Escribe: Rogger Alzamora Quijano
Todo lugar posee su propio encanto. Sólo hay que detenerse un momento.
Hice los siete pisos en ascensor, dejando para otro día mi costumbre de trepar escaleras. Había sido un día larguísimo y con tormenta hasta el filo de la noche. Inserté la tarjeta y entré en el apartamento. Me despojé de mis zapatos, accioné el control remoto para levantar la persiana anti-huracanes y me quedé mirando el paisaje nocturno del Mar Caribe. Sin duda estaba en un lugar privilegiado. Me dirigí al refrigerador, saqué helados y galletas saladas y me fui a sentar en la terraza. El cielo había quedado limpio. Abajo, en una de las piscinas del Condominio Marbella todavía jugaban algunas personas. Una hora después y muerto de sueño, me metí en la cama. Casi las nueve. Puse el televisor en apagado automático y cerré los ojos.
Apenas había logrado atrapar el sueño, cuando una creciente batahola me despertó. Al parecer se trataba de una celebración en el apartamento contiguo, con la participación de una banda de bachata.
¡Lo que me había costado arrastrarme hasta la cama! Era mi última noche en aquél paraíso, después de un paseo fantástico por la Ciudad Vieja de Santo Domingo, un provechoso almuerzo con los amigos y una digestiva caminata por el Metro Golf Country Club. Ahora estaba otra vez despierto, sin atisbos de recuperar mi sueño, dando vueltas hasta perder la paciencia y sin siquiera poder mirar la televisión, pues la música lo inundaba todo.
Media hora después mis divagaciones me llevaron hasta la terraza. La vista era espectacular, aun con la poca luz que regalaba aquella luna menguante. Desde el séptimo piso del edificio donde yo estaba, mi terraza parecía flotar sobre las aguas del Mar Caribe. Me quedé mirando la inmensidad de preciosos arrecifes y minúsculas olas. Juan Dolio es el paraíso. Ni tan bullicioso como Boca Chica, ni tan comercial y turística como Punta Cana. En Juan Dolio se respira deleite y su gente es sumamente amable, simpática y generosa.
De pronto la música cesó. Miré el reloj: medianoche. Pronto se escuchó la despedida de músicos y asistentes. Recordé lo que dijo al respecto Monsieur Laurent -dueño del apartamento- cuando me entregó las llaves: "En Condominio Marbella las únicas reglas son la honestidad y el respeto".
Iba a regresar al dormitorio cuando vino a mi mente un pequeño relato de Hemingway en un librito azul, del cual no recuerdo el nombre (de hecho tenía que ver con su vida y experiencias, la Revista Sur y Victoria Ocampo), allá por los ochentas -libro que perdí o me robaron-. Allí, el escritor norteamericano narraba un increíble amanecer en una playa cubana. Encendí la lámpara. No estaba yo en Cuba pero sí en el Caribe y era mi última noche. Si buscaba algo especial de este viaje tendría que suceder aquella madrugada. Ya no quedaba mucho tiempo. Al día siguiente tendría que retornar a Lima.
Una vez más acudí a mi fiel "Llano en llamas" de Rulfo y, abrigado para la madrugada, me senté a leer y esperar. Poco después sentí que los niños y sus familias abandonaban la piscina envueltos en toallas multicolores. La una menos diez.
Al filo de las cuatro decidí concentrarme en el horizonte. Dejé de leer. Por un momento pensé bajar hasta la playa, pero preferí quedarme donde estaba. Desde aquella altura se dominaba mejor el horizonte. Además estaba seguro y cómodo en la penumbra, con la suave música del rumor del mar. La madrugada mágica ya estaba sucediendo, pero aún había más para mí.
No sé cuánto tiempo después -y de pronto- la moribunda oscuridad del cielo se encendió sobre el mar, dando paso a un fulgor brevísimo, de un verde ¡increíble! ¡inenarrable!¡un verde absoluto! que latió sobre la línea del horizonte y se difuminó conforme la tierna claridad comenzó a inundarlo todo. Aquél fulgor desapareció en el celeste del cielo, pero se quedó para siempre en mis pupilas, en mi espíritu.
Breve pero magnífico, el verde absoluto me dejó hipnotizado y preso de aquél lugar único, incomparable. Y estoy seguro que Ernest Hemingway sintió lo mismo no muy lejos de allí, en el Caribe cubano.
De: CUADERNO DEAMBULANTE Derechos Reservados Copyright 2017 © Rogger Alzamora Quijano
Que maravillosa descripción has realizado, sí bien fue al inicio incomodo volver del sueño; el haber tenido el privilegio de observar ese amanecer con esa tonalidad que se torno vasta, infinita...TOTAL.
ResponderEliminarSiempre va a existir ahí, en ese lugar...
Y por supuesto en ti. Que ya sabes donde esta.
Estoy completamente conmovida.
Tal cual. Ese es Juan Dolio. Tan cerca y tan lejos de Punta Cana.
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