sábado, 11 de octubre de 2014
CANTANDO A DIOMEDES
«Donde habite el olvido
En los vastos jardines sin aurora
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas..»
Luis Cernuda
Fue una tarde caótica.
Un viernes en que la oficina hervía de vendedores. Todos ajustaban sus cuentas, llamaban a clientes indecisos para cerrar algún trato en la hora nona. Iban y venían, sudorosos y angustiados. Como todo fin de mes.
- Buenas...
Entró sin esperar respuesta.
La había visto antes. Era la colombiana, Gerenta de Ventas. Rosada, ojos verdes, sonrisa cáustica, cabello amarrado, falda breve.
Se sentó y sutilmente sugirió revisar ciertos contratos rechazados por el Departamento de Verificaciones.
Así empezó la historia, medio en serio, medio en broma. Tal vez por eso se acostumbraron a la confusión. Entre las confrontaciones laborales y sus coqueteos, hubieron de reinventarse a cada minuto, uno tras otro y peor episodio. Distancias abismales que el amor no lograba soslayar. Sentimientos insoslayables que se agazapaban siempre tras algún vallenato de Diomedes. Cantaban y silbaban la voz del Cacique de la Junta y el acordeón de Juancho Rois. Era natural y tenía muy mala voz, pero él adoraba ese descaro. No había otra opción. No cumbias, no huaynos ni valses ni festejos ni marineras. Valledupar y el Magdalena le salían por los poros.
Para diciembre la tragedia fue inevitable, excepto por unos cuantos devaneos en aquél alérgico rincón de San Borja Sur. Luego de eso poco y nada. Era tan linda como intransigente. Y tenía razón. Él no renunciaría a nada por su causa. La adoraba, pero nada más.
Aquella tarde de viernes de cierre de ventas, le citó a tomar un café. Usó su mejor sonrisa. Cuando estaban frente a frente, le pidió las llaves del departamento. Él no se sorprendió. Dos meses después, entre tumbo y tumbo todo terminó. Tal como empezó, medio en serio medio en broma, y cantando a Diomedes.
Cinco noches para decir adiós. Cinco más para volver a intentarlo. En diez noches, ella siempre se durmió. En esas diez noches, él nunca.
DE: "EL JUEGO DE LA VIDA" Copyright © 2014 Rogger Alzamora Quijano
jueves, 9 de octubre de 2014
EL PEDIGRÍ DE MODIANO
Escribe: Rogger Alzamora Quijano
Desde hoy Patrick Modiano (Boulogne-Billancourt, Francia, 30 de julio de 1945) ya tiene pedigrí. Ha ganado el Premio Nobel de Literatura 2014.
Cuando era cada vez más creciente el número de sus detractores y críticos; cuando los catálogos editoriales con su nombre en las librerías, por ejemplo de España, se habían reducido notoriamente, la Academia Sueca ha sorprendido a todos, y ha sorprendido –estoy seguro- también al propio Modiano con el premio. Sus novelas cortas, su nítida prosa de personajes sombríos casi subterráneos, sus escenarios grises (por lo general en la posguerra), no han sido precisamente lo más mediático ni popular en estos tiempos. No sé las razones, pero estoy seguro de lo que digo. Hoy las editoriales españolas tendrán que desempolvar sus títulos y anteponer la buena lectura al mero negocio.
El lugar de la estrella (premios Fénéon y Roger Nimier); Los bulevares periféricos (Gran Premio de la Academia Francesa); La calle de las tiendas oscuras (Premio Goncourt), Dora Bruder, Las desconocidas , Joyita, Barrio perdido, Un circo pasa, Accidente nocturno, En el café de la juventud perdida son algunas de las obras ineludibles del escritor francés.
