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sábado, 7 de diciembre de 2019

SALIR DE LA RUTA



En ese entonces, el torpe gobierno velasquista estaba promoviendo la enésima colonización de la selva central.
Abrí mi mapa del Perú.

— Vamos a Satipo.
— ¿A Satipo?

Mi madre se detuvo. Allí comenzó el sueño y Satipo no importó más.
Fue mostrándome la línea imaginaria de Lima a Cuzco, de ahí a Machu Picchu, y terminó en una ciudad de Europa cuyas calles eran canales, los taxis eran góndolas y los taxistas gondoleros. Mi madre acudió a su colección de revistas pasadas de Life en Español, Vanidades, Cosmopolitan y Selecciones para sustentarse. Nos pasamos tres horas viendo fotos y notas de aquella ciudad.

Cinco años después el cáncer se llevó ese y todos sus demás sueños. Con diecisiete años, ese futuro inmediato sería para mí de necesidad y supervivencia. No hubo en mi agenda espacio para planes ni viajes. Cuando me casé, a falta de planes y presupuesto para un viaje costoso, sólo atiné a prometerle Venecia a mi flamante esposa.

Hoy, tras salir con mi mujer de la Estación de Santa Lucía y ver el Ponte degli Scalzi, no pude evitar decirle: No hay Venecia sin ti. Al mismo tiempo, sentí el abrazo de mi madre, su alivio, y su despedida.

Las nueve de la mañana. Un dubitativo gris mantenía a raya al sol. La icónica cúpula de Santa Maria della Salute me transportó hasta aquella noche, cuando a través de mi madre supe de Venecia. Después de cruzar el Ponte delle Guglie, ya con el soberano astro despabilado, fui tomando esta nota y oredenándola.

Cuando se viaja uno vive su propia experiencia, nunca la de otro. Caminamos, nos sentamos, degustamos, nos equivocamos y siempre aprendemos. Preferimos salir de la ruta porque viajar resume nuestra edad.

Nueve horas después, con el silencio como nuestro mayor tributo a sus creadores, genios de la construcción y la innovación, a sus artistas y a su rica historia, abordamos el tren, al tiempo que, también aliviados, decimos "adiós Venecia".




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