domingo, 8 de marzo de 2015
DETRÁS DE LOS PREMIOS LITERARIOS
Escribe: Rogger Alzamora Quijano
Jaime Bayly fue convencido de participar en el Premio Planeta 2005 al recibir una llamada que le aseguraba iba a ser finalista. Bayly presentó su novela -según sus propias palabras- “a medio escribir”. A la postre sería finalista. Sí, querido(a) lector(a): ganó 125,000 euros con una obra inconclusa (El Premio Planeta está dotado con 601,000 euros para el ganador y 125,000 para el finalista).
Esta es la historia que gracias a Juan Marsé y a Josep María Cuenca podemos corroborar (con planetaria vergüenza ajena). Farsa es la palabra que asociará -querido(a) lector(a)- con premio literario, por culpa de unos cuantos mercantilistas e ineptos.
“Mientras llega la felicidad” es la biografía de Marsé que Cuenca ha publicado en Anagrama. Hay muchas cosas interesantes en este libro, entre otras los verdaderos motivos de su renuncia a ser jurado del Premio Planeta 2005. Cuenca relata cómo Juan Marsé Carbó (Barcelona, 1933) hizo un honroso deslinde cuando se percató que Planeta no sólo no tomaba en cuenta sus razonables requerimientos, sino que avalaba el caótico sistema de lectura y selección de manuscritos y la falta de idoneidad de ciertos jurados.
Es indignante también saber que la valoración literaria del premio se ve claramente por debajo de la comercial. Es decir, si James Joyce hubiera presentado “Ulysses” al Premio Planeta, hay que imaginar cuál hubiera sido su suerte: muy probablemente el tacho de basura.
Sobre el caso Bayly, Cuenca relata que la citada obra inconclusa (que a la postre sería finalista) “De repente un ángel” fue motivo de un informe de lectura que para Marsé resultó siendo absolutamente adverso. Y para dejarlo muy claro lo cita textualmente: (La obra de Bayly es) “Una especie de culebrón peruano ternurista y desaforadamente verboso, tan decantado a lo sentimental y sensiblero que da grima. Juraría que el autor escribe telenovelas de éxito en su país. Trufada de diálogos ñoños y afectados, redundantes y vacuos a ratos, o pretendidamente graciosos, y reiterativos. Un hablar bonito, con ribetes de folletín -pasando de puntillas por lo escabroso, y eso que el protagonista es escritor-. Y al cabo, inverosímil, todo servido en una prosa simplona que duerme a las ovejas. Lo que más me fastidia es el alarde de buenos sentimientos de que hace gala el autor.”
¿Necesitan más? Aquí tienen:
Marsé: “Después del premio, Jaime Bayly quiso hablar conmigo y quedamos un día para tomar una copa en el Majestic. Me confesó que su novela no estaba terminada, que algunos capítulos sólo estaban apuntalados, y que entonces le comunicaron que iba a ser finalista del Planeta y la acabó deprisa y corriendo. “Acepté”, me dijo, “y sé que no tendría que haberlo hecho”.
Claro, se sintió culpable, pero... se quedó con el premio.
Sin embargo, asumiendo que la opinión de Marsé como jurado es -o puede ser- discutible, lo que resulta despreciable es que, mientras miles de autores en todo el mundo se esmeran en escribir bien y mejor para tener la posibilidad de recibir de Planeta el impulso mediático, en caso de un posible galardón, los “responsables” de este evento ya tengan "controlados" (léase acordados y elegidos) los finalistas, al tiempo que publican la convocatoria.
Pero es necesario citar otros tramos de Marsé:
Acerca de la ganadora de ese año: “Pasiones romanas” de María de la Pau Janer dice: “Solamente una pregunta. ¿Alguien de los presentes se ha leído hasta el final este artefacto de tedio y molicie interminables? Una vez más me he visto sorprendido por la valoración literaria en el informe de la preselección. Un 7 sobre 10. Y la valoración comercial aún es más alta: un 8,5. Francamente, me parece que eso es poner en serio peligro la estabilidad mental de los lectores habituales de los Premios Planeta, ya de por sí bastante deteriorada.”
