¿Cuándo recobraremos la naturalidad al caminar sin sospechar del transeúnte que viene o va demasiado cerca de nosotros? Quizá nunca. ¿Cuándo volveremos al saludable y edificante hábito de abrazar y besar sincera, cálida, emotivamente a los nuestros? Quizá nunca. ¿Quién nos devolverá al punto que nos vimos avasallados por los noticieros de la muerte y dejamos nuestros proyectos inconclusos? ¿Quién nos despertará de la pesadilla de ver a nuestros muertos partir sin siquiera un adiós?
Pocas o ninguna respuesta. Desconfiamos de la palabra futuro, no hablamos de eso. Si llegáramos algún día a retozar otra vez en una playa, ¿el mundo será mejor? ¿O estaremos apaleados por el recuerdo y entumecidos por tanta tragedia? Si la esperanza es lo último que se pierde’, no nos cansemos de esperar. Si es verdad que el futuro comienza con un sueño, despertemos para matar la pesadilla.
En los quince años de terrorismo e hiperinflación, buena parte de los jóvenes de entonces vimos truncados nuestros futuros. Temo que en estos tiempos de coronavirus, los jóvenes estén perdiéndolo también. La incertidumbre sumado a la incompetencia de los gobernantes, están precipitando ese desenlace.
Luego de más de cuatro meses, el panorama empeora. Entre las imágenes del aterrador desfile de cadáveres sin nombre y la urgencia de los más pobres por buscar cómo sobrevivir nos debatimos cada día, sin asomo de luz para esta interminable y terrorífica penumbra. Es obvio que los gobernantes son ajenos al hambre. Ellos comen a sus horas, mientras cómodamente aguardan que esto pase, para emerger como los nuevos ricos de este pobre país.
De: LOS DEMONIOS DE LA PANDEMIA - Derechos Reservados 2020 de Rogger Alzamora Quijano
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