martes, 27 de marzo de 2018

CONTRADICCIONES DE UN NOBEL




Nota del editor.- Esta nota apareció en New York Times y me pareció interesante. Las contradicciones nos son comunes a todos, también a los personajes paradigmáticos como Vargas Llosa, que parecen esmerarse por convencernos de lo contrario.
Con la ayuda de un amigo trasladamos, con no poco esfuerzo, el texto original del inglés al castellano, tratando de respetar su espíritu, para que cada uno pueda tener sus propias conclusiones. En un comienzo pensé reducir la extensión, finalmente lo publico completo.



MARIO VARGAS LLOSA,

EL VIEJO ESTADISTA DE LA LITERATURA LATINOAMERICANA Y UN ESCRITOR DE NUESTRO TIEMPO

Por: Marcela Valdes, New York Times, 20 febrero, 2018




Mario Vargas Llosa no es un nombre familiar entre lectores estadounidenses. Pero a los 81, permanece como un coloso literario y político en el el mundo de habla hispana y sus novelas nunca como hoy han sido tan relevantes.

“¿Debemos sentarnos afuera?” Mario Vargas Llosa me preguntó, haciendo un gesto a través de las ventanas de la biblioteca en la tarde brillante de septiembre. El único peruano en haber ganado un Premio Nobel, Vargas Llosa ahora vive en una mansión de ocho dormitorios en los alrededores de Madrid, en una vecindad conocida como Puerta de Hierro. Cuando llegué, un mayordomo en una chaqueta blanca me llevó por el vestíbulo enorme de dos pisos, a través de relucientes baldosas negras y blancas, en una biblioteca forrada con estanterías de madera oscura. Un cenicero de cristal junto a platos plateados de chocolate y cigarrillos. Esta casona impresionante parecía como una residencia apropiada para el último gigante vivo de la edad de oro de literatura latinoamericana, un hombre que bien puede ser el novelista políticamente más importante de nuestro tiempo, pero la casa no pertenece a Vargas Llosa. Arriba de la chimenea de la biblioteca cuelga un retrato de su dueña, Isabel Preysler, en un vestido rojo.

Preysler, quien nació en las Filipinas pero ha vivido en España desde que tenía 16, construyó la casa con su tercer esposo Miguel Boyer, el Ministro anterior de Economía y Finanzas de España, quién murió en 2014. Los Paparazzis a menudo holgazanean alrededor su portales; Preysler, de 67 años, ha sido objeto de fascinación para tabloides en español desde que ella se casó con su primer esposo, la estrella de pop Julio Iglesias, en 1971. (Su segundo esposo fue un marqués español.) Y fue algo así como tras un escándalo, Vargas Llosa tenía un escritorio con ordenadas pilas de libros y un busto de Honoré de Balzac en un pequeño rincón de su biblioteca en medio de los libros antiguos de ciencia y matemáticas de Boyer. Él solía vivir en un apartamento en un piso entero en el corazón de Madrid, a unos pocos pasos del Teatro Real donde las calles son tan estrechas como trincheras. Pero en 2015, dejó a su esposa de 50 años por Preysler. Mientras lo seguía en la terraza, me preguntaba si una parte del atractivo de Preysler había sido su habilidad para envolverlo con tanto lujo.

Tomamos asiento bajo un toldo blanco en un par de divanes blancos frente a una piscina de aguamarina. Mi café llegó en una copa delicada de porcelana rosa. Mientras hablábamos el sol se deslizaba tras un estrecho bosque de árboles plantados a modo de cerca, que separaba la calle, los muros altos de piedra y la larga vía de entrada de grava dando a los jardines la ilusión de un parque. Hablamos por más de dos horas en español, sobre el modernista de Mississippi William Faulkner y la super agente española Carmen Balcells, sobre los programas de televisión “The Wire” y “Vikings”. Durante la mayor parte de nuestra conversación, Vargas Llosa fue sorprendentemente autónomo. Apenas tocó su vaso de agua y raramente movía las manos, aunque decía casi todo con una sonrisa y acababa muchas frases entre risas. Era como la casa misma: una fortaleza camuflada en la calidez de la gracia social. Puede provocar en uno la sensación de ser una persona muy formal, y se ha esmerado en eso hasta cierto punto”, dijo Maria Arana, una escritora peruano-estadounidense y ex editora de la sección de libros de The Washington Post. Las personas que son enormemente atractivas se compensan tratando a de ser formales, de parecer serios.

En marzo, Vargas Llosa cumplirá 82. Alguna vez se pareció a John Travolta de ojos oscuros: labios carnosos, mentón fuerte, pelo grueso y negro. Ahora el pelo es blanco, pero los modales serenos y la prodigiosa autodisciplina quedan. Ha escrito casi cada mañana de su vida, publicando 59 libros en 55 años, entre ellos algunas de las más grandes novelas del último medio siglo: “La ciudad y los perros”, "Conversación en La Catedral”, “La tía Julia y el escribidor”, “La fiesta del chivo”. “Si no escribiera” dijo él a The Paris Review en 1990, me volaría los sesos, sin lugar a dudas. Esta semana Vargas Llosa tiene tres libros que salen –traducidos al inglés- una novela (“The Neighborhood”) y una colección de ensayos políticos (“Sables y Utopias”) así como un nuevo volumen en España, “La llamada de la tribu”, el cual todavía no está disponible en inglés. Es una historia condensada de tres siglos de pensamiento liberal clásico, de Adam Smith a Jean-François Revel que funciona como una especie de autobiografía intelectual.

Para Vargas Llosa, escribir siempre ha sido un arma contra la desesperación y el despotismo, y “La llamada de la tribu” se siente como su intento de rechazar las olas de nacionalismo y populismo que ahora inundan el mundo. Él es un defensor de la libertad individual y democracia en América Latina. Sus ataques contra los autoritarios lo han convertido en enemigo para socialistas y conservadores. Lo que más respeta en una persona es la integridad: “Consistencia en lo que crees y lo que haces”. Y mientras su insistencia en decir y hacer exactamente lo que él cree, ha dejado un camino chamuscado en su vida personal, también ha sido la realización de su carrera.

