viernes, 26 de junio de 2020
UN CABALLO QUE SE FUE
Escribe: Rogger Alzamora Quijano
Mayo de 1980. En medio de la naciente convulsión aparece un suplemento dominical que marcaría historia en el periodismo peruano: el Caballo rojo. Su matriz, Diario de Marka contaba ciertamente más opositores que lectores. El Caballo rojo fue una especie de isla también respecto del Diario de Marka. Se alejó tanto de lo convencional que podía notársele muy lejos de los demás.
Cisneros me dijo en una entrevista que el Caballo rojo había logrado duplicar el tiraje del Diario de Marka los domingos. Y nadie que sepa algo de esta movida de aquellos tiempos lo dudará.
Logo del suplemento el Caballo rojo, de Cristina Gálvez
De lejos se podía identificar en los quioscos el icónico Caballo rojo y bien rojo, creación de la talentosa Cristina Gálvez. Al principio solía detenerme a mirar los titulares, con no poco escepticismo. Poco a poco me animé a comprar uno, aunque el Diario de Marka solo me sirviera para limpiar los vidrios de la ventana. Fui coleccionando cada número. Sí, era denso, como el mismo Cisneros lo describió, pero placenteramente denso. Portadas elaboradas, siempre atractivas, con obras de arte o buenas fotos, páginas a tres o cuatro columnas llenas de disquisiciones filosóficas, poéticas, artísticas, el Caballo era un tabloide que tenía el poco común mérito de capturar el interés del lector desde cualquier ángulo: una entrevista a Genet, un ensayo sobre blues y jazz, elogios de Marilyn Monroe o Bette Davies por Paco Bendezú. Valiosas firmas como la de él desfilaron por el Caballo: Washington Delgado, Javier Sologuren, Cornejo Polar, Marco Martos, César Calvo, Hinostroza, Martínez, O’Hara, Peirano, Balo Sánchez León, Lévano en el área política, Garayar, Carlín, . Doce páginas repletas de información privilegiada. Y ahí nomás estaban el faltoso Tomás Azabache, Monsiváis, Falacci, Galeano, Sontag, nada menos.
Entre la hora y media de ida y la hora y media de vuelta sentado en el Büssing, leer el Caballo rojo era la única forma de salir sin escaras. Pocos años después, los que madrugamos en las larguísimas colas para comprar pan popular y leche Enci en los Mercados Populares, odiamos más al "gobierno" de Alan García porque no pudimos encontrar un Caballo rojo como el que nos alivió del 80 al 83.
Todo tiene su final, reza la salsa. Y el de el Caballo rojo comenzó a agonizar cuando Letts —el mismo que escurrió sus medias en televisión nacional— tomó la dirección, reemplazando a un Cisneros harto de las pugnas internas en Diario de Marka. Compré un número, sin darme cuenta del hecho, y me di de bruces contra la pared. No volví y no he vuelto a encontrar algo parecido en todos estos años. Con el periodismo actual tan pobre en ideas, en talento y en calidad, y con el desfiladero mortal que le espera a la prensa escrita nacional, ya perdí las esperanzas.
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