hombros y el cabello. Es mejor llevar un velo (casi en cada esquina de Estambul se pueden comprar y los hay de todo precio), pero si no lo tienes, en la entrada te lo van a prestar (con lo que eso significa).

20) Si quieres contratar en el mismo punto una excursión o visita guiada, antes asegúrate que el guía sea oficial, certificado y/o recomendado por expertos viajeros. No es buena idea contratar al primer guía que se te cruce en el camino. Hay testimonios de experiencias fallidas. Nosotros no hemos contratado guías hasta hoy, pero quizá alguna vez necesitemos hacerlo.

21) Es necesario llevar un adaptador para enchufe en Europa y otro para Estambul. En Europa se usa del tipo C y en Estambul del tipo F (busca en internet las imágenes de cada tipo antes de comprar).

22) En estos tiempos es importante mantenerse conectado. Si tu compañía telefónica no te brinda paquete de datos itinerantes, es mejor que no contrates el servicio de roaming internacional. Es caro y no siempre funciona bien. En cualquier estación de tren o metro de Europa puedes comprar una SIM card o tarjeta SIM que te provea internet durante tu periplo. Hay varias opciones. Orange es una de ellas y puedes comprar, por ejemplo una de 30 euros, válida por 30 días en todo Europa (30 países), 3 (+5) GB, 4G.

Mira el video resumen de mi viaje:





DE: "CUADERNO DEAMBULANTE" Copyright © 2020 de Rogger Alzamora Quijano.