Hasta la edad de 10 años, Vargas Llosa disfrutó una niñez mimada en una casa llena de miembros de una familia de clase media de su madre, que puede rastrear su linaje a los primeros colonos españoles. Abuelos, tías y tíos miraban indulgentemente sus bromas – espiando a las mujeres desde los árboles, y llevaban a su clase entera a casa para el té. Jugó a Tarzan con sus primos y memorizaba poesía con su abuelo. Su padre —le dijeron—, vivía en el cielo. Besaba una foto de él cada noche antes de acostarse. En verdad, Ernesto Vargas estaba muy vivo, pero había abandonado a la madre de Mario, Dora Llosa, varios meses antes de su nacimiento. Luego, en 1946 Ernesto y Dora se reunieron y se llevaron Mario a Lima.

“Cuando fui a vivir con mi padre, y me sentía solo, sintiéndome completamente aislado, separado de las personas que eran mi familia, leyendo me salvaba”, me dijo Vargas Llosa. Se sumergió en novelas de Alexandre Dumas, Victor Hugo, Charles Dickens y Honoré de Balzac, soñando con una vida llena de aventuras. “Fue una forma maravillosa de no tener que vivir la horrible vida que tuve”.

“Cuando [mi padre] me golpeaba”, escribe Vargas Llosa en su libro de memorias de 1993 “Un pez en el agua”, “mentalmente me iba sobre un precipicio profundo, y muchas veces el terror me hizo humillarme ante él y pedirle su perdón con mis manos juntas. Pero eso no lo calmaba. Y él seguía golpeándome, gritando y amenazándome con ponerme en el ejército tan pronto como yo tuviera la edad suficiente para ser un recluta y así tomar el camino correcto. Cuando la escena terminaba y él podía encerrarme en mi habitación, no eran los golpes, sino la ira y el disgusto conmigo mismo por haberle tenido tanto miedo y haberme humillado ante él de esa manera, que me hacía pasar una noche insomne, llorando en silencio".

La ficción y la poesía fueron el refugio de Mario del despotismo doméstico de Ernesto. Ellos fueron también su desafío. “Mi padre veía la literatura como algo extremadamente peligroso”, dijo Vargas Llosa en el jardín, haciendo a un lado sus viejos traumas con una risa. “Pensaba que la literatura era un pasaporte a fracaso en la vida, que era una forma de morir de hambre”. Las novelas, creía Ernesto también, eran obra de bohemios y homosexuales borrachos. Empeñado en convertir a Mario en un hombre real, Ernesto matriculó a su hijo en la Escuela Militar Leoncio Prado cuando tenía 14 años. “Fui a Leoncio Prado porque mi padre pensó que el ejército era la mejor cura para la literatura y para las actividades que él entendía como muy marginales.” Vargas Llosa se rió de la paradoja. “Al contrario, me dio el tema de mi primera novela”.

Aún ahora, “La ciudad y los perros” (1963) todavía tiene el poder a sobresaltar con sus escenas de intimidación y desenfreno entre cadetes. Los puntos culminantes incluyen la violación grupal de un pollo empujados por el licor, oficiales pateando estudiantes y el asesinato de un muchacho apodado “Esclavo”, que además se autodefine como tal mientras implora misericordia con las manos juntas. Indignados por la exposición, los administradores de la Escuela Militar Leoncio Prado decomisaron y prendieron fuego 1,000 copias de libros en una ceremonia oficial. Pero un jurado del prestigioso Premio Biblioteca Breve en España lo declaró “la mejor novela en lengua española en los últimos 30 años”. “La ciudad y los perros” fue una de las primeras sensaciones de una época transformadora de la literatura latinoamericana conocida como Boom (los demás escritores fundamentales –Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, José Donoso, Juan Rulfo, Miguel Angel Asturias y Guillermo Cabrera Infante– han muerto).

La obra maestra de Vargas Llosa es “Conversación en La Catedral” (1969). Es una polinización cruzada entre Faulkner y Balzac, técnicas modernistas utilizadas para pintar un amplio panorama histórico. La estructura de la novela surge de un punto: una reunión inesperada en la Lima de la década de 1960 entre Santiago Zavala, un periodista de 30 años distanciado de su familia de la alta sociedad, y Ambrosio, el ex chofer de su familia. Los dos se encuentran en una perrera, donde Ambrosio mata perros por dinero. Los dos hombres se emborrachan en un sórdido bar llamado La Catedral, y de su conversación surge una visión ampulosa de todo en el Perú bajo la dictadura militar de ocho años del General Manuel Odría en la década de 1950. Vargas Llosa implica a todos en la catástrofe moral, desde los disidentes estudiantiles, la cobardía de los medios comunicación, hasta las mujeres ricas ahogándose en el alcohol y el chisme.

Es indignante que “Conversación en La Catedral” nunca haya tenido el impulso que merecía en los Estados Unidos, y la traducción de la novela al inglés tiene parte de la culpa. Gregory Rabassa –cuya deslumbrante traducción de “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez – contribuyó a que esa novela sea un éxito de ventas en los Estados Unidos –tropieza con el estilo más complejo de Vargas Llosa, el cual continuamente cambia entre lo sinuoso y lo insulso. “Conversación en La Catedral” nunca será un libro fácil de leer en cualquier idioma – es un libro para fanáticos de Faulkner, Proust y Bolaño – pero los errores de Rabassa ensombrecen su brillo y sus episodios raudos y conmovedores. El novelista peruano-americano Daniel Alarcón me dijo que él descartó la versión de Rabassa cuando el vio Flaco traducido como ‘Skinny’. “Podría haber dicho ‘Hey Slim’ o simplemente Flaco, señaló. Pero ¿’Oye Flaco’? “Nadie dice eso. Eso no es una cosa que se diga en inglés en ninguna parte. Y yo hablo inglés desde los tres años”.