Marsé no se quedó en el gesto. Se lo hizo saber a José Manuel Lara Bosch, presidente de Planeta-, y lo cuenta con insoslayable amargura:
“Insistí mucho en la necesidad de introducir cambios en el equipo de lectores que hacía la selección previa de manuscritos y dictaminaba cuales eran las obras finalistas. Porque ese equipo, que dirigía un tal Emili Rosales, era de una incompetencia total. Todos los informes que hacía para el jurado -alguno incluso estaba firmado por el propio Rosales- eran malísimos; decían cosas como: “Novela que va a cambiar el curso de la literatura contemporánea“, y constaban de dos partes: una literaria y otra comercial. Normalmente la comercial era la más honesta y la literaria, la más demencial. Por todo esto le pedí a Lara que introdujera cambios en el equipo, porque trabajando así no era de extrañar que entre las novelas descartadas hubiese alguna realmente buena. Yo quería, además, un listado de las novelas presentadas con una ficha informativa, por si me llamaba la atención alguna novela descartada. A esto último Lara me respondió, sorprendido, que eso nunca se había hecho. Yo le repliqué que el Premio La Sonrisa Vertical de Tusquets sí se hacía y le sugerí que llamara a Beatriz de Moura y Toni López; lo hizo y se lo confirmaron. Y, por último, yo quería librarme de tener que intervenir en público, porque si tenía que hacerlo y me hacían preguntas contestaría con total sinceridad. Lara me aseguró que en las ruedas de prensa del Planeta los periodistas nunca preguntaban nada, y que sólo hablaba Carlos Pujol en nombre del jurado, pero luego no ocurrió así. En fin, que ante mis peticiones, Lara me dijo que de acuerdo, pero al final no cumplió. Y no sólo no cumplió, sino que ha promocionado todavía más arriba a ese incompetente de Rosales.”
El día de la entrega del Premio Planeta 2004 había escrito:
A las dos me recoge un taxista (Paco, muy simpático) y me lleva al restaurante Vía Veneto. Comida-trabajo con el resto del jurado y con José Manuel Lara de mirón. Rosa Regás, Carmen Posadas, Pere Gimferrer, Alberto Blecua, Antonio Prieto, Carlos Pujol y Manolo Lombardero de secretario, sin voto. Empieza a hablar Blecua y hace un increíble elogio de la infame novela de L. Etxebarría. Llega a calificar a esa niña estúpida de “transgresora” literaria. La Posadas, aleccionada por mí, dice que ninguna de las cinco novelas le gusta. Antonio Prieto critica algo a la Etxebarría, pero al cabo dice que es la mejor opción. Pujol también. Rosa Regás también. P. Gimferrer me resulta el más patético y despreciable, por ser el más inteligente: dice que la novela de esa chica “no le aburre”. Yo me la cargo furiosamente […] y declaro que no votaré a ninguna de las cinco por considerarlas un insulto a mi inteligencia y un desprecio al jurado. Pero sé que el premio no puede declararse desierto, etc. La cena y la entrega del premio, con la asistencia de la ministra Calvo y del president de la Generalitat Pascual Maragall, y, sobre todo, la rueda de prensa con los ganadores (L. Etxebarría y F. Torrent, el valensianet trepa, los dos pésimos escritores) un horror. Tengo que replantearme dimitir como jurado.
El día 20, Marsé escribe en su diario: “Me siento sucio.”
Mi admiración y solidaridad con Marsé, un tipo honesto y valiente.
Juan Marsé había ganado el Premio Planeta 1978 por “La muchacha de las bragas de oro”. Sólo fue jurado del Premio Planeta el 2004 (entró para reemplazar al fallecido Manuel Vasquez Montalbán) y el 2005 en el que dimitió un día antes del fallo.
Agradecimientos a:
- Josep María Cuenca: “Mientras llega la felicidad”, Editorial Anagrama, 2015. 752 páginas.
- “Patrulla de Salvación”.
Premios desprestigiados, editoriales acomodaticias, certámenes impresentables, conciliábulos donde los "preferidos" que ganan invitaciones son siempre los mismos, etc etc. Todo se sabe, por más que se trate de ocultar. Gracias por compartir algo del libro de Cuenca. Arturo.
ResponderEliminarLa dictadura de las editoriales. Ya sabemos qué hay detrás.
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