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martes, 10 de noviembre de 2020

MALA C


En efecto, el odioso azar parecía haber aglutinado lo más perverso en una sola mujer. Cuando la conoció pudo percibir algo extraño, indudablemente funesto, impregnado en el perfume que la precedía.


— No tengo que sacar un clavo con otro— Le dijo a Leo, a modo de deserción, pero este no le hizo caso.


Mala C estaba en la cima de su belleza. Casi rosada de tan blanca que era, vivaz, abundante, provocadora, de rasposa carcajada y verbo bravucón. A él no le importó. Total, para una breve aventura como esa no había que ser tan exigente. Sin entender cómo, fue adaptándose a su burdo refinamiento. Y continuó otro día más. Y otra semana, y otro mes. Cuando ya no pudo más, trató de cortar por lo sano. Mala C no lo soportó, intentó abofetearle. Creyó haberla calmado posponiendo la conversación para mañana, aunque notó un súbito rictus hasta entonces desconocido. Al día siguiente, cuando llegó a trabajar —como de costumbre, diez para las ocho— el guardián lo paró en seco.


— Orden del jefe. Dice que espere aquí. Él lo va a llamar. 


Un par de horas más tarde, tras una lista de graves infundios que Borda le enumeró ante su estupor, fue despedido. Pero aquello sería apenas el primer capítulo de la pesadilla. Le siguieron más infamias, procesos judiciales y abogados. Durante dos años tuvo que cruzarse con ella en los tribunales, ante fiscales y jueces corruptos, manifiestamente pasmados ante su pendenciera vestimenta. Nada dura para siempre, y la larguísima noche acabó porque tenía que acabar.


Ayer martes, después de catorce años, una súbita náusea lo remeció en el supermercado. Mala C, ya sin rastro de aquella innegable y turbia belleza de antaño, se apuraba por limpiarle los mocos a uno de dos niños discapacitados que iban con ella. Mala C, al descubrirlo, esquivó como pudo y se alejó trastabillando, apurada, roja y torpe de tanto sofoco y abandonando a medio camino su carrito de compras.  





DE; Y ENTONCES Derechos Reservados Copyright 2020 de Rogger Alzamora Quijano



jueves, 22 de octubre de 2020

EL FARSANTE

Sincopado caminar, ojos sin brillo ni enjundia. 

Lo que ilumina su vida es el desquite. El epílogo de un farsante, antes lúcido y genial hoy ruin transeúnte del despecho. 

Y luego de un sinfín de caminos, apenas le queda un desierto de mendaces elogios y ninguna victoria. 

Sus demonios emergen tras dos sorbos de alcohol, por eso debe estrujar sus fuerzas para convencerse de que no está muerto. 

Pudo haber luchado más, pero se quedó ahí, en ese lugar que ni siquiera se puede llamar derrota.  






Derechos Reservados Copyright 2020 de Rogger Alzamora Quijano

viernes, 2 de octubre de 2020

LA CHALINA

Esta nota es principalmente para justificar el por qué no te devolveré tu chalina.

No te sientas culpable. Hiciste lo que tenías que hacer. Para ti solo soy un niño jugando a ser hombre. Supongo que no fue difícil darse cuenta de eso. Y no tiene que ver con los ocho años de diferencia entre nosotros. Puedo ser un aprendiz, un novato en las lides del amor, pero estoy convencido que no fingiste ni amañaste tu conmoción, entrega, pasión y arrebato durante los cuatro días que pasamos juntos en la fiesta patronal. Me enamoré a primera vista. La ilusión sobrepasó largamente mis dieciséis años, al mismo tiempo estaba aterrado ante la dimensión del reto. 

Todo transcurrió velozmente, tanto que tu chalina sigue guardando tu perfume. Pese a ello he podido entender que el amor y la traición son un mismo coágulo.

De: Y ENTONCES Derechos Reservados © Copyright 2010 de Rogger Alzamora Quijano

jueves, 17 de septiembre de 2020

INSOMNIO

Son las seis. Apenas amanece.
He salido a caminar, amenazado entre pared y vereda. Pese a todo vas conmigo. Ni lluvia ni truenos pueden apagar tu voz. Solo el señuelo del acordeón y las letras de tu canción me agobian.