¿Por qué el realismo mágico de García Márquez se consolidó en las librerías y programas de estudios estadounidenses, mientras las obras maestras de Vargas Llosa pasaban desapercibidas? Los mejores libros de Vargas Llosa son más difíciles de leer que los de García Márquez. Es menos sentimental, más escabroso, más obsceno, más iracundo. “Cien años de soledad” parece una tarjeta de Hallmark junto a “Conversación en La Catedral”. Es posible que te despidan por asignar la literatura de Vargas Llosa en una clase de la escuela secundaria. Y Vargas Llosa ha publicado tantas novelas –18 en total– que su proeza puede perderse entre la mediocridad. Su irrevocable comportamiento público no ha ayudado. “Gabo” no era sólo un escritor tremendo; él era un experto que alguna vez trabajó en publicidad, y astutamente enfatizaba su exotismo caribeño para las audiencias extranjeras. Cuando ambos se distanciaron en los 70, muchos intelectuales de izquierda optaron por García Márquez mientras rechazaban a Vargas Llosa.

Sin embargo, Vargas Llosa es el escritor más atrevido, más democrático. Mientras García Márquez se codeaba con Fidel Castro y refinaba un estilo distintivo, Vargas Llosa estaba reinventando su estilo una y otra vez, al tiempo que defendía los mercados libres y la libertad reproductiva, los derechos de los homosexuales y las elecciones abiertas. Sus tratados políticos subrayan el valor de la diversidad, de la priorización de la educación pública, de oportunidades iguales para los pobres. Y sus novelas, ya sean historias caleidoscópicas, de suspense, políticas, sagas generacionales o comedias burlescas son notables por su capacidad de desenvolverse en distintas perspectivas. Es especialmente notable la psicología de sus protagonistas, las personas que rodean a los autoritarios y hacen funcionar sus administraciones no eran populares entre los lectores de los años 60, 70 y 80, que preferían a los héroes románticos de García Márquez, pero sin duda serían relevantes entre los estadounidenses de hoy.

Dos días después de nuestra reunión en el jardín de Preysler, vi a Vargas Llosa en una conferencia de prensa celebrada en la Casa de América en Madrid, en una pequeña sala decorada al estilo barroco con querubines, desnudos y pan de oro. Un busto de Simón Bolívar, el luchador por la libertad latinoamericana del siglo XIX, miraba por un costado de las cámaras de televisión. Cuando Vargas Llosa entró a la sala, los fotógrafos se abalanzaron hacia él, suplicando “Mario por favor”, con la esperanza de engatusarlo con una buena carnada. Pero esa mañana la expresión de Vargas Llosa flotó cerca de una notorio hartazgo –la boca baja, mirada indiferente-. Mientras él se enfrentaba a los periodistas, casi se podía ver la burbuja de un pensamiento elevándose sobre su cabeza: ¿Abandoné una mañana de escritura para esto?

El sacrificio fue provocado por el debut de otro libro en español. Este volumen, “Conversación en Princeton” es el repaso de un seminario que Vargas Llosa dio en 2015 con Ruben Gallo, Profesor de Lengua y Literatura en Princeton University. Durante meses Vargas Llosa, Gallo y sus estudiantes discutieron cinco de los más famosos libros de Vargas Llosa, incluyendo “Conversación en La Catedral”. Todo el proyecto, explicó Gallo, fue inspirado por su deseo de hacer un cuestionamiento cuidadoso, punto por punto, “del Goethe de nuestro tiempo” en un espacio utópico, “libre de cualquier presión política y de cualquier otra, excepto del placer de leerse a sí mismo.”

La política, sin embargo, era ineludible esa semana en Madrid. Los líderes de Cataluña, la semiautónoma región que alberga Barcelona, amenazaban con un referendo sobre la cuestión de si los catalanes debían separarse de España. El Primer Ministro Mariano Rajoy ya había declarado ilegal tal referendo y el Tribunal Constitucional también lo había declarado inconstitucional. Pero el presidente regional, Carlos Puigdemont, parecía decidido a continuar.

“¿Cómo ve usted lo que está ocurriendo en Cataluña?” preguntó el primer periodista durante la ronda de preguntas y respuestas del evento. “Pienso que debemos enfocarnos en el libro”, Vargas Llosa contestó afablemente. Luego pasó a una respuesta de cuatro minutos en la cual recordó que los nacionalistas catalanes eran considerados como “viejos reaccionarios” durante los setenta; opinó que el actual referendo era “una equivocación absurda, un anacronismo que no tiene nada que hacer con las realidades de nuestro tiempo”; y sugirió que el nacionalismo catalán era una especie de “enfermedad”. “Mi esperanza, dijo, “es que el gobierno tenga la energía necesaria para impedir que se produzca el golpe –en realidad, eso es lo que se está gestando– y dar las sanciones apropiadas. En cuestión de horas este pronunciamiento produjo titulares en medios de España, Venezuela y Perú.

Es casi imposible imaginar que la misma reacción ocurra aquí si, por ejemplo, Toni Morrison o Philip Roth expresaran una opinión política. Pero Vargas Llosa se vislumbra como una figura política por derecho propio: casi se convirtió en el presidente del Perú en 1990, y todavía es admirado y detestado como uno de los paladines más influyentes en América Latina para asuntos de gobernabilidad, empresa libre, democracia y estado de derecho. Durante los últimos 25 años, ha escrito una columna de opinión llamada “Piedra de Toque” para el periódico español El País que es devorado por políticos en España y el Perú. Cuando Casa de América tuvo un evento para celebrar el cumpleaños 80 de Vargas Llosa en 2016, entre los invitados estaban el presidente de Chile (Sebastián Piñera), un ex presidente de Uruguay (Luis Alberto Lacalle), dos ex presidentes de Colombia (Ávaro Uribe y Andrés Pastrana) y dos ex primeros ministros de España (José María Aznar y Felipe González). El acontecimiento comenzó con un discurso de primer ministro Rajoy.


“Las palabras son actos”, dijo Vargas Llosa mientras estábamos sentados en la terraza de Preysler, enfatizando cada palabra como si apuntara a la oración que flotaba en el aire. Esta frase de Jean-Paul Sartre, me dijo, cristalizó la comprensión del papel político del novelista en los años 50. En esos días era un marxista. Las escenas de la resistencia de los comunistas en “Conversación en La Catedral” estaban inspiradas en sus propias actividades en la Universidad de San Marcos en 1953.

