viernes, 7 de septiembre de 2012

MELODÍA


He creado una melodía para el amor.
Una melodía que explica la plenitud del amor.
Una melodía que puede absolutamente explicar el amor.
Que describe lo que las palabras no pueden.
 
He creado una melodía para el amor.
Una melodía para que todos lo entiendan.
Larga, sutil, preciosa, libre, vibrante, envolvente y caliente.
Pura, sencilla, interminable, definitiva, absoluta.
Dolorosa y triste también. Sensual, luminosa, tierna y creyente.
Molto Allegro Adagio Minueto Presto. Lento Rondó Sonata Silencio.
 
He creado una melodía que explica la magnitud del amor.
Ecuación de ritmos. Sentencia que doblega miserias y enconos.
Que transita cuerpo y espíritu.
Una melodía que puede absolutamente explicar el amor.



De: versos conversos Derechos Reservados Copyright © 2012 de Rogger Alzamora Quijano

lunes, 3 de septiembre de 2012

EN HONOR A CHABUCA GRANDA

Escribe: Rogger Alzamora Quijano

Ahí va Martín y su mula, / (…) Llevan prendidos los ojos/ (…)de herida y hambre de pobres los dos, Martín y la mula. / (…)Y es la esperanza del pobre, / y es el consuelo del rico,un hombre de tez morena / y el alma como paloma.
(De: Coplas a Fray Martín – Chabuca Granda)

El de Chabuca Granda (María Isabel Granda Larco, 1920-1983) es, en mi opinión, fundamentalmente un aporte poético a la música. Letrista que evoca el ande de su niñez, la tierra amada, los paisajes urbanos de Lima y sus gentes. Pero es además Chabuca, una extraordinaria compositora de melodías ágiles, novedosas que rompen la monótona suntuosidad de los antiguos valses peruanos. Tal vez por ello logra el reconocimiento internacional en tiempos en que las comunicaciones y la difusión estaban limitadas en comparación con los actuales -además de ser valses peruanos, un género de poco arraigo internacional-. Sus canciones suelen tener un sello propio, de bien cuidadas armonías.
Al final de su carrera Chabuca hizo de la música negra peruana un bello tránsito entre la alegría inherente de esa raza y su propia concepción del ritmo, dándole un toque se sensibilidad y belleza con su lírica elegante y pulida.
Aunque no fue una eximia cantante, su voz logró atravesar ese requisito para atender fundamentalmente la necesidad de trasmitir y ahondar en el espíritu del oyente. Por ello, prefiero el dueto que grabó ella misma con el maestro Oscar Avilés: Dialogando (1968). Extraordinaria conjunción de la límpida guitarra del maestro y la voz emergida desde el alma de la gran Chabuca.

Fina cadencia en el anca,
brillantes se ven las crines,
y el nervio tierno y alerta
para el deseo del amo.
(José Antonio)

EL ARQUERO





También lo llaman portero, guardameta, golero, cancerbero o guardavallas, pero bien podría ser llamado mártir, paganini, penitente o payaso de las bofetadas. Dicen que donde él pisa, nunca más crece el césped.

Es un solo. Está condenado a mirar el partido de lejos. Sin moverse de la meta aguarda a solas, entre los tres palos, su fusilamiento. Antes vestía de negro, como el árbitro. Ahora el árbitro ya no está disfrazado de cuervo y el arquero consuela su soledad con fantasías de colores.

Él no hace goles. Está allí para impedir que se hagan. El gol, fiesta del fútbol: el goleador hace alegrías y el guardameta, el aguafiestas, las deshace.

Lleva a la espalda el número uno. ¿Primero en cobrar? Primero en pagar. El portero siempre tiene la culpa. Y si no la tiene, paga lo mismo. Cuando un jugador cualquiera comete un penal, el castigado es él: allí lo dejan, abandonado ante su verdugo, en la inmensidad de la valla vacía. Y cuando el equipo tiene una mala tarde, es él quien paga el pato, bajo una lluvia de pelotazos, expiando los pecados ajenos.

Los demás jugadores pueden equivocarse feo una vez o muchas veces, pero se redimen mediante una finta espectacular, un pase magistral, un disparo certero: él no. La multitud no perdona al arquero. ¿Salió en falso? ¿Hizo el sapo? ¿Se le resbaló la pelota? ¿Fueron de seda los dedos de acero? Con una sola pifia, el guardameta arruina un partido o pierde un campeonato, y entonces el público olvida súbitamente todas sus hazañas y lo condena a la desgracia eterna. Hasta el fin de sus días lo perseguirá la maldición.

Eduardo Galeano (Montevideo, 1940)
El Fútbol a sol y sombra
(2006). Siglo XXI de España Editores, 405 pgs.