Puedo respirar.
La memoria de tu manos trazando una bendición en el aire me alumbra la vida. 
Y una palabra. 
Una palabra lo es todo en estos tiempos. Una palabra puede ser la vida, puede serlo todo. Puede trasuntar la agonía. 
Una palabra tuya, no importa cuál, que me devuelva la luz. Que alcance para despertar, que anime y provea. Después, ya podré sentarme a la mesa a ver humear mi plato.

Así se ve la casa.
En el patio ondean tus vestidos, tus cabellos, los lirios, el gozo que derramas cuando llega el sol. Ante la cocina las orquídeas han dejado de entristecerme con su presencia y ahora conllevan tu nombre.

Dentro de mi sueño, yo y mis pesadillas. 
Afuera, tú y el insomnio.


DE: Y ENTONCES Derechos Reservados Copyright 2020 de Rogger Alzamora Quijano

sábado, 12 de septiembre de 2020

ANIVERSARIO




Muy poca gente, pero el vaho aún pesaba en el aire. Una botella de champaña en la hielera, las copas y el silencio. Una rebelde y un escéptico escarbando recuerdos e impertinencias. 
Horas antes tuvieron que comenzar con las traiciones. Ahora, cuando las pústulas por fin habían sido desinfectadas, ya no quedaba casi nadie en aquél pub de bajo el puente cuyas sombras tragaba el alba.

Alzaron sus copas. En la solitaria pantalla encendida, Eric Clapton decía: with every mistake we must surely be learning. Quizá era tarde para atender el mensaje y solo había que seguir con los ojos el magistral guitarreo de Manolenta.

El sol barranquino les conminó. Se miraron, tomaron sus cosas y salieron. Lejos, allá por Magdalena, cielo y mar eran una misma plomiza gama. 



DE: Y ENTONCES Derechos Reservados Copyright 2017 de Rogger Alzamora Quijano

martes, 25 de agosto de 2020

BORGES RESUMEN DE CONFERENCIAS - LA POESÍA


Jorge Luis Borges nació el 24 de agosto de 1899 en Buenos Aires.
Como parte de los homenajes por los 121 años de su nacimiento, estos fragmentos extraídos de sus memorables conferencias en distintos escenarios del mundo.



Cambiamos incesantemente y es dable afirmar que cada lectura de un libro, que cada relectura, cada recuerdo de esa relectura, renuevan el texto.

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El lenguaje es una creación estética. Creo que no hay ninguna duda de ello, y una prueba es que cuando estudiamos un idioma, cuando estamos obligados a ver las palabras de cerca, las sentimos hermosas o no. Al estudiar un idioma, uno ve las palabras con lupa, piensa esta palabra es fea, ésta es linda, ésta es pesada. Ello no ocurre con la lengua materna, donde las palabras no nos parecen aisladas del discurso.

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Cuando yo escribo algo, tengo la sensación de que ese algo preexiste. Parto de un concepto general; sé más o menos el principio y el fin, y luego voy descubriendo las partes intermedias; pero no tengo la sensación de inventarlas, no tengo la sensación de que dependan de mi arbitrio; las cosas son así. Son así, pero están escondidas y mi deber de poeta es encontrarlas.

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Cuando leemos un buen poema pensamos que también nosotros hubiéramos podido escribirlo; que ese poema preexistía en nosotros.

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Cuando mis estudiantes me pedían bibliografía yo les decía: “no importa la bibliografía; al fin de todo, Shakespeare no supo nada de bibliografía shakesperiana”. Johnson no pudo prever los libros que se escribirían sobre él. “¿Por qué no estudian directamente los textos? Si estos textos les agradan, bien; y si no les agradan, déjenlos, ya que la idea de la lectura obligatoria es una idea absurda tanto valdría hablar de felicidad obligatoria. Creo que la poesía es algo que se siente, y si ustedes no sienten la poesía, si no tienen sentimiento de belleza, si un relato no los lleva al deseo de saber qué ocurrió después, el autor no ha escrito para ustedes. Déjenlo de lado, que la literatura es bastante rica para ofrecerles algún autor digno de su atención, o indigno hoy de su atención y que leerán mañana”.

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Sentimos la poesía como sentimos la cercanía de una mujer, o como sentimos una montaña o una bahía. Si la sentimos inmediatamente, ¿a qué diluirla en otras palabras, que sin duda serán más débiles que nuestros sentimientos?