“Imagina los cincuenta, cuando yo era muy joven y comenzaba a escribir”, dijo. “Un joven peruano, chileno, colombiano, viviendo en un país donde la literatura significa muy poco. Era la actividad de una pequeña élite, ¿no? Así se tuviera una cierta conciencia social del problema en países donde habían enormes desigualdades, muchas veces un joven con vocación literaria se preguntaría ¿cuál es mi papel si soy peruano, chileno, colombiano? Bien, allí Sartre fue increíblemente importante, porque tenía las ideas sobre literatura que cabían perfectamente para un muchacho en un país subdesarrollado. Ideas de que la literatura tiene una función social, política e histórica, y que por supuesto, podías cambiar cosas a través de la literatura. Influir en la realidad".

En 1959, Vargas Llosa apoyó con entusiasmo la revolución socialista de Fidel Castro en Cuba. En un momento dado, incluso alojó a la madre de Che Guevara en su apartamento. Pero a medida que el régimen de Castro se desarrollaba, la inquietud crecía en Vargas Llosa. Durante un viaje a La Habana, descubrió que cubanos homosexuales estaban siendo encarcelados con contrarrevolucionarios y criminales comunes en campos de trabajos forzados. “Algunos de ellos tenían el ideal de que la revolución no sólo iba a traer socialismo, sino que también iba a cambiar las costumbres, que habría una liberación homosexual”. Me dijo que envió una carta privada a Castro expresando su confusión y sorpresa.

Por 1971, sin embargo, tales protestas privadas parecían insuficientes. Cuando el poeta Heberto Padilla fue sometido a un juicio trucado y de corte estalinista, Vargas Llosa reunió a varios amigos en su casa en Barcelona para redactar una denuncia pública de Castro. Esta famosa “Carta Padilla” apareció en el periódico francés Le Monde y fue reimpresa en toda América Latina, firmada por Susan Sontag, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre, entre otros. Las reacciones a esta publicación fueron atroces, incluyendo acusaciones de que Vargas Llosa trabajaba para la C.I.A., así como el principio del desmoronamiento de su estrecha amistad con García Márquez.

“Pero al mismo tiempo sentí una inmensa libertad, ¿sabes?” Me dijo Vargas Llosa. “Porque hasta entonces ‘no se podía dar armas al enemigo’. Así tuve que tragarme todo tipo de sapos y serpientes” – la invasión soviética de Checoslovaquia, los campos de trabajos forzados en Cuba– “pero después del asunto de Padilla, nunca más tuve que tragar un sapo o una serpiente”.

La ruptura de Vargas Llosa con Castro precipitó una reconstrucción fundamental de sus creencias políticas. En 1982 cenaría con la primera ministra Margret Thatcher y el filósofo clásico liberal Isaiah Berlin en la casa del historiador Hugh Thomas en Londres. Esta conversión política tuvo un impacto en su reputación literaria. Gerald Martin, quién escribió la biografía definitiva de García Márquez y ahora trabaja en otra sobre Vargas Llosa, cree que fue el factor más importante que le impedía ganar el Premio Nobel. “En general se cree que Lundkvist” – Artur Lundkvist, un miembro influyente de la academia sueca –prefería a los escritores socialistas, marxistas, comunistas radicales y progresistas”, me dijo Martin. Vargas Llosa recibió el premio Nobel de literatura sólo después que el comité había cambiado a principios de la década del 2000.

No ayudó que las opiniones acerca de Vargas Llosa a menudo estuvieran sujetas a gruesas distorsiones. Carlos Granés, el editor de “Sables y Utopías”, me dijo que una vez oyó al autor peruano Dante Castro Arrasco declarar que si Vargas Llosa se hubiese convertido en presidente del Perú, habría reemplazado el escudo nacional con una esvástica. En verdad, la ideología política de Vargas Llosa está más cerca del liberalismo, y ha denunciado a todos los autoritarios latinoamericanos de su época. “Sables y Utopías” lo muestra atacando no sólo a izquierdistas como Hugo Chávez en Venezuela, sino también al General Augusto Pinochet en Chile y la dictadura militar peronista en Argentina.

“Mario Vargas Llosa ha sido una figura central –central, central, central – para la democracia, derechos humanos y libertades fundamentales,” me dijo José Miguel Vivanco, el director para América de Human Rights Watch. “No creo estar exagerando. Es una especie de padre de la democracia peruana actual”.

En las semanas posteriores a su visita a Madrid, Vargas Llosa viajó a Chile –donde respaldó la reelección de Sebastián Piñera y fustigó a los conservadores del país por intentar a revocar una nueva ley que legaliza el aborto– luego a Moscú y Barcelona, donde se dirigió a miles de españoles que protestaban en las calles contra la posibilidad de la independencia catalana. Luego, una noche a principios de noviembre, él y Preysler aterrizaron en Nueva York. Antes de sentarse conmigo en Four Seasons, caminó por una hora en Central Park, como lo hacía cada mañana desde que estaba en Manhattan. Alguna vez caminar fue una práctica habitual en la rutina de Vargas Llosa, pero ya no lo era en Madrid. “El problema es que con Isabel es imposible tener una vida pública”, dijo. “Sólo podemos ir de casa en casa”. Donde sea que estén los paparazzis emergen.

“Pienso que una de las cosas que él ama de Nueva York,” me dijo Gallo, “es que puede caminar, ir a cualquier restaurante a cenar. Es divertido porque generalmente la gente que lo reconoce, cuando he estado con él, son los camareros latinoamericanos.” Poco después de que Vargas Llosa recibiera el Nobel en 2010, sin embargo, él y Gallo casi fueron aplastados en el campus de Princeton por miles de peruanos quienes los emboscaron después un evento público. La mayoría de ellos vivía cerca de Patterson, N.J. Gallo recordó que ellos gritaban: ¡Mario, un autógrafo para mi abuela!, Mario, voté por ti.