Un París de tierras de nadie, una vida azarosa, desarraigada y muchas veces dramática no han dejado, sin embargo, huellas de lamento, desconsuelo, venganza o reclamo. Más aún, no parece importarle. No parece afectarle. No se deja conmover por sus dramas:
“Dejando aparte a mi hermano Rudy y su muerte, creo que nada de cuanto cuente aquí me afecta muy hondo. Escribo estas páginas como se levanta acta o como se redacta un currículum vitae, a título documental, y seguramente para liquidar de una vez una vida que no era la mía. Sólo es una simple y fina capa de hechos y gestos. (…) Y, no obstante, mi vida no era exactamente eso. Uno tiene la impresión de que todavía no puede vivir su vida de verdad y de que es un pasajero clandestino (…). Mis padres, dos mariposas extraviadas e inconscientes en una ciudad sin mirada. Las temporadas de grandes turbulencias traen consigo frecuentemente encuentros aventurados, de tal forma que nunca me he sentido hijo legítimo y, menos aún, heredero de nada. (…) Soy como un perro que hace como que tiene pedigrí. Mi madre y mi padre no pertenecen a ningún ambiente concreto. Tan llevados de acá para allá, tan inciertos que no me queda más remedio que esforzarme por encontrar unas cuantas huellas y unas cuantas balizas en esas arenas movedizas, igual que nos esforzamos por completar con letras medio borradas una ficha de estado civil o un cuestionario administrativo”.
La vida inestable (sus padres se separan muy pronto. La madre lo deja durante la infancia al cuidado de personas ajenas, como los porteros de la casa, luego con una amiga. Finalmente van, él y su hermano, de internado en internado, ella misma (su madre) en bancarrota y dependiendo simultáneamente de lo que le proveían sus amantes ocasionales o de la pensión que exigía al ex marido; el padre preocupado por mantenerlo a salvo de las tentaciones, pero también de él) desemboca en sus letras con desparpajo y hasta en cierta forma de comprensión: “A veces, como un perro sin pedigrí y muy alejado de la mano de Dios, siento la pueril tentación de escribir negro sobre blanco y con todo detalle cuánto me hizo padecer con su dureza y con su inconsecuencia. Me callo. Y se lo perdono. Todo queda tan lejos ya…”. O la nostalgia por su padre: "Llevaba diez años sin tener noticias suyas y supe de repente que se había muerto". Y para su madre unas pocas letras desabrigadas: “una chica bonita de corazón seco”.
Pero su afán de emanciparse con la literatura emerge nítido: “En las horas bajas del día, al volver de la oficina y, muchas veces, en la soledad de los domingos por la noche, me vuelve algún detalle. Me fijo mucho e intento reunir más y anotarlos al final del cuaderno de Bowing, en las páginas que se quedaron en blanco. Yo también empiezo a buscar puntos fijos. Es un pasatiempo, lo mismo que otros hacen crucigramas o solitarios. Los nombres y las fechas del cuaderno de Bowing me resultan de gran utilidad; de vez en cuando me traen al recuerdo un acontecimiento concreto, una tarde de lluvia o de sol. Siempre he sido muy sensible a las estaciones.” (El café de la juventud perdida)
En el universo de Modiano, Dekker, Louki, Carmen Blin, Ambrose Guise, Ghita Wattier, Jean, Victor Chmara o Yvonne son tan evidentes como la Gestapo, la Resistencia o la búsqueda de la imagen paterna. Y todo eso como una incesante búsqueda de la identidad.
Desde hoy Patrick Modiano (Boulogne-Billancourt, Francia, 30 de julio de 1945) ya tiene pedigrí. Ha ganado el Premio Nobel de Literatura 2014.
Cuando era cada vez más creciente el número de sus detractores y críticos; cuando los catálogos editoriales con su nombre en las librerías, por ejemplo de España, se habían reducido notoriamente, la Academia Sueca ha sorprendido a todos, y ha sorprendido –estoy seguro- también al propio Modiano con el premio. Sus novelas cortas, su nítida prosa de personajes sombríos casi subterráneos, sus escenarios grises (por lo general en la posguerra), no han sido precisamente lo más mediático ni popular en estos tiempos. No sé las razones, pero estoy seguro de lo que digo. Hoy las editoriales españolas tendrán que desempolvar sus títulos y anteponer la buena lectura al mero negocio.