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He hablado de los idiomas y de lo injusto que es comparar un idioma con otro.

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Tengo para mí que la belleza es una sensación física, algo que sentimos con todo el cuerpo. No es el resultado de un juicio, no llegamos a ella por medio de reglas; sentimos la belleza o no la sentimos.



Borges, Jorge Luis - “La poesía”, conferencia dictada en el Teatro Coliseo de Buenos Aires el 13 de julio de 1977. Publicada en 1980 con el título Siete noches.

domingo, 23 de agosto de 2020

BORGES, RESUMEN DE CONFERENCIAS - ARTE POÉTICA


Jorge Luis Borges nació el 24 de agosto de 1899 en Buenos Aires.
Como parte de los homenajes por los 121 años de su nacimiento, estos fragmentos extraídos de sus memorables conferencias en distintos escenarios del mundo. Comenzamos con esta, ofrecida en la Universidad de Harvard.




ARTE POÉTICA

Es verdad que, cada vez que me he enfrentado a la página en blanco, he sabido que debía volver a descubrir la literatura por mí mismo. Pero de nada me vale el pasado. Así que, como he dicho, sólo puedo ofrecerles mis perplejidades. Tengo cerca de setenta años. He dedicado la mayor parte de mi vida a la literatura, y sólo puedo ofrecerles dudas.

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Pues ¿qué es un libro en sí mismo? Un libro es un objeto físico en un mundo de objetos físicos. Es un conjunto de símbolos muertos. Y entonces llega el lector adecuado, y las palabras -o, mejor, la poesía que ocultan las palabras, pues las palabras solas son meros símbolos-surgen a la vida, y asistimos a una resurrección del mundo.


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Quizá la verdadera emoción que yo extraía de los versos de Keats radicaba en aquel lejano instante de mi niñez en Buenos Aires cuando por primera vez oí a mi padre leerlos en voz alta. Y cuando la poesía, el lenguaje, no era sólo un medio para la comunicación sino que también podía ser una pasión y un placer: cuando tuve esa revelación, no creo que comprendiera las palabras, pero sentí que algo me sucedía. Y no sólo afectaba a mi inteligencia sino a todo mi ser, a mi carne y a mi sangre.

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Estoy orgulloso de ser un discípulo: un buen discípulo, espero y, cuando pienso en mi padre, cuando pienso en el gran escritor judeoespañol Rafael Cansinos-Asséns, cuando pienso en Macedonio Fernández, también me gustaría oír sus voces. Y alguna vez intento imitar con mi voz sus voces para intentar pensar lo que ellos hubieran pensado. Siempre los tengo cerca.

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Alguna vez, cuando miro los muchos libros que tengo en casa, siento que moriré antes de terminarlos, pero no puedo resistir la tentación de comprar nuevos libros. Siempre que voy a una librería y encuentro un libro sobre una de mis aficiones -por ejemplo, la antigua poesía inglesa o escandinava-; me digo: «Qué lástima que no pueda comprarme este libro, pues tengo ya un ejemplar en casa».

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El Corán está escrito en árabe, pero los musulmanes lo creen anterior al lenguaje. En efecto, he leído que no consideran el Corán una obra de Dios sino un atributo de Dios, como lo son Su justicia, Su misericordia y Su infinita sabiduría.

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Shaw dijo: "Creo que el Espíritu Santo no sólo ha escrito la Biblia, sino todos los libros». Es un tanto cruel, evidentemente, con el Espíritu Santo, pero supongo que todos los libros merecen ser leídos. Esto es, creo, lo que Homero quería decir cuando hablaba a la musa. Y esto es lo que los judíos y Milton querían decir cuando se referían al Espíritu Santo cuyo templo es el recto y puro corazón de los hombres. Y en nuestra mitología, menos hermosa, nosotros hablamos del "yo subliminal», del "subconsciente». Estas palabras, evidentemente, son un tanto groseras cuando las comparamos con las musas o con el Espíritu Santo. Tenemos, sin embargo, que conformarnos con la mitología de nuestro tiempo. Pero las palabras significan esencialmente lo mismo.