La plataforma de Vargas Llosa atrajo a nueva gente a la política peruana, incluyendo la ejecutiva corporativa Beatriz Merino, quién más tarde sirvió como primera ministra del Perú. Pero la mayoría de peruanos estaba harta de los partidos políticos. Durante los ochenta, la incompetencia de la clase política del Perú había convertido al país en una pesadilla. Grupos terroristas habían matado a unas 17,000 personas y controlaban grandes territorios en la sierra. La hiperinflación alcanzó 7,650% en 1990. Al menos un tercio de la población del país vivía en la pobreza. El llamado de Vargas Llosa a reducir las subvenciones del estado aterrorizó a muchas de los ciudadanos, tanto como sus conexiones con la élite blanca y adinerada que dominó el Perú como una oligarquía. No obstante, la mayor parte de la campaña, las encuestas pronosticaban una victoria de Vargas Llosa. Sin embargo, en los tramos finales de la campaña, un desconocido ingeniero agrícola llamado Alberto Fujimori comenzó a acercarse.

Fujimori se burló y atacó implacablemente a Vargas Llosa, llamando la atención sobre su agnosticismo, sus conexiones internacionales, su intelectualismo y sus novelas picantes. Hijo de recolectores de algodón en Japón, Fujimori se presentó como un novato que defendería al pobre y la clase obrera de un shock económico neoliberal. El mismo Fujimori aparecía en un tractor. Tenía talento para las declaraciones vagas y emocionalmente impactantes. Pero Fujimori ganó sólo porque los izquierdistas y centristas lo apoyaron con el único propósito de hundir a Vargas Llosa. Entonces casi inmediatamente después de tomar posesión del cargo, Fujimori giró a la derecha e implementó una versión del “shock económico” que Vargas Llosa había recomendado. Esta reversión dependía de la colaboración de los mismos economistas, abogados y dueños de empresas que habían estado alrededor del Movimiento Libertad. Pero en 1992 –después que Fujimori usara tanques para cerrar el Congreso del Perú porque se resistía a sus reformas –se hizo obvio que muchos de los ex seguidores de Vargas Llosa no sentían la libertad tanto como él.

Fujimori precedió una nueva ola de autoritarismo en Venezuela, Ecuador y Bolivia. Los politólogos Steven Levitsky y Lucan Way(*) han acuñado un término para este tipo de régimen: “autoritarismo competitivo”. Lo que sobre el papel se parece mucho a una democracia, en la práctica funciona más como autocracia. Sin embargo, la popularidad de Fujimori se mantuvo alta durante gran parte de los noventa. Como Vargas Llosa pronosticó, las reformas económicas acabaron con la hiperinflación. Y en 1992, agentes de la policía peruana capturaron al líder del Sendero Luminoso, uno de los grupos guerrilleros más grotescamente violento en la historia de Latinoamérica, lo que les permitió desmantelarlo. Estos dos triunfos explican por qué algunos peruanos afirman que Fujimori “salvó” al Perú, aunque su gobierno formó escuadrones de la muerte militares, suspendió el hábeas corpus, aplastó la prensa libre, manejó desastrosamente una epidemia de cólera, esterilizó a miles de mujeres indígenas, chantajeó a sus oponentes y fomentó la corrupción.

Sentando con un vaso de jugo de tomate en Four Seasons, Vargas Llosa enfatiza que nunca hizo nada contra Fujimori hasta que sacó los tanques. “No sólo respeté la elección, fui uno de los primeros en felicitar a Fujimori y desearle suerte”, dijo Vargas Llosa. “Y durante los dos años que gobernó legalmente como presidente, no hice la más mínima oposición”. Pero cuando Fujimori cerró Congreso, Vargas Llosa se convirtió en su enemigo. Pidió a la comunidad internacional cortar la ayuda a Fujimori y señaló (correctamente) que los militares de Latinoamérica a menudo favorecen los golpes de estado. En respuesta, el jefe de los fuerzas armadas de Fujimori, Nicolás de Bari Hermoza, sugirió que Vargas Llosa estaba perjudicando deliberadamente a los peruanos. Álvaro Vargas Llosa me dijo que se enteraron de un plan para despojar a la familia entera de Vargas Llosa de su ciudadania peruana. Mario apeló a España que en 1993 le otorgó la ciudadania. En el Perú, este acontecimiento fue ampliamente percibido como la petulante traición de un mal perdedor.

La última obra maestra de Vargas Llosa (hasta ahora) fue escrita en medio de su batalla con Fujimori. “La fiesta del chivo” relata los días finales del notorio dictador dominicano Rafael Trujillo, un hombre que modernizó y asaltó la República Dominicana por tres décadas hasta su asesinato en 1961. Vargas Llosa estudió a Trujillo por primera vez en 1974, cuando visitó la República Dominicana por unas semanas para trabajar un documental francés sobre ese país. Pero fue solo después 1992 que sintió la compulsión de escribir una novela sobre el dictador narcisista y su amor por el espectáculo macabro.

Si nunca antes leyó a Vargas Llosa, este es el momento para comenzar. Espléndido y desgarrador, “La fiesta del chivo” es también la más accesible de sus grandes ficciones políticas. Aquí su gusto por la multiplicidad narrativa barroca se ha simplificado a solo un puñado de perspectivas, y la traducción de Edith Grossman es magnífica. Trujillo, escribe Vargas Llosa, es un “explotador astuto de la vanidad, la codicia y la estupidez de los hombres”. Casi todos los personajes colaboran con él mientras creen que puede ayudarlos a obtener poder o dinero. Incluso el hombre que organiza el asesinato de Trujillo, antes preserva la vida del dictador. Sin embargo Trujillo asesina a su hermano y destruye su reputación. Trujillo lo había matado por etapas, el hombre más tarde reflexiona, “llevándose su decencia, su honor, su respeto por si mismo, su alegría de vivir, sus esperanzas y deseos, convirtiéndolo en un saco de huesos atormentado por una consciencia culpable que había estado destruyéndolo gradualmente durante tantos años”.