El lugar de la estrella (premios Fénéon y Roger Nimier); Los bulevares periféricos (Gran Premio de la Academia Francesa); La calle de las tiendas oscuras (Premio Goncourt), Dora Bruder, Las desconocidas , Joyita, Barrio perdido, Un circo pasa, Accidente nocturno, En el café de la juventud perdida son algunas de las obras ineludibles del escritor francés.
Un París de tierras de nadie, una vida azarosa, desarraigada y muchas veces dramática no han dejado, sin embargo, huellas de lamento, desconsuelo, venganza o reclamo. Más aún, no parece importarle. No parece afectarle. No se deja conmover por sus dramas:
“Dejando aparte a mi hermano Rudy y su muerte, creo que nada de cuanto cuente aquí me afecta muy hondo. Escribo estas páginas como se levanta acta o como se redacta un currículum vitae, a título documental, y seguramente para liquidar de una vez una vida que no era la mía. Sólo es una simple y fina capa de hechos y gestos. (…) Y, no obstante, mi vida no era exactamente eso. Uno tiene la impresión de que todavía no puede vivir su vida de verdad y de que es un pasajero clandestino (…). Mis padres, dos mariposas extraviadas e inconscientes en una ciudad sin mirada. Las temporadas de grandes turbulencias traen consigo frecuentemente encuentros aventurados, de tal forma que nunca me he sentido hijo legítimo y, menos aún, heredero de nada. (…) Soy como un perro que hace como que tiene pedigrí. Mi madre y mi padre no pertenecen a ningún ambiente concreto. Tan llevados de acá para allá, tan inciertos que no me queda más remedio que esforzarme por encontrar unas cuantas huellas y unas cuantas balizas en esas arenas movedizas, igual que nos esforzamos por completar con letras medio borradas una ficha de estado civil o un cuestionario administrativo”.
La vida inestable (sus padres se separan muy pronto. La madre lo deja durante la infancia al cuidado de personas ajenas, como los porteros de la casa, luego con una amiga. Finalmente van, él y su hermano, de internado en internado, ella misma (su madre) en bancarrota y dependiendo simultáneamente de lo que le proveían sus amantes ocasionales o de la pensión que exigía al ex marido; el padre preocupado por mantenerlo a salvo de las tentaciones, pero también de él) desemboca en sus letras con desparpajo y hasta en cierta forma de comprensión: “A veces, como un perro sin pedigrí y muy alejado de la mano de Dios, siento la pueril tentación de escribir negro sobre blanco y con todo detalle cuánto me hizo padecer con su dureza y con su inconsecuencia. Me callo. Y se lo perdono. Todo queda tan lejos ya…”. O la nostalgia por su padre: "Llevaba diez años sin tener noticias suyas y supe de repente que se había muerto". Y para su madre unas pocas letras desabrigadas: “una chica bonita de corazón seco”.
Pero su afán de emanciparse con la literatura emerge nítido: “En las horas bajas del día, al volver de la oficina y, muchas veces, en la soledad de los domingos por la noche, me vuelve algún detalle. Me fijo mucho e intento reunir más y anotarlos al final del cuaderno de Bowing, en las páginas que se quedaron en blanco. Yo también empiezo a buscar puntos fijos. Es un pasatiempo, lo mismo que otros hacen crucigramas o solitarios. Los nombres y las fechas del cuaderno de Bowing me resultan de gran utilidad; de vez en cuando me traen al recuerdo un acontecimiento concreto, una tarde de lluvia o de sol. Siempre he sido muy sensible a las estaciones.” (El café de la juventud perdida)
En el universo de Modiano, Dekker, Louki, Carmen Blin, Ambrose Guise, Ghita Wattier, Jean, Victor Chmara o Yvonne son tan evidentes como la Gestapo, la Resistencia o la búsqueda de la imagen paterna. Y todo eso como una incesante búsqueda de la identidad.