domingo, 6 de noviembre de 2011

EL PESO DEL ALMA

Escribe: Rogger Alzamora Quijano

Francis Crick, el biólogo y Premio Nobel encontró que el alma humana pesa 21 gramos y está ubicada en la marea de neurotransmisores y recovecos de las estructuras cerebrales. ¿Se separan esos 21 gramos del cuerpo cuando morimos?
¿Acaso ese último suspiro, aquella exhalación definitiva, deriva en una separación cuasi material de lo intangible?

¿Y qué contienen esos 21 gramos? ¿Qué incluye aquél último equipaje? ¿Son acaso las mejores experiencias? ¿Son nuestros mejores sentimientos? ¿La mejor parte de nosotros? ¿O es lo más negativo, ruin y oscuro de nuestro ser? ¿O en definitiva es un último ejercicio de humildad que nos obliga a aceptar dentro de los 21 gramos lo bueno y malo, la felicidad y el dolor, las taras y las virtudes en partes iguales? ¿O algún papel tendrá la dictadura del azar?

Cuando morimos disfrutamos de un último estallido de conciencia, aquél panorama brevísimo y misterioso que nos obliga a confrontarnos, repasarnos, auscultarnos íntimamente. Lo inexplicable de su origen, lo fascinante e intrincado de su definición, y en este caso el intrincado teorema de su composición, hacen del alma la parte más importante -aunque paradójicamente también la más liviana.

¿Qué hay en esos 21 gramos? Valores y prejuicios, conductas y desórdenes, nuestros placeres más intensos, las delicias y el acíbar de nuestras vidas. Lo que nos dolió y enfureció. Aquellos nobles sentimientos frente a la desdicha propia y ajena; el deseo de disfrute y la sensación de paz. Todo eso que parece ser abundante e interminable sólo pesa 21 gramos, según parece sugerir de alguna forma el señor Crick.

Quizá no tengamos que entender lo del rayo destellante llamado “córtex visual” y hallaremos algún atajo para no enfrascarnos en explicaciones acerca de la teoría de la oscilación (algo así como grupos de neuronas que cambian de foco de atención según su percepción de los estímulos); o asentir acerca de que la conciencia puede construir por sí misma vías alternas a partir de la transmisión e interpretación. Quizá nos preocupa más ese algo que abandona el cuerpo para irse a un limbo metafísico donde acampará quién sabe si para siempre. Aunque 21 gramos sea el equivalente a una pequeña rebanada de pan, de estos 21 que pesa el alma su contenido está elevado a la enésima potencia.

El alma, ese gigante contenedor de experiencias, pesa apenas 21 gramos. Pero no es su peso físico lo que nos interesa -o le suma interés-, sino lo que significa respecto de la vida que se va. O lo que es lo mismo: lo que se llevará la muerte.
¿Dónde y cómo queda ese menudo ato al momento de partir (o partirnos en dos)?


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