El régimen de Fujimori se desmoronó el mismo año que se publicó en español “La fiesta del chivo”. En el 14 de septiembre de 2000 los medios de comunicación transmitieron imágenes del jefe de inteligencia de Fujimori, Vladimiro Montesinos, pagándole $15,000 a un miembro del Congreso por cambiarse al partido de Fujimori. Dos meses después de salir a la luz la grabación, Fujimori hizo un viaje no programado a Japón y envió por fax su renuncia desde una habitación en un hotel en Tokyo. Para entonces ya se habían ubicado más de $50 millones en cuentas de bancos extranjeros a nombre de Montesinos. Cinco años después, Fujimorí fue arrestado en Chile y finalmente extraditado a Perú. En 2009 fue condenado a 25 años de prisión por, entre otras atrocidades, su papel en la creación un escuadrón de muerte que asesinó a un niño de 8 años.

Álvaro regresó a Lima durante el último año del régimen de Fujimori para unirse a la resistencia democrática y después de la caída de Fujimori la influencia de Vargas Llosa en el Perú se disparó. En 2011, padre e hijo usaron su nuevo capital político para descarrilar las esperanzas presidenciales de la hija de Fujimori, Keiko. Para derrotarla, los oponentes de Keiko se reunieron detrás de Ollanta Humala, un hombre que Hugo Chávez endosó en la elección de 2006 en el Perú. Después de entrevistar a Humala en la oficina de Vargas Llosa, Álvaro ayudó a organizar una cita pública en la cual Humala hizo un juramento democrático. Vargas Llosa difundió el video del endoso. “Si Vargas Llosa no hubiera apoyado a Ollanta Humala en contra de Keiko Fujimori, Ollanta Humala no habría ganado”, me dijo el politólogo peruano Alberto Vergara. “Moderaron a Humala para que él pudiera ganar la segunda vuelta”.

“Medio país nos odió, obviamente”, dijo Álvaro. “Y hasta hoy no nos perdonan. Pero al fin y al cabo pienso que lo que ellos no nos perdonan es que finalmente hayamos tenido razón”. Humala no se convirtió en autoritario. No obstante, cuando terminó su mandato cayó. Ahora está en la cárcel aguardando juicios por corrupción.

Una semana después de nuestra reunión en Four Seasons, el Getty Trust entregó medallas con cintas azules a Vargas Llosa y al artista alemán Anselm Kiefer en la Biblioteca Morgan en Manhattan. La noche comenzó con un cóctel en una sala que parecía un vertedero gigante lleno de libros raros. Vargas Llosa y Preysler estuvieron parados el uno cerca del otro en un rincón de la sala. Ninguno de ellos aceptó un cóctel (a Vargas Llosa no le gusta el licor fuerte). Preysler, quien es conocida por sus trajes de moda, apareció discreta en un vestido sencillo azul marino que combinaba con la corbata azul de Vargas Llosa. Álvaro y su esposa, Susana Abad, estaban allí también, conversando con Carlos Pareja, el embajador del Perú. Tres de las nietas de Vargas Llosa estuvieron de pie en un grupo, una de ellas en un enterizo brillante blanco que la hacía parecer la reencarnación de Bianca Jagger, en tiempos de Studio 54.

A medida que el cóctel se prolongaba, Vargas Llosa comenzó a inquietarse. “Es maravilloso sentarse o caminar”, dijo, “pero estar parado es horrible”. Es un hombre al que le gusta estar haciendo algo, no aguardando, y tengo la sensación que para él y Preysler la charla que precedió a los premios fue una especie de esfuerzo necesario. Finalmente las campanas sonaron para la cena y Vargas Llosa llevó del brazo a Preysler.

En nuestra conversación, Vargas Llosa se negó a hablar de sus lances románticos. Cuando le pregunté qué había roto su matrimonio con Patricia Llosa, que produjo tres hijos, él dejó risas y sonrisas. “Mire”, dijo, “ese tema tiene que ver con el amor. El amor es probablemente la experiencia más enriquecedora que un ser humano puede tener. Nada transforma la vida de una persona tanto como el amor. Al mismo tiempo, el amor es una experiencia privada. Si se hace público, se vuelve barato, de pacotilla, lleno de banalidades. Es por eso que es tan difícil escribir sobre el amor en la literatura. Se tiene que descubrir las formas más inteligentes para que no pierda su autenticidad y se convierta en común. Así que creo que una persona no debería hablar sobre el amor, máxime si el amor es tan importante en su vida”.

Usted es romántico, dije.
“Creo que todos lo somos. Creo que el romanticismo marca mucho nuestras vidas, que es difícil no ser romántico de alguna manera, aunque muchos de nosotros no nos damos cuenta. Lo vives o lo rechazas. Te vacunas contra eso. Digamos que yo no lo he rechazado. Cuando sucedió, lo viví”.

La primera vez que lo vivió fue en 1955, cuando se fugó con la hermana de su tía, Julia Urquidi Illanes. En ese momento, Vargas Llosa era un estudiante universitario de 19 años de edad, y Urquidi era una divorciada de 29. Ernesto Vargas estaba tan furioso con su matrimonio que amenazó con matar a Mario. Pero la pareja se negó a divorciarse. El día que Ernesto aceptó su matrimonio -Vargas Llosa escribe en su autobiografía- marcó su “emancipación definitiva” de su padre. Pero nueve años más tarde se divorciaron y un año después de eso, en 1965, se casó con su prima Patricia Llosa Urquidi, sobrina de Julia. En su autobiografía “Lo que Varguitas no dijo”, Julia sugiere los primos comenzaron su romance cuando Patricia los visitó en Paris en 1960, entonces Mario tenía 24 y Patricia 15.

A cuarenta y cinco años de su matrimonio, Vargas Llosa declaró en su discurso del Nobel que Patricia “hace todo y hace todo bien. Ella resuelve problemas, maneja la economía, impone orden en el caos, mantiene a raya a periodistas e intrusos, defiende mi tiempo, decide citas y viajes, empaca y desempaca maletas y es tan generosa que incluso cuando cree que me está reprendiendo, me da el mejor cumplido: ‘Mario, lo único que sabes hacer es escribir.’ El año en que ella cumplió 70, no obstante, la dejó por Preysler.

