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lunes, 27 de abril de 2020

EL INMORTAL


No señor, se equivoca.

Lo conozco mucho más que usted. A él la vida le dio la espalda, ahora él se cobrará la revancha. Sepa usted que su madre murió mientras él nacía y su padre no lo supo, por andar de tocachín. Debió llamarse Andrés como su abuelo y le pusieron Juan, como el padrino al que terminaría odiando. Ni siquiera había cumplido seis años cuando le hicieron responsable de las cuarenta cabras del padrino. Aún así, se daba tiempo para ayudar a Melchora a cocinar el arroz, servir la comida y lavar los platos. Era un buen cantante, aunque en el coro de la iglesia siempre le negaran el Mi. Cursó la primaria como el mejor en matemáticas. He de contarle, además, que en segundo de secundaria vio morir a Marisa, aquella niña pecosa que había conocido durante el baile de la primavera. Poco después, a los catorce,  rechazó la oferta del padre Du Bois que quería llevarle con él a Bruselas. Yo lo conocí en los tiempos en que aún dormía en los canastos de la trastienda del mercado de frutas. Él con el violín y yo con ta guitarra, solíamos cantarle a la alevosía, mientras nos emborrachábamos con mezcal de noventa y sal de gusano. Así era él de leal. Silencioso, arisco y cauto, Juan siempre se enfrentó a su destino. 

Ahora todos se creen con el derecho de juzgarlo. No señor, ni usted ni nadie lo conoce como yo. Creen que nació de pie, que todo le llovió del cielo. Haber vivido setenta años es una proeza para alguien como Juan. Y por eso mismo, se ha ganado el derecho de celebrarlo a su manera: con la muerte. Porque a un destino esquivo y traidor como el suyo, no se le concede nada.



Derechos Reservados Copyright © 2020 de Rogger Alzamora Quijano

domingo, 19 de abril de 2020

PRODUCTO GARANTIZADO



Escribe: Rogger Alzamora Quijano


Después de diez días se acabaron las provisiones.
Desde la última vez que saliste han cambiado mucho las cosas. Los muertos se multiplican, los contagiados mucho más, las tragedias te conmueven (¿llegará el día que ya no lo hagan?). Debes tomar todas las precauciones. Sólo confiar en lo que tú haces para escapar del virus maldito. Nadie -tampoco el Estado- va a mover un dedo si te contagias.

Desconfía de todos, del transeúnte en las calles, en la fila de los supermercados. No hables con nadie. Nada directamente. Si preguntas algo, te responderán con muecas o mímicas. No te mirarán, no te querrán cerca (y nunca estarás demasiado lejos).

Luego de tres horas de hacer la fila, cuando por fin te toca entrar al supermercado, sientes que te empuja la necesidad y el miedo te aplasta. Debes comprar rápido, al precio que fuera, donde no haya demasiado tumulto, concentrarte en no ponerte las manos en la cara, de no apoyarte, de no permitir que el otro se aproveche de tu prudencia para despojarte de los tomates o las espinacas. Todo eso mientras miras, cotejas, tachas o eliminas de tu lista de pedidos, escrita en papel o en el celular (aquí, además debes pelearte con la pantalla que no reconoce tu tacto velado por un guante de látex).

Pagas y te vas. Cuando llegas a casa, debes activar los demás protocolos, al entrar, al abrir la puerta, al cerrarla. Caminar cuidadosamente y despojarte de tu vestimenta, quitarte los zapatos, desinfectar todo lo que haya sido tocado por los dependientes y cajeros. Una hora después, todavía sigues remojado en cloro y detergente, trapeando el piso por donde entraste. Después, completamente extenuado, deberás entrar a por un largo duchazo que te asegure completa asepsia.

Nunca imaginaste que China pudiera ser capaz de producir algo tan jodidamente duradero.

¿Parece chiste? Pues no lo es.



De: CRóNICAS EN LA PANDEMIA Derechos Reservados Copyright 2020 de Rogger Alzamora Quijano

jueves, 16 de abril de 2020

ESCENARIO DEL MIEDO

Como si una mano invisible nos hubiera borrado de las calles, de pronto las ciudades se convirtieron en escenarios del miedo. 
¿Cuándo recobraremos la naturalidad al caminar sin sospechar del transeúnte que viene o va demasiado cerca de nosotros? Quizá nunca. ¿Cuándo volveremos al saludable y edificante hábito de abrazar y besar sincera, cálida, emotivamente a los nuestros? Quizá nunca. ¿Quién nos devolverá al punto que nos vimos avasallados por los noticieros de la muerte y dejamos nuestros proyectos inconclusos? ¿Quién nos despertará de la pesadilla de ver a nuestros muertos partir sin siquiera un adiós? 

Pocas o ninguna respuesta. Desconfiamos de la palabra futuro, no hablamos de eso. Si llegáramos algún día a retozar otra vez en una playa, ¿el mundo será mejor? ¿O estaremos apaleados por el recuerdo y entumecidos por tanta tragedia? Si la esperanza es lo último que se pierde’, no nos cansemos de esperar. Si es verdad que el futuro comienza con un sueño, despertemos para matar  la pesadilla.