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Pues el lenguaje cambia; los latinos lo sabían perfectamente. Y el lector también está cambiando. Esto nos recuerda la vieja metáfora de los griegos: la metáfora, o más bien la verdad, de que ningún hombre baja dos veces al mismo río. Creo que aquí existe un cierto miedo. En principio solemos pensar en el fluir del río. Pensamos: «Sí, el río permanece, pero el agua cambia». Luego, con una creciente sensación de temor, nos damos cuenta de que nosotros también estamos cambiando, de que somos tan mudables y evanescentes como el río.

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Aunque no sé si he sido un hombre especialmente feliz (¡tengo la esperanza de que seré feliz a la avanzada edad de sesenta y siete años!), sigo pensando que estamos rodeados de belleza.

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Una vez que lo he escrito, ese verso no hace que yo sea bueno, pues, como acabo de decir, ese verso lo he recibido del Espíritu Santo, del yo subliminal, o puede que de algún otro escritor. A menudo descubro que sólo estoy citando algo que leí hace tiempo, y entonces la lectura se convierte en un redescubrimiento. Quizá sea mejor que el poeta no tenga nombre.

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Puede que no estén ustedes de acuerdo con los ejemplos que he elegido. Quizá mañana se me ocurran ejemplos mejores, quizá piensen que debería haber citado otros versos. Pero, ya que pueden sus propios ejemplos, no tienen que preocuparse demasiado por Homero, los poetas anglosajones o Rossetti. Porque todo el mundo sabe dónde encontrar la poesía. Y, cuando aparece, uno siente el roce de la poesía, ese especial estremecimiento.

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Acabaré con una conferencia llamada «Credo de poeta», en la que intentaré justificar mi propia vida y la confianza que algunos de ustedes puedan depositar en mí, a pesar de esta primera conferencia torpe y titubeante.

Fragmentos extraídos de: Borges, Jorge Luis, Arte poética. Editorial Crítica. Barcelona, 2001. Pags. 15-35. (Seis conferencias sobre poesía pronunciadas en inglés en la Universidad de Harvard durante el curso 1967-1968)

viernes, 21 de agosto de 2020

EL PUENTE




Corrió media cuadra para alcanzar el autobús y lo logró. Desde arriba, me compadecí de ella. Pantalón violeta, blusa rosada, zapatos de taco, cartera negra y notoria premura. A esa hora, el paradero era un infierno. Más allá ya no había otro, hasta cruzar el extenso puente y todavía tres cuadras más abajo, en el Rímac. Ya dentro, comenzó a avanzar en medio del gentío, hasta que nuestras miradas se cruzaron como dos sables, pese a los vaivenes del bruto autobús.

No exagero, era la mujer más bella que he visto en mi vida. Aún hasta hoy, después de haber andado países y continentes y ver extrema belleza y garbo, para mí no hubo ni hay mujer que pueda comparar con Dana, bella entre las bellas. ¿Yo? No era el prototipo de príncipe azul. En aquél entonces estaba más preocupado por encontrar un lenguaje propio y convencido de que podía vivir en un mundo hostil para un escribidor, además anarquista. Por las mañanas vendía planes de sepelio para ganarme el pan y de cuatro a seis asistía al taller de poesía que dictaban en La Casona. Mi escuálida economía no me permitía lujos. Por eso dudé mucho en acercarme a Dana en el autobús. Involucrarme con una mujer no cabía en mi presupuesto. Mientras nos mirábamos sin tregua, yo rezaba para que se bajara pronto, en este paradero, en el próximo, en el siguiente. Y cada vez que el carro echaba a andar, volvía a contar a puro tacto las monedas que tenía en el bolsillo. Pagarle el pasaje significaría quedarme sin un centavo para mañana.

El autobús se fue quedando vacío pero igual, no nos sentamos. Seguimos mirándonos, ahora de muy cerca. A veces ella sonreía, a veces yo pero, aunque ruborizados, insistíamos. Ninguno estaba dispuesto a abandonar la contienda. Así llegamos al último paradero.

—¿Me permites pagar tu pasaje?
—No, gracias…
—Por favor…

Nos fuimos caminando. Hablamos de su vida difícil, de diosa venida a menos. Trabajaba como secretaria y asistenta en la joyería de su tío. Había perdido a sus padres y hermano en un accidente de automóvil y no tenía cuándo ver luz al final del túnel. Vivía con esos mismos tíos, tres calles más arriba de mi casa.

