domingo, 25 de mayo de 2014
WANDOR WINDOR
Como siempre, Wandor Windor era el primero de la fila.
Lo quedaron mirando. Wandor Windor estaba preparado para todas las burlas del mundo. Se alisó el pantalón de polistel marrón sobre los deformes zapatos mientras Pilatos seguía llamando a sus jugadores: hey Batán, aquí; Cacique, Cirujano y Mago. Pilatos, el todopoderoso alero zurdo tenía el ceño fruncido, los aludidos se ubicaban en sus lugares chinos de risa. Wandor Windor caminaba con su habitual desparpajo, en medio de la chanza de lo compañeros y rivales. Un metro sesenta de estatura, para un gigante del arco.
En el otro equipo, El Indio tenía lo suyo. Un equipo de macheteros y rascapiernas que no dejaban pasar pelota ni jugador. Por ejemplo, Lelo, el grandulón tartamudo, estaba encargado de los brutales codazos que te dejaban sin aire para toda la vida. Pero no todo era rudeza. El Indio era el cerebro y quien se cargaba el equipo al hombro. Habilidoso, pericotero, socarrón, macho para aguantar las patadas e igualmente veloz para retrucar la boquilla. Un dolor de cabeza de Pilatos.
El duelo se vislumbraba ardoroso y sucio como siempre. Estaba en juego -aparte de media docena de incacolas- el honor que confrontaba a los criollos huarmeyanos con los cholos lugareños. No era fácil explicar el encono dominical que hace tres años se renovaba en la canchita de la escuela 1700. La rivalidad era irreconciliable.
El nuevo episodio de doce piconazos ante cuatro gatos en la tribuna iba a comenzar. La impaciencia llegaba al límite y la calistenia hervía la sangre. Estaban listos, sin árbitro, sin reglas y sin tiempo. Hasta que el otro tirara la toalla.
Wandor Windor había por fin llegado al arco, contorsionándose al colocar primero una muleta, después la otra. Sus omóplatos le sobresalían en la espalda, su pequeña cabeza rapada se hundía y volvía a aparecer. Su caminar dubitativo y la escuálida sombra que dejaba gotear sobre la tierra muerta, provocaban la burla del público. El Gordo César lanzó un improperio. Ya pues carajo, apúrate, mientras se rascaba la protuberante panza. Wandor Windor ni lo miró. Arrastró por última vez su pierna derecha, se remangó la camisa y se cuadro en la portería. Sus piernas aflojadas por la polio, las muletas firmes bajo sus axilas, sus excesivos huesos. Parecía aún más invencible.
Pilatos se paró en el centro, frente a El Indio. Se miraron a los ojos. Y con un furibundo bote sobre el polvo, comenzó el partido.
Luego de dos horas y media, trece atajadas suicidas, moretón en el pómulo izquierdo, raspones y magulladuras, el rostro grotesco por las barrosas riadas de sudor, Wandor Windor emergió. Primero una muleta, después la otra, se alejó altivo, ante el aplauso de los presentes, que por primera vez premiaban la derrota.
De: EL JUEGO DE LA VIDA Copyright © 2014 Rogger Alzamora Quijano
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