En los quince años de terrorismo e hiperinflación, buena parte de los jóvenes de entonces vimos truncados nuestros futuros. Temo que en estos tiempos de coronavirus, los jóvenes estén perdiéndolo también. La incertidumbre sumado a la incompetencia de los gobernantes, están precipitando ese desenlace. 

Luego de más de cuatro meses, el panorama empeora. Entre las imágenes del aterrador desfile de cadáveres sin nombre y la urgencia de los más pobres por buscar cómo sobrevivir nos debatimos cada día, sin asomo de luz para esta interminable y terrorífica penumbra. Es obvio que los gobernantes son ajenos al hambre. Ellos comen a sus horas, mientras cómodamente aguardan que esto pase, para emerger como los nuevos ricos de este pobre país.



De: LOS DEMONIOS DE LA PANDEMIA - Derechos Reservados 2020 de Rogger Alzamora Quijano

martes, 7 de abril de 2020

CALLE DEL CODO


CERCA DEL CONVENTO


—Ahora será diferente— le digo.

Intento abrazarla. Me rechaza.

—¿Quieres que me vaya?

Asiente.

Ante la Torre de los Lujanes un guía gesticula para un grupo de turistas. Pasamos de largo. Ambos llevamos la vista hundida en el suelo, pero no es difícil imaginar que se le rebalsan los ojos. Intenta decir algo, pero termina tragándose el nudo en su garganta. Me detengo. Doy media vuelta y enfilo hacia Calle del Codo. Al fondo, el Convento de las Carboneras me recuerda nuestro primer beso. Éramos unos críos que apenas sabíamos besar. Y allí mismo fue también el último intento.

—Amo a Juanjo.

Hay muy pocos pasos entre la ilusión y la derrota.

Todavía pudimos caminar juntos, por esta breve calle donde no es fácil evitar el contacto. Lori lo logró. Puso miles de kilómetros entre los dos, en los escasos tres metros entre pared y pared. Calle del Codo. Muchas veces, como hoy, reclamé su estrechez para sentirme adormecido en su penumbra.

Juanjo debía estar en el café, esperándome para cerrar caja y largarse.

Entre Lori y Juanjo todo había empezado mal. La devoción de ella no cabía en la impostura de mi amigo. Yo quiero a Juanjo —somos como hermanos— pero es la verdad. Aquél día su ego pudo más. Desde que supo que Lori me había terminado, la tuvo entre ceja y ceja. Las locuras suelen ser inimputables, mas no cuando ponen en juego tres vidas quebradizas.



ENTRE DOS ESQUINAS


—¡Cariño!— Laura gritó desde la esquina.

Me congelé. ¿Acaso no tenía que estar en su oficina? Le devolví el saludo. Me aseguré que Lori estuviera ensimismada en los zapatos, y fui a por Laura. Cuando llegué, ya no estaba. Me volvió el alma al cuerpo. Para matar las dudas, me quedé en esa esquina por media hora, oculto por si Lori me buscaba. Media hora. No fue poco. En media hora hasta el más tozudo renuncia. En media hora el desconfiado recupera la seguridad. En media hora el minutero ha dado treinta vueltas. No fue poco tiempo.

Convencido de haber recuperado el control, regresé a la zapatería.

—¿Qué pasó? Envié más de veinte mensajes. Necesité tu opinión.
— Perdóname. Sentí un cólico y me fui a los sanitarios.
—¿Te gustan mis nuevas botas?
—Son hermosas. Serán mi regalo de navidad.
—De ningún modo.

Me acerqué hasta rozar su oreja.

—Por favor...

Cuando recuerdo ese momento quisiera no haber nacido. Laura estaba ahí ¿cuánto tiempo antes de ponerse en evidencia?

—Buenas... - su voz tembló.

No me moví. Sentí que preguntaba algo banal a la dependienta. Lori me dijo después, que me notó paralizado y sudando copiosamente. Le asustó mi palidez. Tenía razón, se me nubló la vida entera.

(Juanjo debía saber que Lori tiene un sentido del peligro que la previene apenas detecta el mínimo sismo. Nació con eso.)

Por la noche llamé a Laura. Antes que pudiera decir media palabra, me advirtió que me daría tres minutos, ni uno más, que después despareciera de su vida. Pero fue ella quien desapareció sin dejar rastro. Dicen que se fue a empezar de cero en algún lugar de América.


Juanjo me mira y se diluye en el silencio.



CALLE DEL CODO

Unos meses después de la ruptura, Lori vino a refugiarse, aun sabiendo lo riesgoso que es para mí su cercanía. Pasó lo que pasó y ahora estoy aquí, en Calle del Codo, mi muro de las lamentaciones. Aquí, donde recaigo siempre que busco soslayar otro fracaso. Calle del Codo, con su habitual penumbra, nunca más propicia que hoy. Me sostengo en la reja que con su herrumbre ofende la legendaria puerta donde Quevedo respondiera al infortunado inquilino. Debo tomar fuerzas, llegar a Plaza Menor y de ahí a Tirso de Molina. Ya sobre el tren, será más fácil recordar adónde voy.




Fragmento extraído del libro: Y ENTONCES Derechos Reservados © 2020 de Rogger Alzamora Quijano