Nervioso e inseguro, yo me limitaba a mirar el camino, sus pisadas, sus zapatos negros, parte de sus piernas envueltas en aquél pantalón de tono violeta que ha teñido mi memoria. También iba mirando nuestras sombras, que por efecto de las luces de los postes se fundían en una sola, se alargaban, apartaban y volvían a fundirse. Cuando cruzamos la avenida, me apuré por invitarla a tomar un café, mañana a las siete. Aceptó, pero propuso que mejor a las seis y media, para ganar media hora. Cuando aún no me reponía de esta última sorpresa, llegamos a su casa. Me dio las gracias por haberle pagado el pasaje y entró. Yo me fui pleno de algarabía y aterrado por la magnitud del desafío.

Las siguientes tres semanas trabajé muy duro para poder pagar los cafés, cines, helados y pasajes de ambos. Pero era feliz. Despertaba, trabajaba, caminaba, almorzaba, siempre feliz. No tenía dinero, pero había recuperado el optimismo, la esperanza. Parecía que por fin iba a poder superar la peor etapa de mis cortos veinte años. Desde que Dana llegó a mi vida, todo volvió a cobrar sentido.

Una tarde, no pude ir a esperarla al paradero. Como nunca, no vender nada me empujó a un feroz remolino del que no pude salir. No cobré comisión. A las siete y minutos llegué al paradero. Dana no estaba. La esperé, hasta crucé el peligroso puente imaginando que me había ido a buscar al otro lado. Regresé. Seguí esperándola, hasta que dieron las nueve.

Al día siguiente era su cumpleaños. Esa mañana del dos de febrero, quizá debido a la presión de la urgencia, tampoco logré vender. Me armé de valor y pedí un adelanto, que mi jefe groseramente denegó: este es un negocio —dijo— no la beneficencia.

Llegué casi a las once de la noche a casa de su tía, con unas flores que había ido arrancando a lo largo de mi caminata. Abrió una señora en pijama -probablemente su tía-. Sudoroso, desarrapado, le pregunté por Dana mientras le mostraba mis flores. Hizo una mueca de desprecio y cerró la puerta sin decirme palabra.
Al día siguiente no fui a trabajar. Me agazapé tras su esquina, la busqué en la joyería, la esperé en el paradero. Nada. Y así cada noche, durante un año, en ese y todos los paraderos de la Avenida Tacna. Empecé a creer que no era real, pero ¿cuál de mis realidades estaba en cuestión, con o sin Dana?

Seis de siete noches sueño que Dana y yo cruzamos el puente. Que drogadictos y criminales nos miran, nos acorralan, nos atacan. A veces nos matan, otras despierto antes.




Fragmento extraído del libro: Y ENTONCES Derechos Reservados © 2020 de Rogger Alzamora Quijano

sábado, 8 de agosto de 2020

PRESAGIOS




La encontré furiosa, y más cuando se percató de que andaba amodorrado y con tufo a Ron Cartavio.

—Así no me vas a besar— amenazó, sin saber que estaba vaticinando el desenlace.

Se llamaba Élida. Era una morena seria, sabrosa, alta, delgada, de ojos marrones. Nos conocimos en el trabajo. Ella era secretaria, yo empleado administrativo. Nuestros escritorios estaban frente a frente y aunque por lo general nos esquivábamos, era imposible no toparnos algunas veces durante el día. Mi mala fama había corrido por cuenta de López, Chunga y Ríos, y todo debido a las continuas llamadas que Élida tenía que recibir antes de pasármelas. En un principio su actitud fue impertérrita, pero poco después pasó a ser hostil. Se dirigía a mí con monosílabos: "oiga", "tome", "llamada".

Una de las pocas veces que el Departamento de Personal en pleno se reunió, fue para celebrar el cumpleaños del gerente, señor Cisneros. Llegué tarde a la fiesta y, para disimularlo, apenas entré le pedí bailar a Nancy, la otra secretaria. Aceptó a regañadientes.

—¿Quién eres tú realmente, Sandro Martínez?— preguntó después de un minuto — No matas una mosca, pero dicen que eres un granuja.

Pensé que era una broma, pero cuando se detuvo y continuó encarándome, dejé mi estúpida sonrisa y le expliqué. Andaba huyendo de alguien que no aceptaba el fin de nuestra relación. Ah, y que no eran varias mujeres, sino una sola que me llamaba y se hacía pasar por varias.

