domingo, 19 de mayo de 2019
LA BICICLETA
Llegó.
Se apeó.
Rebuscó en los alrededores.
Más allá había una palmera joven, de frondosa y verde cabellera. Tras la palmera una pared azul desportillada. Yo ya estaba ahí. Sentí el golpe seco de sus ojos, pero conservé la calma.
Al salir de mi casa estaba alborozado. No podía creer que me llamara. No podía creer que me dijera que debemos arreglarnos. No esperaba que fuese a torcer su mano para llamarme.
Nos habíamos conocido un día de fiesta hace no sé cuántos siglos. Transitamos la felicidad más deliciosa y breve, donde las frutas de su boca siempre fueron del color de te amo como nunca amaré a nadie.
Y le creí. Y le creo. Y me creo cuando le creo.
Ahora estábamos en cero.
Huidiza. Con una mano intentaba conciliar. Con la otra, cavaba entre nosotros una insalvable barricada.
Éramos como dos cuadros en blanco sobre aquella pared azul.
Su voz retumbó otra vez, sobre la escasa esperanza. No pude hacer nada. No tuve respuesta. No me dio tiempo.
Me tragué la última luz. Empezamos a morir velozmente, como si nuestro sol se fuese quedando sin batería.
No hice nada. No quise.
Algunos segundos después, la vi alejarse en su bicicleta.
Fragmento extraído del libro: Y ENTONCES Derechos Reservados © 2020 de Rogger Alzamora Quijano
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