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jueves, 27 de junio de 2019

FUNDACIÓN DEL FUTURO


Estambul al caer la tarde



Mientras bebemos, el crepúsculo va trazando cárdenos tonos sobre las colinas del viejo Sarayburnu.
Amor mío, las gaviotas han levantado vuelo hacia el inobjetable azul del Mármara, y en mis manos atestadas de ti, siento el gozo de un pan en vasta estrechez.
Vinimos a dejar tu juventud opacada por mis desatinos, los mares de soledad que no merecimos, las almohadas vacías, mis culpas que dolorosamente debemos tragar cada día.
Vinimos a matar y renacer en esta milenaria colina de Bizas. Vinimos a tapizarnos de caricias esmeralda, a arroparnos de besos.
Es el verano. Algunas gasas de humo se levantan sobre las mesas. Los parroquianos se sumergen en ellas mientras ríen como nosotros. Estambul hierve más con el devenir que con los 33 grados.
El amable Ahmed insiste en hacernos una foto. Hay miles como tú y yo, y sin embargo la Istiklal domina. Aquí donde casi nadie habla nuestro idioma, donde no nos conocen, donde nunca habíamos soñado dormir ni comer, perdonar ni trascender.
Vinimos para, entre los amables bizantinos, recuperar la fe.
Vinimos a matar mi pasado y fundar nuestro futuro.



Derechos Reservados 2019 de Rogger Alzamora Quijano

lunes, 10 de junio de 2019

SOLEDAD



En aquél entonces, mediodía de la adolescencia, como quien se topa con un bebedero en plena estepa, te vi. Tus lentes, tu figura delgada y desvalida, entre la lectura de periódicos en el quiosco, mi desayuno callejero y la llegada del autobús.

Para dos seres difusos como nosotros, el miedo y la premura son dos venenos con ningún antídoto. Tenía que matarnos y lo hizo. Cierta mañana, un muchacho irrumpió en nuestro paradero. No le dimos importancia. Parecía un nosequién, aturdido, desprotegido. Le hablamos por conmiseración y hasta le invitamos una quinua con manzana y dos panes con tortilla. Se dejó auscultar con naturalidad. Era, en efecto, un perro apaleado.

Un miércoles no llegaste. Pensé que habías atrapado una gripe, como la mayoría de limeños en otoño. Te esperé en vano, casi hasta desfallecer, mientras veía cómo una y otra vez llegaban y se iban los autobús. Era yo el perro apaleado.

Meses después los vi a ambos, en un concierto a beneficio. De pronto se hizo silencio y conocí la soledad. Dijiste un lacónico hola, con una voz que trasuntó mi piel y congeló mis huesos. Él me hizo adiós con la mano. Respondí como pude. Clavado en el piso, mientras todos saltaban y coreaban las canciones, intenté convencerme de que no me debías nada. De reojo podía verte, extasiada o expropiada, no sé.

Logré evadir la curiosidad de mi madre por saber qué mosca me había picado. Después, tuve que lamer tu desplante hasta sangrar. Al fin, me acepté con toda mi carga de estupidez. Perdí el miedo y la necesidad. Me hice tributario del silencio, de esta lóbrega rutina que desde entonces cuido. Amo esta robusta precariedad.



Derechos Reservados 2019 de Rogger Alzamora Quijano