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viernes, 31 de julio de 2020

EL BRILLO




No sabes cuántas vueltas ha dado el mundo y en qué recónditos lugares he buscado un poco de paz. Nada puede devolver el tiempo, nada puede reparar el pasado.

Hoy recibí tu mensaje y no pude evitar ver tu foto. Ya no tienes brillo. Aquella chica que me regaló la mejor sonrisa que haya visto jamás ya no brilla. Sin duda eres hermosa y no dejarás de serlo. Tus ojos miel están ahí, tus perfectos dientes resaltan bajo aquella pequeña nariz que me gustaba besar. Tu cabello ensortijado, tus pequeñas manos, tu alma blanca. En la foto estás ante Machu Picchu, la montaña sagrada, hace dos meses. Es una magnífica toma. La majestuosidad del paisaje, la inmensidad, el cielo.

¿Y tú? Ahí estás, pero has perdido el brillo.

Como aquél momento en que te conocí, hoy sentí un remezón al verte. Y como entonces, hoy tuve que sentarme para no perder el equilibrio.

Mi memoria regresa a aquella mañana en la Feria. Después de tomar un poco de aliento y otro poco de osadía, me acerqué y te invité un chicle. Te reíste. Parecías haberlo intuido. No fue difícil acercarme a ti, pese a que tenías fama de arisca.

Aquella misma tarde bebimos un largo café. Sesenta minutos pasaron raudamente, pero el deber pudo más.

Al día siguiente, con los buenos días, me diste un sorpresivo beso en la mejilla. Bailó mi corazón. Y cuando aún no me recuperaba, me invitaste a almorzar en la pensión de tu marca, con todos los demás miembros de tu equipo de ventas. Sería un sacrilegio imperdonable, porque éramos competencia, pero no te importó.

Apenas entramos, y ante el estupor general, me tomaste la mano. Así, atados, buscamos una mesa. Yo flotaba. Pronto empezó el remolino. Vivimos días espléndidos, compartimos todo lo que nuestra precaria economía de vendedores de electrodomésticos nos permitió. Apenas cobrábamos salario nos deslizábamos hasta aquél hotelito, que encontramos tras largas disquisiciones morales. Tuve que rebatir uno a uno tus miedos y tus principios. Finalmente ganó la urgencia.

Nunca tuvimos una pelea que sobrepasara los linderos de la música. Éramos tan distintos. Tú la balada en español, yo la salsa y el rock. Fuimos absolutamente felices hasta con nuestras diferencias. Fuiste derribando mis complejos, mis ratos opacos y mis tragedias. Tú lo iluminabas todo.

La primera vez que te hablé de Borges te dormiste en mi pecho. Después de eso, cada vez que buscabas sueño me pedías que te hablara de libros y escritores. Me encantaba tu desfachatez. Todo transcurrió así, en medio de constante ensoñación y delirio. Cada paso lo dábamos juntos, aunque eso significara el caos.

Tres meses de dicha terminaron cuando te confesé que te había mentido. Me abofeteaste y te echaste a llorar en la penumbra de la discoteca. No dije nada. No encontraba palabras que atenuaran mi felonía. Después de unos minutos te secaste el rostro, tomaste tu bolso y te fuiste. En silencio te vi marchar. Era tu derecho.

Pensé que al día siguiente podría explicarte todo.

No hubo próxima vez. Me cerraste todas las puertas. Nunca más obtuve media palabra de tu boca. Después de un mes de esperarte, de acudir a tu hermana, a tu mejor amiga y hasta a tu jefe, finalmente me di por vencido.

Con aquella mentira te quité el brillo que hoy te falta.

Por eso decidí que tu mensaje debe quedar ahí, en la bandeja de recibidos. Más tarde, cuando recupere algo de valor y cordura, lo borraré y te bloquearé.



Fragmento extraído del libro: Y ENTONCES Derechos Reservados © 2020 de Rogger Alzamora Quijano