“Lo que tienes que entender de él es que es una persona que se entrega con pasión absoluta a aquello en lo que cree, aún cuando esté equivocado”, me dijo Álvaro. De todos de los hijos de Vargas Llosa, Álvaro ha sido el que más acepta la nueva relación de su padre, tal vez porque sus vínculos van más allá de lo familiar. La hija de Vargas Llosa, Morgana, fotógrafa y documentalista quien vive en el Perú, me dijo que ella se sorprendió cuando Vargas Llosa apareció con Preysler en el semanario de celebridades español ¡Hola! apenas días después de que la familia entera se había reunido para celebrar el 50 aniversario de Patricia y Mario. Ahora ella toma la situación más estoicamente. “Al ver cómo los matrimonios se desmoronan después dos, tres, cinco o diez años, pienso que es un éxito absoluto haber compartido una vida juntos durante 50 años”, dijo.

Pero el hijo menor de Vargas Llosa, Gonzalo, quien trabaja en Naciones Unidas en Gran Bretaña, todavía duda de cómo Mario manejó el divorcio. “Tuvimos una relación muy especial e íntima, y lo amo mucho”, me dijo. Pero él estaba decepcionado enormemente cuando Mario dijo a ¡Hola! que su primer año con Preysler había sido el año más feliz de su vida. “Si el año en el cual dejas a tu esposa y no hablas a tu hijo es el año más feliz de tu vida bien, eso no habla muy bien sobre lo que sintió realmente”, me dijo Gonzalo. “Está bien pensarlo, pero ¿para qué decirlo públicamente? Esto es lo que encuentro desagradable e hiriente”.

El divorcio y sus dolorosas consecuencias pueden ocurrir en cualquier familia. Pero lo que mortifica a mucha gente, incluido Gonzalo, es que Preysler personifica la cultura del entretenimiento de las celebridades que Vargas Llosa siempre afirmó aborrecer. Una mujer de porte felino y gran belleza, ha aprovechado con perspicacia la atención de los tabloides sensacionalistas, una especie de proto-Kardashian: presentando programas de televisión, promoviendo artículos de lujo como joyas Rabat y azulejos Porcelanosa. Su vida social está ahora ampliamente documentada por ¡Hola!, donde Preysler trabajó una vez, así como por muchas páginas de chismes menos sabrosas. Una rápida búsqueda en internet revela imágenes de la pareja navegando en la Costa Azul, viendo corridas de toros en Sevilla y asistiendo fiestas en Dumfries House con el Principe Carlos.

“Hay cientos de publicaciones, programas de radio y televisión, que alimentan una especie de curiosidad mórbida que consiste básicamente en revelar la vida privada de las personas”, me dijo Vargas Llosa en Madrid. “Mucha gente está encantada. Al contrario, es una verdadera profesión mostrar tu privacidad. Es un tipo de strip-tease de una vida especialmente sexual, erótica. Y es un mundo que literalmente produce horror en mi”.

Sin embargo, esta “profesión” es la de Preysler, y mientras estén juntos será, de algún modo, también la profesión de Vargas Llosa. En diciembre la edición en español de la revista Harper’s Bazaar publicó un video de la pareja abrazados y hablando sobre su vida en común –precisamente el tipo de cosa que, al escuchar a Vargas Llosa, “literalmente produce horror”. Esta brecha repentina e importante entre lo que Vargas Llosa dice y lo que hace me recuerda una conversación que tuvimos sobre su personaje travieso Fonchito, un muchacho con cara de ángel y un gusto por Egon Schiele (**). En “El héroe discreto” (2013), Fonchito desarrolla un interés por la religión y pregunta a su padre, Don Rigoberto: “podrías decirme qué es Sodoma y Gomorra, papá?”

A veces me pregunto si Fonchito es su álter ego, le digo a Vargas Llosa.

"¿Quién sabe?" dice, riéndose entre dientes. "Es un personaje que me inquieta un poco porque realmente no lo entiendo muy bien”. Un momento más tarde añade, "no puedo determinar si es realmente inocente o si está escondiendo algo o si es una manera de comportarse”. Inteligente ¿no?

Fonchito apareció por primera vez en las comedias eróticas de Vargas Llosa, en “Elogio de la madrastra" (1988) y "Cuadernos de Don Rigoberto" (1977). La mayoría de los críticos ignoran estas novelas libertinas cuando discuten la obra de Vargas Llosa. Sus propios fanáticos tienden a considerarlos con disgusto o hilaridad. Pero la preocupación sobre el sexo ha impedido que lectores y críticos aprecien cómo el erotismo invade toda la ficción de Vargas Llosa. Incluso las novelas que son mejor conocidas por sus disecciones políticas están llenas de una especie de realismo sexual transgresor: escenas en burdeles, aventuras homosexuales secretas, violaciones. "La gente no tiende a pensar en él como escritor erótico, pero su proyecto literario es tan interesante en parte debido a que la sexualidad conecta con la política”, me dijo Gallo. “Creo que hay una idea, y se ha dicho tanto, de que una dictadura afecta todos los niveles de la vida de los ciudadanos, incluyendo la esfera sexual”.
En ninguna parte esta conexión ha sido tan explícita o tan gráfica, como en la última novela de Vargas Llosa, "The Neighborhood". La historia comienza con las mejores amigas Marisa y Chabela en la cama. Algunas páginas en las que encontramos las palabras "transpirar", "clítoris", "rascarse" y "goce"- su noche platónica se transformó en una relación lésbica. En opinión de Vargas Llosa, esta escena, y los muchos otros giros de la trama triple X de la novela, capturan de manera realista las aventuras de dormitorio que ocurrieron durante la parte más oscura de los años de Fujimori. El autoritario toque de queda en Lima, que prohibía a los residentes transitar de noche por la ciudad, convirtió muchas cenas y fiestas en fiestas espontáneas, con algunas consecuencias inevitablemente perversas.