—Pues eso díselo a Élida, porque está a punto de informar a Cisneros, a Herrera y hasta al mismo Teixidor, el Gerente General. Ya no puede más con tantas llamadas. Le quitan tiempo y no está haciendo bien su trabajo. Le han llamado la atención dos veces. Martínez, ponte las pilas porque te van a botar.

Le agradecí por el dato y por bailar conmigo, que en ese momento era bailar con la peste. Fui a tomar el toro por las astas.

Élida estaba sentada charlando con Diana, la secretaria de Gerencia.

—¿Me permites? Le extendí mi mano.

Me miró con estupor. Dudó. Buscó escapar, pero se encontró con los ojos de Nancy.

—Ely— le dijo —necesitas escucharle.

Salimos a la pista. Estaba nervioso y sin saber por dónde empezar.

Al final no fue una pieza, sino tres. Primero me disculpé por afectar su trabajo. Después le convencí de que no era un rufián como ella pensaba. La última salsa la disfrutamos sin hablar. Cuando terminó, y antes de que le pidiera seguir bailando, me dijo que tenía que irse. Faltaba poco para las once. Me ofrecí a acompañarla a tomar su taxi. Aceptó.

Afuera hacía un fresco agradable, así que caminamos hasta la esquina, seguimos otra esquina, otra, y así quince más. Hablamos de todo. De ella, de mí. Nunca hasta esa noche la había visto reírse a carcajadas. Media hora después llegamos a su casa.

Nos miramos sin decir palabra. Hice una venia y me di la vuelta.

—Llega temprano a la oficina, por una vez— le escuché decir.
—Ajá— respondí.

Antes de llegar a la esquina volví la vista. Estaba ahí, mirándome. Me hizo adiós con la mano y entró. Ya no regresé a la fiesta. Me fui caminando hasta mi casa con dos ideas en la cabeza.

Al día siguiente cité a Adela. Estaba decidido. Nos vimos en el café. Ella pidió helados y yo agua. Quería ser breve. Le expliqué por qué no había posibilidad de retomar nuestra relación. Había pasado un año, y en un año toda flama termina en cenizas. Compungida, aceptó. Al cabo de un rato salimos. Nos detuvimos para despedirnos, rompió en llanto. La abracé, para consolarla. Las cosas se calentaron, perdimos el control y acabamos en un hotel de por ahí.

Esa semana y las siguientes no recibí llamadas. Los días pasaron velozmente. Todo tiempo era insuficiente con Élida cerca. Los días siguientes fuimos tendiendo puentes. Nancy se dio cuenta de nuestras complicidades y predijo un romance.

Un sábado fui a casa de Élida. Al escuchar el timbre se asomó a la ventana y me pidió que la esperara un momento. Quince minutos estuve ahí, ensayando cuál sería la forma de exponer mis sentimientos sin que me rechazara apenas comenzar.

—¿Adónde vamos?

Buscamos un parque. Me detuve, le tomé la mano y le dije que la amaba. Élida ya lo esperaba.

Fui feliz a su lado. Era increíblemente natural y sencilla. La amé con todas mis fuerzas. Nos entregamos completamente y sin miedos. En la fábrica, se enteraron. Cisneros me llamó a su despacho para advertirme que cuidara mi trabajo.

Cinco meses después, la ya olvidada voz de Adela sonó al otro lado de la línea. Élida me transfirió la llamada sin disimular su molestia.

Adela fue breve. Estaba en la puerta de la fábrica.

—Solo será un par de minutos— traté de calmar a Élida.

Sí, fueron dos minutos. Adela estaba embarazada.

Esa noche busqué a Coco, le conté y se solidarizó emborrachándose conmigo. El sábado llamé a Élida para decirle que pasaría por su casa a las tres. Estaba enfadada. Yo no lograba controlar mi pulso, de tanto ron barato que había bebido.

— Así no me vas a besar— repitió, con una piadosa sonrisa.

Llegamos al Parque Kennedy. Eran las cinco. La miré profundamente y le conté toda la verdad. Ella no merecía un hombre con tantos problemas. Yo la amaba, pero no tenía derecho… Élida me interrumpió.

—¿Esa es tu noción de amor? No entiendo. Pero si has tomado tu decisión sin escucharme, no voy a esperar a que lo repitas.

Súbitamente estiró su mano, paró un taxi y se marchó, sin que yo pudiera hacer algo para detenerla.

Al día siguiente, renuncié al trabajo. Cisneros me escuchó.

— Lamento decir "te lo dije"— concluyó.



Fragmento extraído del libro: Y ENTONCES Derechos Reservados © 2020 de Rogger Alzamora Quijano




viernes, 31 de julio de 2020

EL BRILLO




No sabes cuántas vueltas ha dado el mundo y en qué recónditos lugares he buscado un poco de paz. Nada puede devolver el tiempo, nada puede reparar el pasado.

Hoy recibí tu mensaje y no pude evitar ver tu foto. Ya no tienes brillo. Aquella chica que me regaló la mejor sonrisa que haya visto jamás ya no brilla. Sin duda eres hermosa y no dejarás de serlo. Tus ojos miel están ahí, tus perfectos dientes resaltan bajo aquella pequeña nariz que me gustaba besar. Tu cabello ensortijado, tus pequeñas manos, tu alma blanca. En la foto estás ante Machu Picchu, la montaña sagrada, hace dos meses. Es una magnífica toma. La majestuosidad del paisaje, la inmensidad, el cielo.

¿Y tú? Ahí estás, pero has perdido el brillo.

Como aquél momento en que te conocí, hoy sentí un remezón al verte. Y como entonces, hoy tuve que sentarme para no perder el equilibrio.

Mi memoria regresa a aquella mañana en la Feria. Después de tomar un poco de aliento y otro poco de osadía, me acerqué y te invité un chicle. Te reíste. Parecías haberlo intuido. No fue difícil acercarme a ti, pese a que tenías fama de arisca.

Aquella misma tarde bebimos un largo café. Sesenta minutos pasaron raudamente, pero el deber pudo más.

Al día siguiente, con los buenos días, me diste un sorpresivo beso en la mejilla. Bailó mi corazón. Y cuando aún no me recuperaba, me invitaste a almorzar en la pensión de tu marca, con todos los demás miembros de tu equipo de ventas. Sería un sacrilegio imperdonable, porque éramos competencia, pero no te importó.

Apenas entramos, y ante el estupor general, me tomaste la mano. Así, atados, buscamos una mesa. Yo flotaba. Pronto empezó el remolino. Vivimos días espléndidos, compartimos todo lo que nuestra precaria economía de vendedores de electrodomésticos nos permitió. Apenas cobrábamos salario nos deslizábamos hasta aquél hotelito, que encontramos tras largas disquisiciones morales. Tuve que rebatir uno a uno tus miedos y tus principios. Finalmente ganó la urgencia.

Nunca tuvimos una pelea que sobrepasara los linderos de la música. Éramos tan distintos. Tú la balada en español, yo la salsa y el rock. Fuimos absolutamente felices hasta con nuestras diferencias. Fuiste derribando mis complejos, mis ratos opacos y mis tragedias. Tú lo iluminabas todo.

La primera vez que te hablé de Borges te dormiste en mi pecho. Después de eso, cada vez que buscabas sueño me pedías que te hablara de libros y escritores. Me encantaba tu desfachatez. Todo transcurrió así, en medio de constante ensoñación y delirio. Cada paso lo dábamos juntos, aunque eso significara el caos.

Tres meses de dicha terminaron cuando te confesé que te había mentido. Me abofeteaste y te echaste a llorar en la penumbra de la discoteca. No dije nada. No encontraba palabras que atenuaran mi felonía. Después de unos minutos te secaste el rostro, tomaste tu bolso y te fuiste. En silencio te vi marchar. Era tu derecho.

Pensé que al día siguiente podría explicarte todo.

No hubo próxima vez. Me cerraste todas las puertas. Nunca más obtuve media palabra de tu boca. Después de un mes de esperarte, de acudir a tu hermana, a tu mejor amiga y hasta a tu jefe, finalmente me di por vencido.

Con aquella mentira te quité el brillo que hoy te falta.

Por eso decidí que tu mensaje debe quedar ahí, en la bandeja de recibidos. Más tarde, cuando recupere algo de valor y cordura, lo borraré y te bloquearé.



Fragmento extraído del libro: Y ENTONCES Derechos Reservados © 2020 de Rogger Alzamora Quijano