"En esos períodos de tensión, tremendamente graves, el erotismo a menudo surge como una compensación ¿no?", dice. "Es una forma de distraerse, de perderse en uno mismo". Es como la idea del fin del mundo. El mundo está por terminar: todos los pecados están permitidos ".

La última vez que vi a Vargas Llosa fue en una noche helada en el Instituto Cato en Washington. Parecía exhausto. Él y Álvaro habían pasado todo el día planificando la próxima ronda de reuniones, debates y conferencias para la Fundación Internacional para la Libertad, la organización que utilizan para apoyar su agenda política en toda América Latina. Después de unas 14 horas de trabajo, estuvo en el Auditorio Hayek, un espacio de alta tecnología con paredes blancas y sillas de terciopelo rojo, frente a una audiencia multinacional de periodistas, profesionales diplomáticos, miembros del personal de Cato y amigos que esperaban que explicara el incremento mundial del populismo.

"El comunismo se ha destruido a sí mismo por su incapacidad total para cumplir todas las expectativas que se pusieron en este sistema para traer prosperidad, justicia, felicidad, cultura a una sociedad", dijo en inglés. "Pero el populismo es mucho más difícil de combatir porque no es una ideología, no es un sistema con principios, con ideas que podemos refutar de manera racional".

Hace tan solo tres años, parecía como si los valores políticos de Vargas Llosa hubieran conquistado el mundo. En casi todas partes de América Latina, los regímenes totalitarios a los que se oponía colapsaron, mientras que los mercados libres, la democracia y la liberación sexual encontraron sustento. Pero en 2016, la marea pareció cambiar. Durante nuestras conversaciones, recordó haberse sentido asombrado durante una visita a Inglaterra poco antes de la votación sobre el Brexit. Para Vargas Llosa, Londres ha sido durante mucho tiempo un modelo de cómo el pluralismo multicultural, la democracia y los mercados libres deberían funcionar juntos. Sin embargo, estaba Boris Johnson en la televisión de su hotel, declarando desfachatadamente que los pagos de Gran Bretaña a la Unión Europea subvencionaban las corridas de toros en España. "Miente tan descaradamente, tan cínicamente", me dijo Vargas Llosa. "Bueno, me sorprendió". Nunca imaginó que tácticas tan retrógradas pudieran funcionar en Gran Bretaña. "Ahora", dijo, "se ha demostrado que ningún país está realmente vacunado contra la demagogia o el populismo". En Europa, es fácil nombrar a figuras políticas importantes, como Angela Merkel en Alemania, que adoptan los principios de la economía liberal y al mismo tiempo defienden una sociedad liberal. Eso es raro en América Latina. "La atracción por un caudillo es una característica que comparten muchos países de América Latina", me dijo el periodista peruano Diego Salazar. "Y no solo latinoamericanos. De hecho, el presidente Trump es el primer presidente de corte latinoamericano de los Estados Unidos".

En 2016, Keiko Fujimori perdió la presidencia por tan solo el 0.2 por ciento de los votos, y su partido, Fuerza Popular, obtuvo la mayoría en el Congreso, que ella ha usado para una verdadera confrontación autoritaria, para atacar a sus oponentes más fuertes. A fines de diciembre, Fuerza Popular casi destituyó al presidente Pedro Pablo Kuczynski en un golpe legislativo. Kuczynski se salvó solo por la intercesión de Alberto Fujimori y su hijo Kenji, quienes persuadieron a nueve congresistas para que se retiraran de la votación clave. Poco después, Kuczynski le concedió a Alberto el indulto navideño. Se cree ampliamente que las abstenciones fueron el quid pro quo para este fin.

"Siempre hemos tenido que elegir entre el menor de dos males", dijo Gustavo Gorriti, editor del sitio de noticias de investigación IDL-Reporteros, sobre los peruanos. "Y tan hemos tenido candidatos de baja calidad, que tuvimos que elegir solo para evitar el regreso a la dictadura de Fujimori". Pero los Fujimori ahora están intrínsecamente en el poder -la supervivencia política de Kuczynski depende de sus favores- y la coalición demócrata del Perú quizá no pueda lograr otra victoria en las elecciones de 2021.

El papel de Vargas Llosa en estas batallas está disminuyendo. El dolor y la fricción de su inesperado divorcio lo han distanciado de Perú y han puesto a prueba a muchas de sus viejas amistades. Él ya no viaja a Lima con tanta frecuencia ni se queda mucho tiempo cuando va. El departamento donde Álvaro se reunió con Humala ahora pertenece únicamente a Patricia Llosa, quien desmanteló la oficina de Vargas Llosa y la está convirtiendo en una sala de televisión. Sus opiniones políticas siempre serán importantes en Lima, pero ahora que ha optado por unirse al jet set de Preysler, tendrán menos peso. Gonzalo Vargas Llosa predijo este cambio al comienzo de la aventura de su padre. "Era un dios para mí no solo porque lo amaba como padre", me dijo, "sino porque pensé que era el intelectual más brillante, importante e inspirador con el que me había topado o había leído. Y cuando veo a un ganador del Premio Nobel dando entrevistas a ¡Hola!, me siento triste de que se haya permitido formar parte de un mundo que es intelectualmente tan pobre".

Nada puede transformar una vida tanto como el amor, pero Vargas Llosa siempre ha sido difícil de comprender. Es un modernista y un comediante, un político y un esteta, un intelectual y un libertino. Escribir no fue simplemente un refugio o una rebelión contra Ernesto, me dijo en el jardín de Preysler; fue "una manera de rebelarme contra mí mismo para ser diferente de lo que él quería que yo fuera". Toda su vida ha sido una serie de asombrosas revelaciones. Quizá hay mucho más, pero Vargas Llosa ha puesto sus contradicciones en acción, en su vida y en cada página que ha escrito.


(*) Profesores en Harvard y Universidad de Toronto
(**) Pintor austríaco de principios del siglo XX, protegido de Klimt, conocido por su intensa y cruda sexualidad.


(Tomado de The New York Times)